La Virgen María en el misterio de Cristo

 

 

Camilo Valverde Mudarra

 

Dios, como Padre Amantísimo, quiere que todos los hombres se salven; es su determinación expresa en los planes de su voluntad eterna.

"Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Je­sucristo, que nos ha bendecido en Cristo, con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos" (Ef 1,3). 

Estas palabras de la carta a los Efesios revelan el eterno designio de Dios Padre, su plan de salvación para el hombre en Cristo. Es un plan universal, que comprende a todos los hombres creados a imagen y semejanza de Dios (cf Gén 1,26). La salvación abarca a todos, sin excepción, porque, del mismo modo que están incluidos "al comienzo" en la obra creadora de Dios, así también están considerados eternamente sujetos aptos para figurar en el plan divino de la salvación, que se debe revelar completamente, en la "plenitud de los tiempos", con la venida de Cristo. 

En efecto, Dios, que es "Padre de nuestro Señor Jesucristo -son las palabras sucesivas de la misma carta-, "nos ha elegido en Él antes del comienzo del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la que nos agració en el Amado. En Él tenemos un seguro valedor, un verdadero hermano que da la cara por nosotros ahora, como antes no dudó en dar su sangre redentora por cada uno de nosotros. Solo hay que mirarlo con amor y, en ese amor, arrepentidos dirigirse a Él con fe ciega: “Acuérdate de mí, cuando estés en tu Reino” (Lc 23,42).

Ser “santos e inmaculados” es el estado que se nos exige y el camino está muy bien trazado en el Evangelio, hay que creer en Jesucristo y amar, amar a Dios y al prójimo.