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Maria, experta ama de casa
Padre Mariano Esteban Caro
LA FAMILIA DE JESÚS
Jesús es hijo de un
pueblo, que utiliza la misma palabra (bayt) para designar el templo y la
casa familiar, ya que ésta es considerada como la tienda de la presencia de
Dios y en la que, sobre todo, los niños van descubriendo al Dios de la
Alianza. Más aún, la mesa familiar es el altar doméstico, donde se celebra y
rememora la Pascua. Jesús nace y crece en una familia piadosa, fiel a la
Alianza y a las tradiciones de su pueblo. Modelo para las familias
cristianas por “la pureza y el amor tierno de María, la fidelidad y
honestidad de José y su generosidad en el trabajo cotidiano, la humildad y
obediencia de Jesús”, dijo Juan Pablo II en el Ángelus del 16 de agosto de
1985 en Nairobi (Kenia). Sin duda la actitud de José y de María preparó
el terreno, para que arraigara en Jesús un modo tan familiar y lleno de
confianza para dirigirse a Dios con la palabra “Abba”. En esta familia
“Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los
hombres” (Lc 2, 52). Creemos en Cristo, como Dios y como hombre-niño
verdadero, en cuyo crecimiento integral jugaron un papel insustituible José
y María. El Papa Juan Pablo II en el número 21 de la Exhortación Apostólica
Redemptoris Custos (15 de agosto de 1989) sobre la figura y la misión de San
José dice que la Iglesia rodea de profunda veneración a esta Familia de
Nazaret, “proponiéndola como modelo para todas las familias”. Sigue diciendo
que, como consecuencia de la unión hipostática, “junto con la asunción de la
humanidad, en Cristo está también asumido todo lo que es humano, en
particular, la familia, como primera dimensión de su existencia en la
tierra”. En el número 2 de la Carta a las Familias vuelve a repetir esta
ideas: “El misterio divino de la Encarnación del Verbo está, pues, en
estrecha relación con la familia humana. No sólo con una, la de Nazaret,
sino, de alguna manera, con cada familia”.
LA SAGRADA FAMILIA UNA
VERDADERA FAMILIA
Son innumerables las ocasiones en que el Papa Juan
Pablo II propone a la Sagrada Familia como prototipo y ejemplo de todas las
familias Cristianas (número 63 de Familiaris Consortio). Y en el número 23
de la Carta a las Familias afirmaba el Papa que la Sagrada Familia es icono
y modelo de toda familia humana. La Sagrada Familia fue una verdadera
familia (no una ficción piadosa) fundada en verdadero matrimonio, el de José
y María. Así lo recordaba Juan Pablo II en la Audiencia de 21 de agosto de
1996: En el plan salvador de Dios entraba que su Hijo se criara “en un
contexto familiar idóneo para el crecimiento del niño”. En esta audiencia
decía también el Papa que “la realización concreta del misterio de la
Encarnación exigía un nacimiento virginal que pusiese de relieve la
filiación divina y, al mismo tiempo, una familia que pudiese asegurar el
desarrollo normal de la personalidad del Niño”. Así en orden a la
Encarnación, el Espíritu Santo inspiró a María la opción de la virginidad y
“pudo muy bien suscitar también en José el ideal de la virginidad”. María y
José recibieron “la gracia de vivir juntos el carisma de la virginidad y el
don del matrimonio”. María y José son verdaderos padres de Jesús, pues,
“excluyendo la generación física, la paternidad de José fue una verdadera
paternidad real, no aparente”. José no fue progenitor de Jesús, pero fue su
verdadero padre en el amor, la autoridad y la educación.
SANTA MARÍA
MADRE DE DIOS
María es ya conocida en el evangelio como la Madre del
Señor (Lc 1, 43). Y como tal la tuvo la más primitiva Iglesia. A partir del
siglo III se hace general entre el pueblo cristiano dirigirse a la Virgen
María llamándola Madre de Dios. La más antigua oración a la Virgen, que se
conserva en papiro del siglo III, comienza con estas palabras: “Bajo tu
protección nos acogemos, Santa Madre de Dios”. En el siglo V los seguidores
de Nestorio decían que María era madre de Cristo, pero no de Dios. En el año
431 el Concilio de Éfeso puso claramente de manifiesto que en Cristo hay dos
naturalezas (la divina y la humana) y una sola persona, la segunda Persona
de la Santísima Trinidad (el Hijo). María es, por tanto, la Madre de Dios.
El misterio de Jesucristo y la maternidad divina de María son reafirmados de
nuevo en el concilio de Calcedonia (año 451). María pude ser llamada con
toda verdad Madre de Dios: sin intervención de varón, ella engendró en su
seno a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Ella le dio a luz, le
amamantó, le crió y le educó. Juan Pablo II en su Encíclica sobre la Madre
del Redentor (n 45) decía que “es esencial a la maternidad la referencia a
la persona. La maternidad determina siempre una relación única e irrepetible
entre dos personas” (Encíclica Redemptoris Mater, de 25 de marzo de 1987).
MARÍA LA MUJER
La dignidad y la vocación de la mujer salen
enriquecidas al ser contempladas en la figura de María. A desarrollar esta
realidad dedicó Juan Pablo II dos catequesis a finales de 1995: “La figura
de María manifiesta una estima tan grande de Dios por la mujer que cualquier
forma de discriminación queda privada de fundamento teórico” (Audiencia, 29
de noviembre de 1995). En María se hace realidad la perfección de la mujer,
pues en ella el ser femenino alcanza su pleno desarrollo, “pues la plenitud
de la gracia divina favorecía en ella todas las capacidades naturales
típicas de la mujer” (Audiencia, 6 de diciembre de 1995). La forma en que
María colaboró con Dios en su plan de salvación sobre todos los hombres
señala el estilo que la mujer ha de tener en el desarrollo de su misión: ni
actitudes pasivas, ni reivindicaciones orgullosas, ni satisfacción de las
ambiciones personales, sino espíritu de servicio y disponibilidad total al
plan de Dios.
MARIA EDUCADORA DEL HIJO DE DIOS
En la Audiencia
del día 4 de diciembre de 1996, el Papa Juan Pablo II habló de la Virgen
María como educadora de su Hijo Jesús. Dios y hombre verdadero, era, en
consecuencia, Dios y niño verdadero, adolescente y joven verdadero. Para
entender la labor educadora de María y de José con relación a Jesús,
niño-adolescente-joven verdadero hemos de tener en cuenta que también Jesús
tuvo necesidad del apoyo y guía de sus padres. Pero por otra parte, el hecho
de que en Jesús no hubiera pecado ni maldad supuso que José y María
mantuvieran permanentemente una actitud positiva con relación a Jesús: en él
no había nada que corregir. En esta catequesis decía Juan Pablo II que
con los escasos elementos que nos ofrecen los evangelios no podemos “conocer
y valorar completamente las modalidades pedagógicas de María con respecto a
su Hijo divino”. Pero –añadía el Papa- podemos concluir que la obra
educativa de María “fue muy eficaz y profunda y que encontró en la
psicología humana de Jesús un terreno muy fértil”: José, hombre justo, con
su presencia paterna garantizaba el necesario equilibrio padre-madre de toda
acción educadora. Él fue quien le introdujo en el mundo del trabajo y de la
vida social. La experiencia educadora en la casa de Nazaret “constituye
un punto de referencia seguro para los padres cristianos, que están
llamados, en condiciones cada vez más complejas y difíciles, a ponerse al
servicio del desarrollo integral de sus hijos, para que leven una vida digna
del hombre y que corresponda al proyecto de Dios”.
MARÍA DE NAZARET,
EXPERTA AMA DE CASA
Hablando de la Virgen María durante la vida
oculta de Jesús, en su casa de Nazaret, el Papa Juan Pablo II se refirió al
valor singular que tenían para María “los sencillos y humildes quehaceres de
cada día” (Audiencia, 29 de enero de 1997). La figura de María, inmersa en
las tareas de la casa, da un profundo sentido a un trabajo “humilde, oculto,
repetitivo, que a menudo no se aprecia bastante”. El Papa al destacar la
intervención de María en las bodas de Caná la llama “experta y solícita ama
de casa” (Audiencia, 26 de febrero de 1997). Para María la vida doméstica no
estaba dominada “por la monotonía”. La Virgen descubre que la sencillez de
la vida de tantas amas de casa, que consideran como una misión de servicio y
de amor, encierra un valor extraordinario a los ojos del Señor”. La casa
de Nazaret, “ámbito de de crecimiento de la fe y de la esperanza, se
convierte en lugar de un alto testimonio de la caridad, pues a menudo
–terminaba el Papa esta Audiencia- una vida humilde y oscura a los ojos del
mundo” en la escuela de María, puede revelar potencialidades inesperadas de
salvación, irradiando el amor y la paz de Cristo.
SAN JOSE EL
CARPINTERO, CUSTODIO DEL REDENTOR
El día 15 de agosto de 1989 se
publicaba la Exhortación Apostólica del Papa Juan Pablo II sobre la figura y
la misión de San José en la vida de Cristo y de la Iglesia. Dios eligió a
José como esposo de María para que la protegiera a ella y a Jesús. Sirviendo
a la persona y a la misión del Salvador “mediante el ejercicio de la
paternidad”, cooperó en el misterio de la de la redención. “Junto con la
asunción de la humanidad, en Cristo está también “asumido” todo lo que es
humano, en particular, la familia, como primera dimensión de su existencia
en la tierra”. En la Audiencia del 21 de agosto de 1996, decía el Papa
que “aun excluyendo la generación física, la paternidad de José fue una
paternidad real, no aparente”. Por su vínculo matrimonial con María, vivido
en la comunión virginal, Dios llamó a José “a cooperar en su designio de
salvación”. A lo largo de su pontificado, Juan Pablo II se refirió a San
José en varias ocasiones. En su Carta a las Familias, número 20, dice que
gracias a José el misterio de la Encarnación y, junto con él el de la
Sagrada Familia, “se inscribe profundamente en el amor esponsal del hombre y
de la mujer”. Y añade: “lo que Pablo llamará el “gran misterio” encuentra en
la Sagrada Familia su expresión más alta. La familia se sitúa así
verdaderamente en el centro de la Nueva Alianza”. Reflejo muy singular de la
paternidad divina, al llamarle a ser padre terreno del Verbo encarnado,
“Dios hizo que San José participara de su mismo amor paterno”. Jesús como
todo niño aprendió de sus padres “las nociones fundamentales de la vida y el
estilo de conducta”. Desde el punto de vista humano, Jesús maduró su
perfecta obediencia a la voluntad de Dios, sobre todo, siguiendo el ejemplo
de su padre José, hombre justo (Ángelus, 21 de marzo de 1999). José es
modelo de fe, de obediencia y de servicio. La obediencia en José adquirió
“un estilo de silencio y ocultamiento activo” (Ángelus, 18 de marzo de
2001). Enseñó a Jesús el oficio de carpintero. “Con su laboriosidad
silenciosa en el taller de San José, Jesús dio la más alta demostración de
la dignidad del trabajo (Homilía, 1 de mayo de 2000 en el Jubileo de los
Trabajadores). La fe, en la discreción y el silencio es el tesoro más
valioso que nos ha transmitido San José (Ángelus, 17 de marzo de 2002).
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