María santísima, la mujer más creyente del pueblo de Dios.  

 

Jaume Riera Rius

 

 

En la Historia de la Salvación, corresponde a María Santísima la misión de ser la mujer que recibió en herencia las promesas hechas por Dios a Abraham y a los descendientes del pueblo de Israel (himno de María, Magnificat) y, a la vez, la mujer que debe transmitir el cumplimiento de dichas promesas al nuevo pueblo de Dios, que es la Iglesia.

«Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor» (Lc I,45)

En el Antiguo Testamento la figura de Judit sobresale por su valor histórico y recae sobre ella la bendición del sumo sacerdote con el consejo de ancianos y los habitantes de Jerusalén en términos que ahora aplicamos a María Santísima: «Tú eres la exaltación de Jerusalén, tú el gran orgullo de Israel, tú la suprema gloria de nuestra raza» (Judit, XV,nn.8 y 9).

El libro de Ester, como el de Judit, refiere una liberación de la nación por medio de una mujer. La oración de Ester en un momento muy crucial para la nación, refleja la gran esperanza en Dios: «Mi Señor y Dios nuestro, tú eres único y no tengo socorro sino en ti y mi vida está en peligro. Yo oí desde mi infancia, en mi tribu paterna, que tú, Señor, elegiste a Israel de entre todos los pueblos» (Ester, IV,17).

También admiramos la fortaleza de la madre de los Macabeos: «Admirable de todo punto y digna de glorioso recuerdo fue aquella madre que, al ver morir a sus siete hijos en el espacio de un solo día, sufría con valor porque tenía la esperanza puesta en el Señor» (II Llibro de los Macabeos, XII, 20...).

Fuente: claraesperanza.trimilenio.net