Joaquín y Ana, Padres de la Virgen María

 


José Ribes, capuchino

 

 

“Su esperanza no se acabó, sus bienes perduran en su descendencia, su heredad pasa de hijos a nietos. Sus hijos siguen fieles a la alianza, y también sus nietos, gracias a ellos. Su recuerdo dura por siempre, su caridad no se olvidará” (Eclesiástico 44,10-13). Si puede llamarse dichoso el hombre o la mujer cuya vida sea merecedora de estas palabras, así podemos calificar a los santos Joaquín y Ana, padres de la Virgen María, cuya fiesta se celebra en la Iglesia el día 26 de Julio. 

Si bien no encontramos huella alguna en la Sagrada Escritura de los abuelos maternos de Jesús, sí en algunos escritos del s. II, llamados evangelios “apócrifos”, por no pertenecer al canon de los libros inspirados. Según el Proto-evangelio de Santiago (evangelio apócrifo), ambos esposos gozaban de una vida conyugal dichosa, llena de felicidad, su casa era un hogar donde se vivía la comunión con Dios en el amor mutuo y en el servicio a su hija María. 

Su vida interior les impulsaba a ser generosos hacia el prójimo. Así lo atestigua el evangelio apócrifo del Pseudo-Mateo, cuando afirma que san Joaquín hacía tres partes de sus bienes: “la primera la distribuía entre las viudas, los huérfanos, los peregrinos y los pobres, la segunda para las personas consagradas al culto de Dios, la tercera, finalmente, se la reservaba para sí y para toda su familia” (I,1). 

Pero más recordados son San Joaquín y Santa Ana por el fruto de sus entrañas. Así habla de ellos San Juan Damasceno (s. VII): “Dichosa pareja: toda la creación os está agradecida, ya que a través de vosotros pudo ofrecerle al Creador el más excelente de todos los dones: una madre venerable, la única digna de Aquél que la creó”. 

Además, la fiesta de San Joaquín y Santa Ana se ha enriquecido con un significado social: es el día de los “abuelitos”. Aprovecho este artículo para homenajear a tantos hombres y mujeres que se han desvivido y siguen haciéndolo por sus hijos y por sus nietos, por tantos sacrificios realizados porque tiempo atrás fundaron una familia, la mantuvieron con sus sudores y en el presente ayudan a sus hijos en el cuidado de los nietos. Pero no todo es color de rosa. Cuántos hombres y mujeres son un estorbo para su familia, son “abandonados” por sus hijos en una residencia de ancianos, o viven sólos en casa y los suyos les visitan de tarde en tarde. Cuántos rostros sufrientes por la soledad, la incomprensión, la marginación, la in-utilidad. 

La fiesta de San Joaquín y Santa Ana es un día propicio para reclamar y pedir todos que estas situaciones de sufrimiento y soledad no se produzcan, que sean valorados, escuchados, atendidos, estimados, y su experiencia sea siempre guía para los suyos. 

Fuente: El Propagador, Capuchinos, Valencia, España