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Con María entramos en Adviento
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Cuando finaliza el año,
nosotros los cristianos iniciamos el Adviento y abrimos con él la puerta de
un nuevo año litúrgico. Desde esta Carta, como amigos, os invitamos a entrar
en este tiempo de Esperanza, de la mano de María de Nazaret. En el conjunto
de acontecimientos y personas a través de los cuales Dios se ha ido dando a
conocer a la humanidad, trazando siglo a siglo su proyecto de Liberación,
manifestando su amor y su misericordia, destaca de manera especial esta
joven mujer: María, la madre de Jesús.
Pero no siempre los cristianos hemos sabido acudir a ella para aprender del
amor de Dios. No siempre la hemos sabido colocar en su lugar, a veces la
hemos descolocado, alejándola de su verdadero papel en la Historia de
Salvación. Quizá nos hemos escandalizado de la elección de Dios. Nos
conviene recordar que ya en los primeros años del cristianismo, uno de los
sabios griegos llamado Orígenes, para polemizar con los cristianos afirmaba
que Dios no pudo enamorarse de una mujer como Maria, y decía de ella lo
siguiente: mujer sin porvenir ni nacimiento regio, y a quién nadie conocía,
ni siquiera sus vecinos. No están muy lejos de esta postura muchos de los
empeños de una dudosa espiritualidad mariana que trata de divinizar a María
la madre de Jesús, desfigurando la imagen que de ella nos han dejado los
Evangelios, rodeándola de las símbolos del poder y del dinero, alejándola
así del pueblo sencillo y de los pobres.
Ocurre, además, que a nuestra cultura le resulta difícil aceptar un puesto
tan relevante para una mujer. Más si caber si, esta mujer es humilde, nacida
en un pequeño rincón de la tierra, insignificante. Nuestra cultura hubiese
preferido, sin duda alguna, un hombre y con poder.
Pero así son las cosas de Dios: a la hora de salvarnos elige a una mujer y
pobre. Extraña sabiduría la de este Señor que nos salva con semejantes
instrumentos.
Nos sucede, también, que cuando conocemos estas cosas, si queremos ser
sinceros con nuestra Fe, no tenemos más remedio que poner en cuestión muchos
de nuestros valores culturales, muchos de los pilares con los que nosotros
tratamos de construir el mundo prescindiendo de Dios.
Pues bien, María nos ofrece su mano amiga para que entremos con ella en un
tiempo nuevo, en un tiempo de Esperanza. De su mano, escuchando sus pocas
palabras –las que recoge el Evangelio-, mirándole a los ojos... los
creyentes podemos iniciar un nuevo año litúrgico, más evangélico, profético,
ilusionante, más cristiano.
María de Nazaret nos ayudará también a superar la primera y más injusta
discriminación, la que ejercemos en razón del sexo de las personas: mujer
florero, mujer objeto, mujer maltratada... son entre otras, expresiones
actuales que muestran una oscura realidad: la marginación de la mujer y de
su participación en la construcción de la sociedad, compartiendo con el
hombre la misma responsabilidad, en los logros y en los errores.
Con María iremos poco a poco derribando una a una todas las barreras. Su
testimonio nos ayudará, también, a suprimir cada una de las fronteras que
nos separan. Ella nos ilumina para descubrir el Amor como el mejor de los
caminos ante cualquier situación que amenace seriamente a la humanidad:
enfrentamiento de culturas, oposición entre religiones, desigualdad
económica, injusticias y atropellos, autoritarismos y dictaduras, violencia,
odio, venganza y guerra... caminos, muchas veces elegidos para salvarnos
unos a costa de los otros. María de Nazaret nos enseña a ir descubriendo al
otro, sea quien sea, como compañero, hermano, hijos todos del único Dios y
Padre.
La madre de Jesús aparece en el Nuevo Testamento como imagen de la apertura
total hacia el amor de Dios. De su mano llegaremos hasta el mismo corazón de
Dios: ella dice siempre sí, cuando se trata de amar. Libre, entera y digna.
Su libertad no está en vivir sin Dios, o en la autosuficiencia de los que no
aman, la indiferencia de los satisfechos o el orgullo de los que matan. Su
libertad es Dios, ser de Dios, vivir de él y para él. Su libertad es el
Amor.
Amigos fraternos, deseamos sinceramente que todo esto no quede en las
palabras, más o menos acertadas, recogidas en este texto. Al iniciar el
Adviento queremos para la Fraternidad y para cada uno de los que en ella
intentamos seguir a Jesús una vida acorde con el Evangelio, una fe y una
religiosidad que nos ayude a ir poco a poco poniendo nuestra vida en manos
de Dios, al servicio de su Reino. Deseamos que esta nuestra Carta de
Adviento nos ayude a todos a leer más el Evangelio, a dejarnos seducir por
él, como hizo María cuando Dios se le acercó y decir sí como ella, para
seguir amando un poco más y mejor cada día, sin miedos ni complejos, con
coraje y valentía, libres como María.
Fuente: fratersp.org
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