Preparando el nacimiento con Maria


Padre Sergio A. Cordova, L.C.

Un hermoso poema de José María Pemán inicia así: “El Evangelio empieza ante una puerta/ de una fonda en Belén y un posadero./ -¿No habrá una habitación para esta noche?/ - Ninguna cama libre; todo lleno./ Y Dios pasó de largo. ¡Qué pena, posadero!”. Hace algunos días me llegó un mensaje de internet, que me gustó mucho. Me escribió una prima mía, muy querida, que me contaba esta experiencia: La semana pasada, una amiga me pidió que fuera a su casa a ayudarle con las decoraciones navideñas. Fui con mucho gusto y, cuando entré a su casa, me di cuenta de que ya tenía más o menos todo preparado –el árbol con las esferas, los adornos, las luces, etc.– pero no encontraba lugar para el Nacimiento. Yo me paré en seco y le dije: “mira, mi niña, yo lo siento mucho, pero al festejado me lo tienes que poner en el centro de todo. Quita todas esas cosas y pon al Niño Dios, y comienza por hacerle un lugar en tu corazón”. Yo le di un aplauso en mis adentros. Efectivamente, así debe ser. Es muy triste que la gente se dedique a hacer tantas decoraciones y deje el nacimiento para el final. Pero esto es sólo una señal indicativa. ¿No será que muchas veces también nosotros dejamos de preparar nuestro “nacimiento” interior porque tenemos el corazón lleno de tantas bagatelas y vanidades, de tantas distracciones y consumismo, que ya no hay espacio para Dios? Es como si, al ser invitados a una fiesta de cumpleaños, nos dedicáramos a comprar regalos para todos los amigos y conocidos, y nos olvidáramos de comprar el regalo para el festejado… ¿Verdad que sería ridículo y un descuido imperdonable, una gravísima falta de cariño y hasta de la más elemental educación y cortesía? ¡Pues eso es lo que muchas veces hacemos nosotros con el Niño Jesús en la navidad! Muchos adornos, muchos regalos para todo el mundo… ¡menos para Él! Ojalá que no nos pase eso a nosotros. Ya sólo faltan tres días para el nacimiento del Hijo de Dios en la tierra. Pero, si queremos que su venida deje un fruto real y duradero en nuestras vidas, debemos preparar nuestro corazón para que encuentre un lugar digno para nacer. Sin embargo, necesitamos que alguien nos eche una mano. ¿Quién nos podrá ayudar? 
En este período del adviento, dos son los personajes centrales que aparecen en escena: san Juan Bautista, el precursor del Mesías, que juega un papel muy importante en nuestra preparación espiritual. Y María Santísima. Es ella quien ocupa, sin lugar a dudas, el puesto preeminente. Ella es su Madre y, sin ella, no habría navidad. Es ella quien lo trae en su regazo virginal, quien lo dará a luz en muy pocos días y nos lo ofrecerá para nuestra adoración. Ella es quien mejor puede ayudarnos a preparar nuestro corazón. Y es ella quien aparece hoy en el Evangelio como protagonista. 
María va a la montaña de Galilea a visitar a su prima Isabel, que está ya esperando a su hijo, el futuro Precursor. Y ese maravilloso encuentro en la fe realiza un milagro: Juan Bautista, todavía en el seno de su madre, siente y reconoce a Jesús, el Mesías, también en el seno purísimo de su Madre Virgen; y es tal su regocijo –nos cuenta el evangelista— que “la criatura saltó de alegría” en el vientre de Isabel. Su madre, llena del Espíritu Santo, le dirige a María aquellas palabras tan inspiradas que los cristianos rezamos miles de veces desde que aprendimos a rezar cuando éramos chiquitos: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús!”. Bendita es María por su fe y por su aceptación amorosa de la Voluntad de Dios en su vida; bendita porque creyó en el anuncio que Dios le dirigía a través del ángel y porque lo abrazó con todo su corazón. Ésta es la mejor manera de prepararnos para el nacimiento del Niño Jesús. Ojalá también nosotros, como María, le hagamos un lugar a Dios en nuestra alma. Más aún, que le demos el lugar más importante, el primero. Que sea su santísima Voluntad, la fe y el amor a Él lo que verdaderamente cuente en la balanza de nuestros pensamientos, decisiones y comportamientos en el quehacer diario y en las mil circunstancias concretas de cada día. Que sea la caridad, la humildad, el servicio, la alegría lo que nos caracterice como cristianos. 
Ojalá que no atiborremos nuestro corazón de egoísmo y de vanidad, de cosas inútiles y superfluas; más bien, procuremos ser generosos con Dios y con los demás. De lo contrario, Dios pasará de largo y también a nosotros nos sucederá lo que le ocurrió al posadero de aquella primera Navidad de la historia, en Belén: que no tuvo lugar para ellos –para Jesús, para María y para José— porque su posada estaba ya completamente llena. El poema que mencionaba al inicio, continúa así: “Todo hubiera empezado de otro modo:/ las estrellas columpiándose en tus aleros,/ los ángeles cantando en tus balcones,/ los reyes perfumando tu patio con incienso,/ y, en tu fonda, el divino alumbramiento./ Pero, “no queda sitio, ni una cama; lo tengo todo lleno”./ Y Dios pasó de largo… ¡qué pena, posadero!”.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)