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Por Maria a Jesús
Padre Luciano Alimandi
Desde siempre Dios Padre tiene un
gran proyecto para la creación y de modo particular para el hombre: Él
quiere hacer nacer y crecer, en cada uno de nosotros, el Hijo, su Jesús,
para que todos lleguemos "al estado de hombre perfecto, en la medida que
conviene a la plena madurez de Cristo" (Ef 4, 13). Así como la Encarnación
del Verbo fue posible gracias a la potencia del Espíritu Santo operante en
Maria, así, siempre gracias al mismo Espíritu y a la presencia de Maria
junto a la criatura, Cristo se desarrolla en nosotros.
Este profundo pensamiento teológico nos viene transmitido con extrema
limpidez por San Luis Mª Grignion de Montfort, en el Tratado de la verdadera
Devoción a Maria: es una reflexión que no sólo hace Montfort, sino que
también la han afirmado otros Santos y Doctores de la Iglesia, que han
mirado a Maria no sólo como a la Madre que ha engendrado a Cristo a la
humanidad, sino que continua engendrándolo místicamente en nuestras almas.
Es a la luz de la Palabra de Dios, de la Tradición y del Magisterio que se
entiende porque la Virgen, en unión con el Espíritu Santo, realiza una tarea
tan grande en este proceso de crecimiento de Cristo en nosotros.
Entrar en esta óptica de fe significa poner en el centro de la reflexión
teológica el misterio de la encarnación, que está en el origen de nuestra
salvación. ¿Cómo podríamos, en efecto, llegar a la Pascua de Resurrección,
sin la Natividad de Jesús? Por ello, la Madre está presente en el misterio
de la salvación de modo continuo. No es una presencia que se acerca al
hombre solo al principio. Su presencia siempre nos acompaña.
¡El Cristo que contemplamos en el Calvario, en la Resurrección y en el
apostolado, es el Cristo que nos ha donado la Virgen en la encarnación:
verdadero Hombre y verdadero Dios! Maria está indisolublemente unida a Él
porque ha sido siempre su Madre: Madre en Belén, Madre en Cana, Madre en el
Calvario, Madre en la Resurrección y en la gloria. Para entender la
importancia de la Virgen en el misterio de la salvación, como dijo la beata
Madre Teresa de Calcuta, tan sólo se debe hacer una ecuación: "¡no Mary, no
Jesus", "sin Maria, no hay Jesús!"
La Madre no se impone, se acerca a nosotros, así como no se impuso a José en
el momento de invocar la luz necesaria para comprender el misterio. El Señor
mismo dio la solución a José, hombre justo de corazón humilde: "no temas de
acoger a Maria contigo, tu esposa, porque lo que se ha engendrado en Ella es
obra del Espíritu Santo" (Mt 1, 20).
Esta invitación está dirigida a cada discípulo de Cristo. ¡El "no temer" nos
recuerda que Maria es un misterio del Espíritu Santo! El "no temer" es de
gran estímulo donde no hay todavía claridad sobre la presencia de la Virgen
en la vida del cristiano y de la comunidad. Ciertamente Maria es sólo una
criatura, pero no es una simple criatura como nosotros: Maria es el gran
misterio de Dios, como nos recuerda San Luis Mª de Montfort. Para conocer
mejor este misterio tenemos que hacernos pequeños y suplicar la luz del
Espíritu Santo.
Las representaciones artísticas marianas más difundidas son aquellas en las
que Maria tiene en los brazos al pequeño Jesús. ¡Este Niño no quiere
separarse de la Madre, ya que el Corazón materno de Ella está todo en el
Corazón de Él y, una tal obra maestra de gracia, sólo pudo realizarlo el
Espíritu Santo! A lo largo de la historia, han sido muchas las tentativas de
separar estos dos Corazones, pero sin ningún éxito. Toda la Iglesia cada vez
que celebra la Navidad como los Pastores, va a Belén, cerca de la Cuna del
misterio de la salvación y, inevitablemente, encuentra allí al Niño y a su
Madre: uno reclama la presencia del otro, porque forman parte del augusto
misterio de la encarnación, que San José está llamado a custodiar. ¡Toda la
vida de Jesús, cada uno de sus eventos salvadores, cada acontecimiento
histórico que leemos en los Evangelios, tiene su principio en el misterio de
la encarnación. Aquí, del regazo virginal de Maria, el Espíritu Santo ha
forjado toda la humanidad de Cristo! También en nuestra vida cristiana,
Cristo crece en la misteriosa dinámica de la unión entre el Espíritu Santo y
la Virgen Maria.
Pablo VI en la "Marialis cultus" escribió que: "algunos santos Padres y
escritores eclesiásticos... enriquecieron con nuevos desarrollos el antiguo
tema Maria-iglesia, y, sobre todo, recurrieron a la intercesión de la Virgen
para conseguir del Espíritu la capacidad de engendrar a Cristo en la propia
alma" (MC 26). Y, así, el Papa invitaba a profundizar la reflexión sobre la
acción del Espíritu Santo en la historia de la salvación: "de dicha
profundización emergerá, en particular, la secreta relación entre el
Espíritu de Dios y la Virgen de Nazaret y su acción sobre la Iglesia; ¡y de
los contenidos de la fe más intensamente meditados derivará una piedad más
intensamente experimentada" (MC 27). ¡Ven Espíritu Santo, ven por Maria!
Fuente:
fides.org
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