María en el templo

 

 

Camilo Valverde Mudarra



Es tradición común que María fue ofrecida a Yahvé en el templo por sus padres, Joaquín y Ana, hecho que la Iglesia conmemora en la fiesta de la Presentación de María para celebrar aquella oblación; acto generosísimo en que ella misma, de alguna manera, participa, entregándose al Señor, a fin de que consagrarse al servicio del templo y ser allí convenientemente educada e instruida. Ya dijo, a este respecto, Benedicto XIV: «Nos, que no queremos separarnos un ápice del común sentir de la Iglesia, decimos que la bienaventurada Virgen fue presentada en el templo para que allí se educara con toda perfección». En Israel, era habitual consagrar a las jóvenes para ejercer en el templo los servicios convenientes a su sexo y devoción. Así, el Levítico recomienda: «El hombre que hiciere voto y prometiere a Dios su persona dará el precio según la tasa. Pero si el hombre o la mujer hubieren sido totalmente consagrados a Dios no podrán ser redimidos sino por la muerte» (27,2), y añade en los versículos 28 y 29: «Todo lo que sea consagrado al Señor, ya fuere hombre, animal. San Ambrosio dice que «También leemos que fueron asignadas vírgenes al templo de Jerusalén» Y el Apóstol enseña: «Todas estas cosas sucedían en figura para que fueran indicios de las cosas futuras» (1 Cor. 10,11).

En el templo, existían las instalaciones apropiadas para todas estas mujeres dedicadas al servicio, unas eran externas, sólo trabajaban de día, y otras internas, en dedicación permanente, pernoctaban allí mismo. Consta que Samuel desde su tierna edad pernoctaba en el templo (1 R. 3,3). Ana la profetisa no se apartaba del templo, sirviendo al Señor día y noche con ayunos y oraciones (Le 2,37), y así otros muchos más.

E1 historiador Josefo, refiriéndose a estas residencias femeninas en el templo, cuenta: «Edificó treinta pequeñas casas, que, por la parte exterior, abarcaban todo el espacio del templo... Estaban sobrepuestas a otras, y sobre éstas otras iguales en número y dimensiones» Y Orígenes ratifica que «Ha llegado hasta nosotros cierta tradición de que había algún lugar en el templo donde era permitido a las vírgenes permanecer y orar allí a Dios; a las casadas no se les permitía morar allí». La Sagrada Escritura insinúa que ya, en tiempo de Moisés y de Aarón, hubo mujeres adscritas al servicio del templo. En el Éxodo, se lee: «y también las mujeres ingeniosas que habían hilado dieron jacinto y púrpura, y escarlata y lino fino» (35,25), y, después, dice: «Hizo también un baño de bronce con su traza de los espejos de las mujeres que hacían la centinela a la puerta del tabernáculo» (38,8).

Sin poderlo asegurar categóricamente, es posible, que sus padres consagraran a Yahvé a su hija María, parece que la entregaron al templo, imitando a Ana, célebre mujer de Eleana y madre de Samuel, que, siendo estéril, hizo voto de ofrecer a Dios el hijo que le naciera. Así lo afirma expresamente San Juan Damasceno, cuando dice: «De igual manera que aquella antigua Ana, padeciendo esterilidad, hecho el voto, engendró a Samuel, así esta otra Ana, por sus ruegos y la promesa hecha a Dios, mereció recibir en su seno a la madre de Dios».

La consagración de María a Dios con voto perpetuo de virginidad se confirma después por la contestación que da al Ángel Gabriel en la Anunciación: «¿Cómo se hará esto, pues no conozco varón?» Renunciando a la maternidad, había consagrado a Dios su virginidad, cuando, en aquel ambiente, la esterilidad era tenida por un oprobio y todas las mujeres israelitas aspiraban a ser madres en la expectación del Mesías. Y he aquí que, en esta jovencita, puso sus ojos el Señor, Dios Nuestro, para ser su Madre, según los designios inescrutables, desde la eternidad. Y su providencia infinita, por ese inmenso amor que continuo nos muestra, luego en la cruz, por boca del Siervo de los Siervos, la traspasa al discípulo más querido, haciéndola Madre Nuestra y de toda la humanidad: "Hijo, he ahí a tu madre" (Jn 19,27).