La Virgen María, después de la Ascensión

 

 

Camilo Valverde Mudarra 



En la Constitución “Lumen gentium”, encontramos este texto que creemos ayudará a reflexionar y meditar.

“Por no haber querido Dios manifestar solemnemente el misterio de la salvación humana antes de derra­mar el Espíritu prometido por Cristo, vemos que los Apóstoles, antes del día de Pentecostés, perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús, y con los hermanos de éste (Act 1,14), y que también María imploraba con sus oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación ya 1a había cubierto a ella con su sombra. Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina Universal con el fin de que se aseme­jase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (cf. Apoc 19,16) y vencedor del pecado y de la muerte” (LG 59).

El texto hace referencia a la bula Ineffabilis de Pío IX, publicada el 8 de diciembre de 1854, sobre la Concepción Inmaculada de María y a dos documentos de Pío XII, la Constitución Apostólica Municentissimus del 1 de noviembre de 1950, y la Encíclica Ad caeli Reginam de 11 de octubre de 1954, proclamando la Asunción de María a la gloria celeste y Reina Universal, “con el fin –dice- de que la Virgen se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores”. Así pues, nuestra Madre, María, es “Señora de señoras”, es la Reina del cielo, es vencedora del pecado y de la muerte entroncada con su Hijo Jesús y es nuestra Mediadora. 

Cierto que, como dice el Apóstol, uno es Nuestro Mediador: Porque uno es Dios y uno también el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos (1Tim 2,5-6); pero la misión maternal de María para con todos nosotros no oscurece ni disminuye de ninguna manera la mediación única de Jesucristo, más bien demuestra su poder, al emanar del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo.

“Perseveraban unánimes en la oración”. Esta es el camino perseverar, insistir, mantener constante nuestra oración para que reine la paz en el corazón de los hombres y el amor en el mundo.