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María de Nazaret
Manuela Pedra
De María de Nazaret
tenemos pocas referencias históricas. Los evangelios no ofrecen en ningún
momento una biografía de María, género que en aquella época era
completamente desconocido. Sí, en cambio, la hacen aparecer en momentos
clave que nos permiten descubrirla con misteriosa intensidad, tanto en su
aspecto humano como en su valor religioso y espiritual. Son pocos estos
momentos, muy sobrios esos relatos, pero de una gran densidad teológica.
Las noticias que los evangelios nos dan sobre María nos la presentan como el
prototipo del hombre y de la mujer creyentes, no sólo como modelo para las
mujeres, sino también como paradigma para todos, hombres y mujeres. Nos la
presentan como una persona, la persona, que ha vivido una experiencia de
Dios totalizante. Toda su vida es vivida en clave de Dios. Nos la presentan
como la persona que hace la más completa experiencia de la fuerza y la
ternura de Dios; como la que experimenta desde todo su ser la bondad y la
misericordia de Dios, pero también toda la exigencia de su amor.
Hay en los relatos evangélicos unas escenas clave que nos dejan ver a María
con una luminosidad incuestionable.
En primer lugar, el evangelio de Lucas nos la muestra en el Sí de la
anunciación (1, 38). Las actitudes fundamentales no se improvisan. Este Sí,
que es el sí al proyecto de Dios sobre su vida, hace pensar que toda ella es
un sí a Dios: en su vida anterior, en el momento de recibir el anuncio,
luego a lo largo de toda su vida, tan difícil, hasta el final. Toda ella es
un Sí. La autenticidad de este Sí es el eje de su vida. Y por este Sí, hace
un acto de suprema libertad, pues deposita su realización personal en la
adhesión más profunda al designio de Dios. Liberada de sí misma acepta
activamente aquello que la lleva a ser totalmente ella. Libremente acepta
hacer la experiencia más completa que pueda darse en una criatura humana: la
de la Trinidad Santa de Dios: La elección del Padre, el Espíritu Santo que
al cubrirla con su sombra la hace grávida de Dios y el Hijo que se encarna
en sus entrañas, siendo parte de ella misma. El Sí que está en este
principio consagrador lo mantendrá siempre, hasta el fin.
La descubrimos también en la Visitación, en el Magnificat ( Lc 1,39-56) La
vemos aquí valiente, atrevida, decidida. Ha de escuchar nuevamente palabras
extremadamente elogiosas sobre lo que no sabe ni cómo entender, “bendita tú
porque has creído…” a lo que María responde con algo muy atrevido: El
Magníficat. Es el salmo 131 que María hace suyo. María, al apropiarse este
salmo, muestra una fe llena de vigor. Con él proclama la expresión
apasionada de la preferencia de Dios por lo pobre y lo humilde de este
mundo. Es un clamor de esperanza en la transformación de este mundo.
¿Anticipo del Reino de Dios ya comenzado en la fecundidad de su vientre?
También en el Magníficat tiene ella una percepción de sí misma
misteriosamente lúcida. Ella, la pequeña, tan pobre que es mujer, se
reconoce a sí misma como receptora de las maravillas de Dios. Se descubre a
sí misma llena de alegría, rebosante de gozo y de acción de gracias por la
acción de Dios en ella. Este Dios liberador. El Magníficat, y no solamente
el Sí, es una de las expresiones más significativas de las experiencias que
María tuvo del amor misericordioso de Dios y de la fuerza imparable de ese
amor.
Más adelante nos muestran el Silencio de María, “ella guardaba todas esas
cosas en su corazón” (Lc 2,51). Esto nos deja descubrir que, para ella, la
oración en soledad y silencio era el “lugar” de la confirmación del Sí
inicial. Quizás no entendía aún, pero el abandono confiado en los designios
de Dios nos la muestra como la personificación de la fe pura y desnuda. Nos
hace pensar que la santidad de María está hecha de inocencia: ausencia de
mal y de pecado. Inocencia por don de Dios, que le confiere libertad y
capacidad para adecuar la propia vida al proyecto de Dios. Inocencia que
preside toda su vida y que la lleva a poder hacer lo más difícil: la
síntesis entre su dimensión virginal/esponsal/maternal. Es impresionante la
peripecia vital que realiza María: La consagración a Dios, el esposo José,
el Hijo Jesús, llenando su vida al completo. El evangelio de Mateo la
presenta en el silencio del conflicto con José, cuando éste la sabe
embarazada y piensa en repudiarla (1,18-25); la vemos en el silencio de la
huída hacia Egipto (Mt 2,13-15) y en la pérdida de Jesús niño (Lc 2,41ss).
“Guardaba todas esas cosa en su corazón”.
El evangelio de Juan nos la muestra en las bodas de Caná (2,1-12), texto de
anticipación de la misión de Jesús, que nos deja descubrir a María con otro
de sus rasgos más firmes: la libertad con la que vive su relación con el
hijo. La realidad que ella vivió fue durísima. En su vida todo fue muy
difícil, aún dentro de la máxima diafanidad. En medio de todo, ella mantenía
el Sí inicial. Podemos verla cómo vive con esperanza el hecho de que la vida
fluya en dirección imprevisible. Lo asume con gran madurez humana y con
enorme profundidad espiritual. Deja ir al hijo, primero hacia la
predicación, luego hacia la muerte. No es una madre posesiva, celosamente
replegada sobre el hijo. Llegará un momento, al final, en que la veremos
como una mujer que da a su maternidad dimensiones universales y que mantiene
su vida abierta a lo que es radicalmente nuevo, en el definitivo nacimiento
de la resurrección.
Por último, en los Hechos de los Apóstoles, en la narración de Pentecostés
(1,12 ss), descubrimos a María junto a los discípulos, ellos y ellas,
iniciando la gran aventura de la evangelización. Desde estos textos podemos
pensar que entonces ella comenzó a derramar sobre la Iglesia naciente los
tesoros que había estado guardando en la intimidad de su corazón. Podemos
descubrir cómo, con toda probabilidad, fue ella quien dio el testimonio vivo
del nacimiento y de la infancia de Jesús; ella, que formaba parte de Jesús.
Hay muchas cosas que ni los apóstoles, ni las mujeres discípulas habrían
podido atestiguar. Sólo la madre, que había engendrado y criado al hijo,
podía revelar.
La llena de gracia se convierte definitivamente en paradigma para todos los
creyentes
Fuente:
claraesperanza.trimilenio.net
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