Una Madre la más bonita

 

R.I.I.A.L

 

 

La devoción cristiana a la Virgen María tiene muchas manifestaciones, a cada cual más bella. Nuestro pueblo sabe adivinar en María una multitud de facetas a cuál más interesante. No hay misterio de la Virgen que no haya sabido adornarlo con leyendas y celebrarlo con culto especial, relacionándolo siempre con el misterio de Jesús. 
Pero habrá pocos pasos en la vida de la Virgen que hayan arrancado tanta devoción y hayan sido y que sigan siendo tan conmemorados como los Dolores de María al pie de la Cruz. 
En el Calvario vemos a una Madre anegada por tanto dolor que su preciosa cara aparece deformada casi del todo, y, siendo tan hermosa, se parece en aquellas horas al Hijo que cuelga del madero y del que dice Isaías que no tiene ni figura humana. Sin embargo, en medio de ese mar de penas, ¡sigue siendo tan bella la Virgen Dolorosa!... 
Nos viene al caso la narración de lo que parece un cuento bonito, aunque trágico también, pero que no es cuento, sino una historia cargada de ternura. 
Hemos de trasladarnos a la escuela de una Misión Católica en el Japón. Los niños están jugando todavía al atardecer del día en el jardín, y el Misionero ha de echarlos casi a empujones por que no quieren salir. Al verse con el juego interrumpido, el niño más pequeño de todos señala con el dedo a un compañero, que está de mala cara.
- Padre, este dice que nuestro Dios es muy feo, porque está muerto en una cruz, y por eso no quiere ser católico; pero su mamá es todavía más fea, y, si dice eso, tampoco debería él quererla. 
Esta era la verdad. Y el compañero de la mamá fea, lloroso, no durmió en toda la noche, pensando: 
- ¿Por qué no tendré yo una mamá bonita? 
Y envidiaba a sus compañeros que la tenían bonita, muy bonita... Al fin llegó una fiesta deportiva muy especial, que no falta en ningún colegio japonés. Los chicos y las chicas se preparan para sus exhibiciones artísticas, que duran hasta media tarde. El número más simpático de todos es un baile muy curioso: las parejas se componen de las mamás con sus pequeños. Pero, al ir a empezar el baile en aquella escuela de Hiroshima, el niño de la mamá fea llora desconsoladamente y no quiere bailar con su mamá, mientras va repitiendo: 
- ¡Yo quiero una mamá bonita, yo quiero una mamá bonita!
La mamá llora por dentro más que el niño por fuera. Pero se calla. No dice nada. Al regresar a casa, aquella madre, todavía pagana, va a un armario, saca la fotografía que el niño ha visto muchas veces, pero sin saber de quién era, y le dice por todo reproche: 
- ¿Te gustaría una madre como la mujer de este retrato? 
- Sí, una mamá así quiero yo. 
- Pues, ésta es tu verdadera madre, ésta soy yo. Así era el día en que casi pierdo la vida por salvar la tuya, aquel día terrible de la bomba atómica...
Sí, esta historia parecería una página de novela, si no la contara un misionero en el Japón de fama mundial. 
Nosotros, al leerla u oírla, hemos notado ya cómo nuestro pensamiento se ha ido a otra Madre, muy bonita, pero que en un momento dado, y sin dejar de ser hermosa de verdad, presentó una cara destrozada por el dolor, mientras que lágrimas silenciosas le caían por las mejillas sin cesar. 
¿No es ésta la estampa de la Virgen en el Calvario?... 
Nuestro Pueblo la ha llamado siempre La Virgen Dolorosa, La Virgen de los Dolores. 
Allí está, queriendo salvar al Hijo que cuelga del madero. Asiste impotente al suplicio, y, si no puede salvar al Hijo de sus entrañas que muere, sí que está colaborando a la salvación de tantos hijos suyos perdidos, que ahora le encomienda el Hijo de la cruz, cuando le dice: 
- Ahí los tienes. Son tus nuevos hijos. Sálvalos. 
Por nuestra salvación, uniéndose a la pasión de su Hijo Jesús, aparece la Madre nuestra tan dolorida, tan deshecha, tan llena de amargura. 
Nuestra gente ha sentido siempre mucho los Dolores de la Virgen. La devoción a los Dolores es una de las más entrañadas en el pueblo, y vale la pena mantenerla, pues sin duda alguna trae muchas bendiciones sobre las almas. 
A su vez, esa Madre hermosa arrastra todos los corazones, cuando aparece deshecha por la aflicción.
Y la Madre sabe enjugar las lágrimas de sus hijos, cuando los ve llorar como lloró Ella en el Calvario. Sabe endulzar sus penas, cuando nuestro pueblo sufre. Sobre todo, sabe acoger a sus hijos, cuando van a llorar ante Ella las culpas que fueron causa de su dolor. Cuando le dicen, como el mayor poeta alemán:
¡Oh Madre afligida, oh Madre angustiada!
los ojos inclina piadosa hacia mí:
de horrible deshonra, de muerte ultrajada, 
liberta a quien siempre buscó amparo en ti.
Virgen Dolorosa, Virgen de los Dolores atroces del Calvario, tan querida de nuestro pueblo. ¡Qué bonita es nuestra Madre del Cielo, hasta cuando aparece destrozada por nuestra salvación!... .
P. Arrupe SJ. - Goethe, Plegaria de Margarita.

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