María: Maestra de Oración

 

Padre  Daniel Lacoutrue



1. Adorar, en María, a Jesús Eucaristía

Esta oración mariana puede hacerse por supuesto frente a Jesús-Hostia. Con los ojos abiertos para contemplarlo amorosamente en ella o bien con los ojos cerrados para dejarlo brillar sobre nosotros y en nosotros, por intermedio de la Santa Virgen.

Ella es la verdadera custodia viviente de Jesús. Nos hace comprender, en la fe y el amor, lo que significa esta palabra espléndida del Señor en las Escrituras:

Pero para ustedes, los que temen
Mi Nombre, brillará el sol de la justicia
que trae la salud en sus rayos…
(Mal. 3,20)

Esto resulta válido de modo eminente para la adoración del sol eucarístico. Debemos comprender claramente que nadie tuvo ni tendrá como Marìa la percepción de la Presencia real de Jesús en la Eucaristía, percepción de amor puro y adorante y que se ofrece a Jesús a fin de seguir al Cordero donde quiera que vaya (Apoc. 14,4).


2. Momento de oración y vida de oración

El hecho de que tengamos que tender a la oración permanente, el hecho de que esta oración mariana deba derramarse en nuestro corazón, no nos dispensa de los momentos de oración, regulares y fieles, cada día.

En cierto momento debemos detener todas nuestras actividades, incluso apostólicas y "quitarnos las sandalias de nuestros pies e ingresar en la presencia del fuego de Amor" (cfr. Ex. 3). En efecto, estas dos dimensiones se alimentan mutuamente.

Cada uno deberá determinar la duración y la frecuencia de este tiempo de oración. Tender a una hora diaria (o más) no es algo reservado únicamente a los contemplativos:

Jesús dijo también a su Iglesia:

¿Es posible que no hayan podido
quedarse despiertos conmigo, ni
siquiera una hora? 
(Mt. 26,40)

Puede haber cierta progresión en la duración y también en diferentes gracias. Ese tiempo puede hacerse en una o dos veces, mañana y noche, según las vocaciones, las actividades. Es verdad que los más grandes activos, en la Iglesia, aquellos cuya fecundidad fue más saliente, siempre fueron los que más oraron…


3. Desierto y perseverancia

Recordemos finalmente que el desierto purificador, la aridez y las tentaciones más desafiantes nos tocarán también a nosotros, para una unión purificada en el Señor por medio de María. La Virgen nos conducirá en la perseverancia confiada, oblativa. Ella es eminentemente "la Mujer que huyó al desierto donde Dios le había preparado un refugio para que allí fuera alimentada" (cfr. Apoc. 12,7).

Con María, "la mujer fuerte y perfecta" (cfr. Prov. 31,10-31), recibamos perseverancia y fuerza del amor.

Esta tierna palabra de amor del Bienamado de nuestra alma es también para nosotros, como lo fue en el grado más alto para María:

¿Quién es esa que sube del desierto
reclinada sobre su amado? 
(Cant. 8,5)

En sus tentaciones en el desierto y más aún en Getsemaní, Jesús ya llevó para cada uno de nosotros, el peso del sufrimiento y el precio de la victoria final, en la perseverancia.

En medio de la angustia, él oraba
Más intensamente y su sudor era
Como gotas de sangre que corría
Hasta el suelo 
(Luc. 22,44).

Una gota de sangre fue derramada por Jesús para cada uno de nosotros, en nuestro propio combate espiritual. María nos lleva este rocío sangrante del Amor para bañar nuestra alma, purificarla y fortalecerla.