Y la Madre estaba allí

 

R.I.I.A.L

 

 

El idilio, el encanto y la ternura que campean en la Boda de Caná son realmente fascinantes. La relación que en su Evangelio nos hace Juan es insuperable. 
Un boda. Y en ella presente, como invitados, el mismo Jesús y su Madre querida. Todo es fiesta, todo es cariño, todo es amor. Pero llega un momento en que la alegría se vuelve preocupación. Los de la familia –el novio sobre todo– comienzan a ponerse un poco nerviosos. ¿Qué ocurre?..., se preguntan algunos. Allí está María, mujer cien por cien, con sentido finísimo para percatarse de todo lo que ocurre al su alrededor. Ahora hace suya la inquietud de los novios, que ven cómo se les va a estropear sin remedio la fiesta. ¡Comenzaba a faltar el elemento primero para la alegría! ¡Se estaba acabando el vino!... Se conmueve. ¡Pobrecitos!... 
Y, con una intuición casi inspirada, María piensa en Jesús. No le ha visto nunca hacer ningún milagro. Nunca Él le ha hablado de prodigios que entraran en sus planes. Pero María sabe la historia de Israel. Un profeta tenía que manifestar su autoridad con signos que acreditasen su misión. Dios tenía que autorizarlo. Nos metemos ahora en el pensamiento de María, que se está diciendo: 
- ¿Y Jesús, mi Jesús, que Dios me lo regaló virginalmente, no se va a manifestar algún día? ¿Y no podría empezar hoy?... 
No se lo piensa más, y se lanza a la aventura. Con respeto, con timidez casi, pero con audacia y con enorme confianza, con amor irreprimible, le expone a Jesús la situación: 
- No tienen vino. Se les ha terminado...
Jesús se siente casi contrariado. No me toca --piensa-- adelantar el momento que me tiene señalado el Padre. Por eso, mira a su madre con algo de seriedad. Y le responde:
- Mujer, ¿y qué nos va a ti y a mí? Aún no ha llegado mi hora. 
María comprende. Pero se queda mirando a Jesús con ternura indecible. Y se da cuenta de que ha vencido. El amor, la compasión, van a ser el punto débil de Jesús. Segura de lo que dice, se dirige a los sirvientes: 
- Haced lo que Él os diga. 
Jesús mira también a su Madre, como diciéndose: ¡Esta mamá!... ¿Quién le va a negar nada?...
Todos sabemos el resultado final. Jesús que ordena: 
- Llenad las tinajas de agua. 
Y, una vez llenas hasta arriba: 
- Sacad ahora, y llevadlo al mayordomo del banquete. 
Seis tinajas de agua --unos seiscientos litros en total-- convertidas en vino generoso, celebrado como el mejor que los comensales han probado en su vida. Y así se lo expresan al novio: 
- ¡Nos la has hecho buena! ¡Vaya sorpresa! ¡Guardar hasta el final un vino semejante!...
Pero, cuando se enteran del origen de vino tan singular, todo es admiración, respeto, casi temor ante aquel pariente y amigo, sobre el que se preguntan: 
- ¿Quién es este Jesús?...
Las lecciones que nos da este bellísimo Evangelio son muchas y estimulantes. Nos fijamos únicamente en las que se refieren a María, tal como nos las trae la nueva Misa de Santa María de Caná. 
Dios Padre la quiere metida en el misterio de nuestra salvación. Es Él, Dios mismo, quien le dice: 
- Tú, María, a salvar a los hombres junto con Jesús...
María cumple su misión de intercesora con los jóvenes esposos y con los discípulos, ayudándolos en su necesidad y en el acrecentamiento de la fe en Jesús. 
Así tiene que seguir haciéndolo después en el Cielo con todos nosotros. Sobre Ella pesa el encargo de Dios: 
- María, Tú, ¡a auxiliar siempre a tus hijos!...
María es la primera apóstol que nos lleva a Jesús, y nos dice cómo hemos de responder a Jesús en lo que nos enseña y manda: 
- Haced lo que Él os diga. 
María está presente, desde entonces, en el banquete del Reino, que es la Eucaristía. 
Ella nos invita a comer el Pan, que nos dio horneado en sus entrañas de Madre. 
Ella nos invita a beber el Vino, la Sangre que Jesús tomó de la propia sangre de María. 
Juan sabe lo que hace al meter a María de una manera tan destacada en la boda de Caná, y en atribuirle una decisión tan notable en el primer milagro de Jesús. Juan, en la interpretación de los milagros que narra en su Evangelio, mira al signo que entrañan, a lo que quieren decir, y, en este caso ha asignado a María el gran papel de intercesora por nosotros ante Jesucristo y en evengelizadora del mismo Jesús. 
- ¡Jesús, no tienen vino!, dice la Intercesora. Y el vino que aparece regalado por Jesús. 
- ¡Haced lo que Él os diga!, dice la Evangelizadora, que nos lleva siempre a Jesús... 
¡Madre María, la solícita Mujer de Caná de Galilea! Llena las tinajas de nuestro corazón con el vino nuevo y generoso del Reino. Llénalas del amor a Jesucristo, el Esposo de la Iglesia, el Esposo de nuestras almas... .
Jn. 2, 1-11

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