La leyenda del juglar de la Virgen


Fundación Obra Cultural

Esta encantadora leyenda intenta enseñarnos que hemos de alabar a Dios ya desde aquí en la tierra con los dones que hemos recibido sin pretender compararnos con nadie.

Existe en la catedral de Exeter - capital del condado de Devon, antigua capital del reino de Wessex- las figuras de dos pequeños juglares tallados en la ménsula del capitel que corona una columna de la nave: son el pequeño violinista callejero y el acróbata que se sostiene, verticalmente, sobre su cabeza como base. Enfrente, en la otra parte de la nave, sobre la correspondiente columna, se destaca el relieve de la imagen de la Virgen Santísima con su divino Hijo en brazos. Se ve claramente la relación entre los dos relieves de las dos columnas de la parte norte de la nave: los dos juglares festejan evidentemente a Nuestra Madre y Señora.

Excusado es decir que tales figuras representan a lo vivo la leyenda del "juglar de la Virgen". Era éste un juglar y bailarín que se proponía alabar y servir a Dios con su oficio. Pero se veía despreciado de todo el mundo porque era un pobre infeliz y tan ignorante, que no sabía leer, ni siquiera rezar. Un día se fue a una iglesia y se dirigió al altar de la Virgen María. Se aligeró de sus vestidos y se puso a bailar.

-Señora - le dijo a María-, yo no sé cantar, ni leer bellas cosas para ti; pero sí puedo escoger lo mejor de mi repertorio para jugar y bailar en tu presencia. Ahora permíteme, Señora, que yo sea como el ternero que salta y brinca de gozo delante de su madre. Señora, pues eres dulce y amable para aceptar al que quiere servirte de verdad, sabe que, aunque sea yo tan pobre e infeliz como el que más, todos mis esfuerzos son exclusivamente para ti.

Y en seguida comenzó a saltar delante de ella, primero con saltos bajos y cortos; luego dando grandes brincos; ahora por debajo, ahora por encima del altar, haciéndole a la Virgen graciosos saludos y dando volteretas en el aire.

-Señora -le dijo-, tú eres todo mi gozo. Tú llenas de gozo a todo el mundo, iluminas todo el mundo y lo enciendes con tu amor.

Hasta que un día, agotado, murió a sus pies el pobre "juglar de la Virgen". La leyenda termina con estas palabras: "En buena hora bailó; en buena hora alabó y sirvió a la Virgen; en buena hora ganó así tal honor, que ningún otro se le puede comparar."

Durante muchos años fue, cada día, solo, a una cripta a practicar sus juegos y danzas. No quiso que nadie supiese qué hacía; le bastaba que lo viera Dios, a quien quería servir; y él creyó siempre que Dios veía su pura intención. Pero algún escultor recordó esta bella leyenda y la grabó sobre la piedra para perpetuarla. Así desde hace casi setecientos años el pequeño juglar de la Virgen está cabeza abajo y el violinista ha seguido honrando a Nuestra Señora con sus mudas melodías. Durante setecientas años sus ojos han estado fijos, a través de la nave, en las figuras de su queridísima dulce Madre y su Hijo divino en brazos, su Dios y Señor