La Virgen Morena

 

 

Padre Alejandro Cortés González-Báez 



De tez morena como el trigo maduro. Ni mayor, ni niña: Joven. Las cejas bien marcadas; sus ojos dulces -verde claro el color- entornados; la boca firme, como queriendo sonreír, el mentón redondo y gracioso. Pelo oscuro, partido al medio. El manto inclinado hacia atrás con fimbria dorada, verde azulado. Esbelto el cuello, como el de las mujeres humildes de esta tierra; inclinada la cabeza. La expresión serena refleja la grandeza de llevar en su seno al Hijo de Dios.
De menor estatura que el natural (1.44 m) aparece como una joven en actitud orante. Vestida con un manto que le cubre la cabeza a modo de “rebozo”; una túnica larga estampada en oro, ceremonial, que recoge su pliegue entre los pies, produciendo ese conjunto que cautiva: humilde hija de Dios, mujer del pueblo y Reina. A ninguna talla o pintura de la Señora se le atribuye como a ésta un origen sobrenatural.Pocas advocaciones a la Virgen hay en este mundo cristiano que hayan ayudado tanto a guardar la Fe de los pueblos. En el caso de la Guadalupana ella se manifestó a nosotros abiertamente, en especial a los pobres, a los sencillos, a los que sufren, a las gentes que trabajan con las manos, que no tienen sobre sí más que un endeble techo, caliente en el día, frío en las noches y a los aún más pobres: a los del alma; para que si tienen Fe, la guarden y compartan; si no la tienen, la adquieran; y si la tienen débil, no la pierdan.
¿Cuál sería la Voluntad de Nuestra Madre del Cielo para aparecerse en México -país nuevo en la fe- en forma tan simple y notoria? Podríamos pensar: por consideración a los naturales recién convertidos, en difícil situación para comprender del todo, y amar una religión que les imponían sus conquistadores: cambiar sus creencias de siglos con dioses y diosas -lejanos y a veces crueles- por una sencilla devoción a la Madre de su Dios Encarnado, con lo que ello significa de ternura y confianza en su misericordia. 
Qué claro queda esto al escuchar aquellas palabras suyas: “Oye hijo mío, lo que ahora te digo: no te aflijas por ninguna cosa, ni temas enfermedad alguna. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y mi resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿Tienes necesidad de otra cosa?...”Viene a mi memoria una sencilla oración: “Madre mía de Guadalupe, Templo de la Trinidad, pídele a tu Hijo Santísimo que nos vea con caridad; pues en Guadalupe se haya remedio a las aflicciones, líbranos oh Virgen Madre, de la peste, guerra, robo, accidente y temblores”. Mucho tiempo después, caí en la cuenta de la profundidad de nombrarla: Templo de la Trinidad, pues las tres Divinas Personas viven dentro de aquellos cuyas almas están en gracia, o sea, libres de pecado mortal. Ahora bien, según el texto de la anunciación: “Llena de Gracia”, podemos afirmar, por encima de cualquier otro mortal, que ella es Templo de la Trinidad. Sabemos que el 12 de diciembre de 1531 en que milagrosamente quedó impresa la imagen de Santa María en su “ayate” Juan Diego, trató de evitar el encuentro con la Señora, pues su tío Juan Bernardino estaba a punto de morir, y requería de los servicios sacerdotales, pero aquí estuvo su grave error: querer sacarle la vuelta a María para resolver sus problemas.