La Virgen María, Humildad

 

 

Camilo Valverde Mudarra



María, con toda humildad, una vez que recibe del Ángel la explicación que Ella había pedido, llena de sorpresa y de duda sobre aquel hecho tan inesperado y fuera de lo común, acepta con plena disposición y se proclama esclava del Señor: 



Dijo entonces María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” Y el ángel la dejó. (Lc 1,38).



El Concilio Vaticano II, en el capítulo VIII de la Constitución Dogmática “Lumen Gentium” que dedica a la Virgen, dice: «Pero el Padre de la misericordia quiso que precediera a la encarnación la aceptación de la Madre predestinada, para que de esta manera, así como la mujer contribuyó a la muerte, también la mujer contribuyese a la vida. Lo cual se cumple de modo eminentísimo en la Madre de Jesús por haber dado al mundo la Vida misma que renueva todas las cosas y por haber sido adornada por Dios con los dones dignos de un oficio tan grande. Por lo que nada tiene de extraño que entre los Santos Padres prevaleciera la costumbre de llamar a la Madre de Dios totalmente santa e inmune de toda mancha de pecado, como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular, la Virgen Nazarena, por orden de Dios, es saludada por el ángel de la Anunciación como llena de gracia (cf. Lc 1,28), a la vez que ella responde al mensajero celestial: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc 1,38).

Meditemos y hagamos vida en nuestra vida la actitud de serena humildad de María. Proclamemos nuestra esclavitud voluntaria a Dios, para ser señores de nuestra vida puesta siempre al servicio de Dios.