La Virgen María en la predicación

 

 

Camilo Valverde Mudarra



María está presente, como es lógico, en toda la vida de Jesús. Observa, absorbe y guarda en su corazón todos sus gestos y palabras: “María guardaba todas estas cosas en su corazón” (Lc 2,51).



“En la vida pública de Jesús, aparece reveladoramente su Madre ya desde el principio, cuando en las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia, suscitó con su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús, Mesías. A lo largo de su predicación, acogió las palabras con que su Hijo, exaltando el reino por encima de las condiciones y lazos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados (cf. Mc 3,35; Lc 11,27-28) a los que escuchan y guardan la palabra de Dios, como ella lo hacía fielmente (cf. Lc 2, 19 y 51)” (LG, 58).



En Caná, comienzo de la vida pública, la madre es honrada y atendida. La voz de la mujer incitará poderosa y motivará que el Mesías esperado realice y adelante su primer signo manifestando su gloria entre los hombres.

María, que ha tenido a su niño en el establo, ve que llegan los pastores, contando que han recibido el anuncio del ángel, cuyas palabras encontraron un eco en el cielo con el canto del “Gloria” (Lc 2,14). Y esto lo guarda en su corazón. En el niño se manifiesta la gloria de Dios, el nacido es el centro del hecho salvífico. Y, con Él llega la paz, que es expresión de la salvación en el tiempo del Mesías (Is 9,5-6). Los pastores siguen su actitud “misionera” que proclama la gloria de Dios para todos los hombres, no de buena voluntad, sino de todos los hombres que son amados por Dios. Y María, atendiendo meditativa, interioriza y profundiza estos acontecimientos.

La madre, que iría en la comitiva que seguía a Jesús en su predicación, se encontró de pronto aludida por aquella mujer, que, para ensalzarlo, bendecía a su madre (Lc 11,27); y así también en la respuesta de su Hijo: “Dichosos los que escuchan, conservan la palabra de Dios y la ponen en práctica”. La gloria de las madres son los hijos (Prov 23,24-25; Gn 30,13; Lc 1,58), y la de ellos redunda en las madres. El Magnificat empieza a cumplirse. Jesucristo aprovecha para hablar de la grandeza de la maternidad natural y de la gran dignidad de la palabra de Dios que, guardándola, abre el camino del Reino y todo lo que ello significa.