La Virgen María y Simeón

 

Camilo Valverde Mudarra 

 

 

Simeón era un anciano, justo y piadoso, de Jerusalén que estaba a la espera de ver la consolación de Israel y, cuando sus padres llevaron a Jesús al Templo, los bendijo y dijo a María:

“Este niño está destinado a ser caída y resurgimiento de muchos en Israel; será signo de contradicción, y una espada atravesará tu alma, para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones” (Lc 2,34_35).

La profecía es muy dura para una madre que goza con las sonrisas de su niño. Será signo de contradicción, caída y alzamiento; y el doble filo de una espada atravesará el alma de la Madre. Ella, oyó aquellas enigmáticas palabras en silencio, con sorpresa y sintiendo ya los filos del dolor. Y pensativa las fue guardando dentro para meditarlas despacio. Después de haber perdido al Niño Jesús y haberlo buscado con angustia, sus padres lo encontraron en el templo. 

- “¿Por qué nos has hecho esto?” Le recriminaron ellos. 

- “Yo estaba ocupado en las cosas de mi Padre”. 

Pero no entendieron la respuesta del Hijo. Ni la razón por la que tuvo que “perderse” sin haberles pedido su permiso. ¿Qué tiene que hacer un niño que no sea estar junto a sus padres, obediente? Pero Ella sabía que era un niño especial, igual y distinto. Y ella, su Madre, conservaba todo esto en su corazón (Lc 2.41-51).

Procuremos que, para nosotros, sea causa de resurgimiento y toda su doctrina que leemos y aprendemos en el Evangelio entre en nuestra alma, la guardemos y la hagamos vida.