Ave María de todas maneras

Padre Ramón Angel Cifuentes G. S.J   Padre Guido Jonquieres, S.J. 


PRESENTACION
Quizás conozcas el folleto Padre nuestro de todas maneras y su estilo. Si no, no importa; no quita que puedas usar éste.

Este es al mismo tiempo parecido y diferente. Parecido en su forma y presentación general. Diferente por cuanto la primera parte de la avemaría es una alabanza, una felicitación, sin equivalente en el padrenuestro. Diferente también porque somos dos autores en vez de uno.

Supongamos que no conoces el folleto anterior sino solamente el que tienes entre manos. Está hecho para que puedas sacar provecho de la avemaría para tu oración, sin verte obligado/a a repetirla siempre de la misma manera, sin más. La hemos ampliado con alabanzas y peticiones que se inspiran en su letra y te pueden ayudar a rezarla de manera mucho más consciente. Además, al final de cada sección, encontrarás algunas preguntas o sugerencias que te invitan a continuar tú mismo/a con tus propias palabras, tus pensamientos, tus sentimientos. Hazlo con espontaneidad y, si no te sale tan natural, inténtalo igual, entrénate. Será una buena manera de aprender a crear tus propias oraciones, sin rechazar los rezos conocidos. Así debiera hacerlo todo cristiano adulto.

Si prestas o regalas esta Avemaría de todas maneras a algún evangélico conocido tuyo, hemos querido que no se sienta ofendido ni escandalizado. Los católicos no adoramos a la Virgen María. No la ponemos encima de Dios ni a la par con El. Nuestras alabanzas y nuestra veneración son sacadas de la Sagrada Escritura o inspiradas en ella y hemos indicado en nota las referencias bíblicas. En el fondo tratamos simplemente de dar cumplimiento a la palabra profética que el Espíritu Santo puso en boca de la misma Virgen: "Me felicitarán todas las generaciones" (Lc 1,48).

Por fin, un aviso práctico: no intentes leer y rezar este librito apuradamente: te resultaría fatalmente hostigoso, tal vez repetitivo. Usalo de a poco, unas líneas cada vez, y saborea lo que te gusta, hazlo tuyo, agrega lo que te nace. Ya sabes: se trata de que aprendas a orar cada vez más con tus propias palabras. ¡Adelante!


DIOS TE SALVE, MARÍA

¿Cómo saludarte, virgen María?
Decimos: Dios te salve, pero hace tanto tiempo que te salvó...
Según el evangelio de Lucas, el ángel te dijo: ¡Alégrate!
Sí, alégrate, María, alégrate sin medida:
de ti nació el mejor de los hombres, el Hijo de Dios.
En cada idioma intentamos los hombres 
darte un saludo digno y bello,
distinguido,
cariñoso.
¡Eres tan simple y tan grande!
Hija de gente sencilla y madre de Jesucristo,
Nuestra hermana y nuestra reina,
Joven esposa del carpintero,
humilde dueña de casa
-una casita tan chica en un pueblo tan chico-
madre humillada y deshecha
que recibes en tus brazos a tu hijo asesinado,
pero, por eso, madre gloriosa del resucitado.
¡Alégrate, alégrate, alégrate!

Así te dijo el ángel, el mensajero de Dios mismo,
y por nuestra boca, el mismo Dios Padre te sigue saludando
como a su hermosa y castísima esposa
y te bendice para siempre.

¿Cómo no hacer nuestro ese saludo celestial,
sin igual por lo que dice enseguida
y por quien lo dice,
ese saludo lleno de luz, de gozo y de gracia?

Sí, acogemos ese mismo saludo de Dios,
signo de su benevolencia,
que te desea todo bien 
y, al desearlo, te lo hace, lo crea para ti.

Desde siempre, queriendo nuestro bien, 
nuestro bien absoluto,
El ha querido que nos llegue por medio de ti, 
de tu libre aceptación;
ha querido, ha honrado de antemano,
tu hermoso y valiente consentimiento.

“Con amor eterno te he amado” ,
dice El a su pueblo, por boca de Jeremías;
y tú, María, eres la joya, la gloria de su pueblo, 
especialmente amada con un amor eterno.
A ningún ser humano -solamente humano- 
ha querido Dios jamás como a ti.
Y nosotros aprendemos de él: 
te amamos y te honramos
como a nadie más, fuera de Dios.

¡Bendita seas, María, la amada de Dios,
nuestra Señora y humilde hermana!
En tu conciencia plena, humilde 
y agradecida del inmenso don de Dios,
tú misma profetizaste:
“bienaventurada me llamarán todas las generaciones” .
Pues, así te llamamos, en cumplimiento de la profecía 
que el Espíritu Santo puso en tu boca:
“bienaventurada eres por siempre”.

¿Quieres agregar alguna otra alabanza o felicitación a la Virgen?

¿Has encontrado algo que no te interpreta y quieres expresarlo de otra manera?

¿Prefieres hablar ahora de María con Dios Padre, o con Jesús?

Si respondes que sí a alguna de estas preguntas o a todas, date el tiempo para hacer la oración que deseas.

LLENA ERES DE GRACIA

¡Ahora sí que el saludo de Dios se eleva hasta lo inaudito!
Tú, mujer, tú, nuestra hermana, eres la llena de gracia,
la “favorecida de Dios”.

En eco a este saludo, tu prima Isabel, inspirada,
te llama: “bendita entre las mujeres”,
y: “dichosa tú que has creído en lo que se te dijo de parte del Señor” .

Sí, ésta es tu gloria, oh María:
haber creído 
y, por tu fe, haber acogido en ti al Dios que te creó.
¡Nada menos!

Por eso, no nos cansamos de repetir el saludo sin igual:
Dios te salve, María, llena de gracia,
¡cincuenta y hasta ciento cincuenta veces en el rosario!
No nos cansamos de expresarte, una y mil veces, nuestro cariño de hijos.

Las generaciones de cristianos, católicos y ortodoxos,
desde hace siglos,
han meditado ese saludo de Dios traído por el ángel
y el saludo de Isabel,
y han comprendido: 

tú eres la Inmaculada,
el cristal que deja pasar toda la luz divina;
en ti no hay pecado alguno, 
ni original, ni personal, 
ni al comienzo, ni en los años de tu vida,
ni en tu partida de este mundo;
por eso eres María Santísima,
siempre Virgen,
tan adherida a tu hijo 
y a Dios su Padre, por el Espíritu Santo,
que nadie más pudo retener tu corazón 
o poseer tu cuerpo;
y la asunción corona tu destino humano único:
ya vives para siempre 
-la primera- con tu Hijo glorioso.

Desde entonces, tu amor nos abarca a todos;
¡un amor tan amplio como el de Dios mismo 
-porque es el suyo el que compartes 
y nos enseñas a compartir-
y tan humano
porque fuiste y eres una mamá tierna, vigilante y firme!

En el primer libro de la Biblia
podíamos ya vislumbrar quien ibas a ser:
por tu hijo Jesús 
ibas a “aplastar la cabeza” de la serpiente,

es decir, de nuestro enemigo el demonio,
librándonos de su dominio .
¡Qué fortaleza la tuya, al lado de tu hijo Salvador!

Sabemos que el único vencedor, el único Salvador, es él;
Pero sabemos que su primera victoria fue 
conseguirte la plenitud de la gracia,
antes que a nosotros que también la esperamos de El,
y asociarte de modo único a su inmensa obra.

El vino “para que tengamos vida en abundancia” .
Tú le diste la vida humana 
y él te dio, antes que a nosotros,
su vida divina, el aliento del Espíritu Santo.

Por eso, eres 
la llena de gracia, 
la santísima Virgen María,
la Madre de la Iglesia,
la “estrella de la mañana” que anuncia al sol,
el “sol” que es Cristo,
ese Sol de justicia,
justo y que nos hace justos ante Dios,
quien, al fin, no dejará ni rastro de pecado 
en nosotros,
como ya lo quitó de ti totalmente.

¿Sientes la necesidad de reflexionar lo que acabas de leer, para asimilarlo mejor? Pide que el Espíritu Santo te ilumine.

¿Te nace pedir una gracia para ti a la Virgen, a Cristo o al Padre?

¿Prefieres prolongar tu admiración y alabanza con tus propias palabras?

Agrega, pues, la oración que te parezca mejor, ahora o en el próximo momento favorable.

EL SEÑOR ES CONTIGO

Hoy diríamos: el Señor está contigo.
Está totalmente contigo, 
porque no le opones ninguna resistencia.

“El poder del Altísimo te cubrió con su sombra” 
y de ti nació el Santo, el Hijo de Dios.
Eres el arca de la nueva y eterna Alianza 
entre Dios y nosotros,
eres más que el sagrario 
que guarda al Señor en medio de su pueblo,
más que la custodia que nos lo muestra, 
misterioso y tan presente.

Sí, el Señor está contigo
y por ti está con nosotros, Enmanuel .
Por eso te admiramos, te agradecemos, 
te nombramos en nuestra proclamación de fe, el credo;
te saludamos, Madre de la divina gracia, 
Reina de la paz.

¿Cómo no iba a estar contigo, a ser contigo, 
el que llevabas en tu seno?

Tú lo gestabas, pero él te creaba, 
te sostenía en la existencia,
te bendecía, 
te santificaba.

Puesto que el Creador lo pensó todo en Cristo
y quiso que todo tuviese en él su centro y su cabeza,
forzosamente te pensó también a ti desde el comienzo,
para que fueses la creatura en la cual su Hijo 
se haría presente en nuestra historia humana,
en nuestro mundo físico.
Por eso, la Iglesia pone en tu boca, con audacia,
las palabras de la Sabiduría divina, 
cuando se compara con una mujer,
con una compañera de Dios:
“El Señor me creó al principio de su obra, 
antes de comenzar a crearlo todo” .
¿Quién es la verdadera Sabiduría divina sino Jesucristo,
o el Espíritu Santo que hace de Jesús
el Cristo, el Hijo de Dios, el Salvador?
¡Pero estás tú tan unida al Dios que está contigo!
La vida humana, por la acción del Espíritu,
pasa de ti a Jesús tu hijo divino,
pero la vida divina de Jesús resucitado 
y su perfecta sabiduría,
por el mismo Espíritu Santo,
pasan de Cristo a ti 
y, después de ti, 
como fruto final de tu primer consentimiento,
a todos nosotros, según la medida de nuestra fe.

El Mediador único entre Dios y nosotros es Cristo, 
tu hijo, nuestro Señor,
el que siendo Dios y hombre verdadero, 
une a ambos inseparablemente;
pero tú estás justo al lado, 
eres el primer eslabón de la cadena humana,
la nueva Eva, 
madre de todos los creyentes.
¡Bendita y alabada seas, al lado de Jesús,
inseparable de él!

¡Oh Madre admirable, 
cuán cierto es que el Señor está contigo y tú con él! 
Eres “su delicia todos los días” , 
como una esposa perfecta.
Así es desde siempre, 
porque Dios nuestro Padre te predestinó
a ser la Virgen Madre
-lo imposible para todas las demás mujeres-,
Madre de su Hijo y madre de todos nosotros.
Así fue en tu existencia terrestre entre nosotros,
cuando el Espíritu Santo 
te encontró en tanta armonía con él
que te hizo concebir, en un acto de fe, al Hijo de Dios.

Así es para siempre, 
porque Cristo te llevó consigo en su gloria.
Tu humildad de joven sencilla y pobre
intuyó la hondura de tu propio misterio:
“Mi alma engrandece al Señor
y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador...
porque el Todopoderoso ha hecho en mí maravillas” .
Iluminada por el Espíritu, 
supiste reconocer la acción de Dios en ti.
Nosotros no hacemos más que retomar tu profesión de fe:
repetimos a todos los vientos tu hermosa verdad
para que se alegre el mundo entero.
¡Bendito el que por ti vino al mundo!
¡Bendita tú por quien vino!

Dios no eligió antiguamente a tu pueblo 
para excluir a los demás.
No te eligió a ti para excluirnos a nosotros.
Al contrario, por tu Hijo y por ti, 
ya no hay judío ni griego,
no hay latino ni gringo.
No hay hombre ni mujer.
No hay prohombres y esclavos, 
poderosos y atorrantes,
simplemente porque el Hijo de Dios,
hombre nacido de ti, mujer,
nos ha reconciliado como humanidad nueva y única.
El está con nosotros todos, hermano y salvador de todos.
Tú estás con nosotros todos, madre de todos,
imagen perfecta de la Iglesia.
¿Quién se la podrá contra nosotros? 
El no hace diferencia entre persona y persona,
tú tampoco la haces, 
a no ser por un hijo enfermo.
El no nos mira de arriba abajo;
“se hizo carne” en ti que no tenías alcurnia.
De no ser por José, divinamente inspirado,
no pertenecería a la familia de David .
Por medio de ese aldeano sencillo,
el carpintero de su pueblo, el modesto José,
sin nada de principesco,
es Jesús el hijo del rey David.

Así nos conquistó desde abajo,
con la ayuda de su “humilde esclava”.
¡Bendito sea Dios que así se unió con nosotros todos,
en un “noviazgo” santo e indisoluble!
¡Bendita tú que nos representas a todos a su lado, 
y nos atraes a todos,
mientras vamos caminando hacia la boda definitiva!

Ahora mismo, no están lejos, ni tú ni él:
por ti, él “puso su carpa entre nosotros”;
por ti, hemos aprendido a amarlo,
a guardar su palabra,
y él, según su promesa, 
habita ya secretamente en nosotros 
y nos da la vida, su vida, en abundancia .
Verdaderamente, el Señor está contigo, 
tan intensa y perfectamente
que, desde ti ya gloriosa a su lado, 
su presencia se extiende a todos nosotros.
Eres su templo y lo somos nosotros.
Toda la Iglesia es como una extensión de tu propio ser
en la gracia de Jesús,
en la bendición del Padre,
en el aliento de vida del Espíritu.
En la misa, a nosotros pecadores, el sacerdote nos dice:
“el Señor esté con vosotros”, “con ustedes”;
es un deseo, porque ¿quién sabe 
si lo hemos acogido realmente en nuestra vida?
Tú sí lo acogiste: está contigo.
No hace falta que te digamos “bendita seas”,
como a otras mujeres de la Biblia.
No. Bendita eres, de verdad, absolutamente.

¡Alégrate por siempre, Santísima Virgen María!

Hemos desarrollado bastante "el Señor es contigo". Quizás necesites retomar este trozo más despacio y modificarlo con palabras tuyas. No dudes en hacerlo, párrafo por párrafo, ahora o en varios momentos que tengas disponibles.

Gracias a la aceptación de María, el Señor está también contigo, con tu familia, con nuestra generación. Háblale a El de los tuyos, de los hombres y las mujeres de hoy, en compañía de la Virgen.

BENDITA TÚ ERES ENTRE TODAS LAS MUJERES.

No eres una mujer bendecida por Dios entre tantas más,
entre tantos seres humanos 
que Dios bendice por ser sus hijos.
Eres la mujer bendecida más que todas,
más que todo ser humano.

No lo hemos inventado nosotros:
tu prima Isabel, “llena del Espíritu Santo”,
así te saludó al recibir tu visita,
te reconoció, inspiradamente, 
como “la Madre de su Señor” .
El mismo ángel de Dios te había anunciado 
el embarazo de Isabel, mujer estéril,
como señal de lo que iba a ocurrir en ti, 
que no eras estéril sino virgen.
Y he aquí que, a tu llegada, tu prima te madruga
con una hermosa celebración 
de tu fe: “feliz tú que has creído...”,
y de tu misión: “¡la madre de mi Señor!”
Su mismo bebé, el futuro Juan Bautista,
desde el vientre de Isabel
te celebra y celebra a Jesús recién concebido.
Ella, conmovida, te lo cuenta como señal de alegría,
de la alegría que el Hijo de Dios trae al mundo,
a todo hombre y toda mujer 
que lo acoge y te acoge con él.
¿A ti, María, después del anuncio del ángel,
te pesaría tu inmenso secreto,
hasta que lo adivinara Isabel?...
Su acogida te permitió lanzar tu magníficat,
ya estabas segura que el sorprendente saludo del ángel 
era verdad,
¡y su anuncio, evangelio, buen mensaje, mensaje de bien,
mensaje de nuestra salvación
que iba a ocurrir por ti, Madre del Salvador!
¡Qué comunión es la tuya con Isabel!
¡Qué contentas están las dos 
de haberse comunicado en verdad!

Virgen María, alcánzanos la gracia
de saber hablarnos así,
de saber escucharnos así, 
nosotros que somos tan tímidos 
para hablar de nuestra fe,
de nuestra pobreza interior,
de nuestra soledad,
de nuestra experiencia de Dios.

En nosotros también el Señor hace maravillas
cuando lo acogemos;
y entre nosotros, 
aventando a los soberbios 
y ennobleciendo a los humildes,
derribando a los prepotentes y elevando a los pobres,
colmando de gozo a los que apenas tienen pan
y dejando en su tristeza a los que despilfarran...
como había prometido a nuestros padres, 
desde Abraham y su descendencia.

¡Oh! tú, la pobre enaltecida,
la humilde elevada,
la gozosa sierva del Señor,
la joven de delantal sentada en el cielo,
tan cerca de tu Hijo carpintero y crucificado,
y rey del universo,
no nos dejes caer 
en la soberbia cuando vestimos mejor,
en la desesperanza cuando es dura la vida,
en la vanidad por un auto nuevo,
o en la envidia por el Alto Las Condes.

Que tu juvenil entusiasmo nos arrastre
y sepamos gritarle a tu Hijo, 
como aquella mujer de tu pueblo:
¡Dichosa la madre que te dio a luz y te crió!
y sepamos escuchar la respuesta de Jesús
que nos engrandece a todos:
¡Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios 
y la guardan! 
Nadie la ha escuchado como tú.
Nadie la ha guardado como tú.
Eres la más dichosa de las mujeres,
la más perfecta de las madres,

porque en ti la mismísima Palabra de Dios
tomó carne humana,
para hablarnos en lenguaje humano,
aprendido de ti.

¡Cómo dejaste que Jesús creciera!
¡Cómo aceptaste, no sin dolor, 
su preferencia por la casa de su Padre,
por la causa del Reino de su Padre! ;
¡Cómo lo dejaste partir a su misión!
¡Cómo lo acompañaste al pie de la cruz!
Por eso, eres reina a su lado.
¡Como él, nos robaste el corazón!
Con él, nos preparas a seguirle de verdad,
a las buenas y a las malas,
en cada etapa de nuestra vida.

Tal vez desees decirle otra cosa a la Virgen, bendecirla de otra manera, sobre todo si eres mujer: hazlo.

Admira la obra de Dios en ella y también en ti, en tus amigas y conocidas y en todo ser humano.


Y BENDITO ES EL FRUTO DE TU VIENTRE, JESÚS.

(El nombre de Jesús lo agregamos nosotros; 
Isabel aún no lo sabía).
Jesús, ese nombre -ese hombre- por el cual somos salvados y no hay otro que nos salve .
¡Su concepción en tu seno cambia el destino del mundo!
Pronto va a estallar la verdad: 
Dios es nuestro Padre y nosostros sus hijos.
¡Se acabó la lejanía!
¡Bendito sea Jesús, nacido de ti, nacido de tu fe!
Sin su nacimiento no serías tú la Madre de Dios,
ni sería él nuestro hermano.
La concepción y el nacimiento de Jesús son tu bendición
antes de ser la nuestra.
Por él te llegó la gracia, 
como a nosotros, 
aunque a ti, más temprana y más total.

¡El fruto de tu vientre!
El Hijo de Dios formado lentamente de tu sangre,
recibiendo de ti su progresiva humanidad,
sus formas, sus rasgos,
sus ojos y sus miembros.
El Hijo de Dios alimentado por tu leche,
mudado por tus manos,
acunado en tus brazos,
despertado a la sonrisa por tu mirada,
balbuceando la palabras de tu habla,
ensayando sus pasos tomado de tus dedos,
rezando contigo y con José sus primeros rezos,
aprendiendo de ti a gozar del agua,
de la luz,
de las flores y
los pájaros;
aprendiendo de José cómo labrar la madera,
cómo recibir a la gente,
cómo quererte a ti.

No queremos, no podemos separarte de Jesús, ni a él de ti.
Por eso, tantas veces,
te representamos con el niño en tus brazos.
Eres persona sin él, por cierto, 
podías ser santa sin esa maternidad, tal vez,
-las mujeres de hoy no quieren 
ser apreciadas solamente como madres-
pero a ti la santidad te vino para ser su madre,
por ser su madre:
ésa fue tu vocación, ése fue tu destino;
de él vino tu grandeza y la recibiste en plenitud,
por él a ti y a nosotros nos viene “gracia tras gracia” ,
por él tenemos acceso a la vida eterna.
Tu misma asunción -tu tránsito- nos confirma que es así.
Fuiste primera por el camino que Jesús abrió a todos
y estás ya con él en su gloria.
¡Bendita tú, bendito él, por la vida eterna compartida!
Fue Dios mismo quien te enseñó por boca del ángel el nombre de Jesús,
que quiere decir “Dios salva”,
que dice, pues, la verdad.
Con el anciano Simeón en el Templo,
sabemos y proclamamos que es la gloria de su pueblo Israel y la salvación a todos prometida,
desde el tiempo de Adán.
Escuchamos la predicción de aquel día:
“una espada atravesará tu alma” , te partirá el alma.
Así fue cuando Jesús, rechazado por tantos hombres, quedó crucificado en tu presencia.
Allí estabas tú, de pie junto a la cruz,
con tu fe única,
representándonos a todos,
adherida a la Pasión santa y salvadora de tu Hijo,
sufriendo con él lo indecible
y compartiendo su fidelidad al Padre, 
su esperanza inquebrantable.
¡Benditos sean ambos 
por ese terrible momento que nos salvó!

Mucho antes de la cruz, desde el comienzo, 
habías sufrido ya,
como tu hijo y por él.

¿Cómo iba la gente a entender 
y creer tu maternidad virginal?
¿Cómo la entendería, 
cómo la podría aceptar José, tu prometido?
Confiaste a ciegas en tu Dios y Señor:
El sabría cómo convencer a José,
cómo evitar que fueses apedreada 
por un supuesto adulterio.
Admirable desde entonces fue tu fe y esperanza,
pese a la angustia y el dolor.
Sé, pues, nuestra maestra en fe y en esperanza,
cuando el miedo nos paraliza
o la desconfianza nos taladra.
Obténnos la gracia de encontrar en nuestras comunidades
a alguna Isabel, a algún Simeón que nos reconforte,
como te reconfortaron a ti.
Sé tú misma nuestra hermana en el camino de la vida,
en sus cruces y anhelos.

Obtén para los esposos y las esposas inocentes
la confianza, sin celos, de su pareja,
porque ¡es tanto el dolor de vivir bajo sospecha!
Acompaña a los que el mundo critica,
sin entender su fe ni su amor.

En verdad, Dios veló por ti:
José, advertido en sueño, no rechazó ni a ti
ni a tu hijo,
quiso pasar por ser su padre. 

Lo asumió, lo educó
y fue siempre tu protector ante la ley,
ante la malicia humana.
Encomendaste tu camino al Señor,
confiaste en él y él actuó .
¡Bendito sea el Padre que así te amparó!
¡Bendito sea Jesús que te mereció tal protección!
¡Bendita seas tú por tu fe y tu amor!

Fuiste más grande que Abraham, padre de los creyentes.
Eres la Madre de la Iglesia,
la Madre de la divina esperanza
y del amor hermoso,
verdadera Puerta del cielo.
Si bien Sara, esposa de Abraham, anciana y estéril,
llegó a ser madre de reyes ,
tú fuiste la madre del Rey de reyes,
del Mesías y Salvador,
y de cuantos acogen a Jesús como tal.

Por tu hijo, descendiente de Abraham,
se bendicen todas las naciones de la tierra,
conforme a lo prometido a aquel admirable ancestro,
porque Dios es siempre fiel 
y tú creíste en su fidelidad .

Los Magos de Oriente, guiados por la estrella,
como pequeña avanzada de los pueblos salvados,
llegaron a tus pies para honrar al Salvador;
pero la verdadera estrella, 
divisada hacía tantos siglos por Balaam, 
era tu propio hijo y Señor,
Jesús, “luz de las naciones”;
allí estabas tú, 
presentándolo a la adoración de esos hombres,
y a nuestra adoración para siempre.
¡Bendito el fruto de tu vientre,
el hijo de tus entrañas,
bendita tú que nos lo diste en Belén
y al pie de la cruz!
Nunca podremos agradecer a Dios lo suficiente por habernos dado a Jesús por hermano. Agradéceselo también a la Virgen, con tus propias palabras.
Luego, háblale de tus hijos, si es que tienes, y/o de los niños de hoy; háblale de ti o de tu mujer como madre y de las madres de hoy, sobre todo de las que conoces.
Más aún, admira y bendice a Jesús, nacido de María. El hizo tanto por ti y lo quiere seguir haciendo, si se lo permites.
Pídele a la Virgen que te enseñe a quererlo y a ser su verdadero discípulo.

SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

¡Oh! no estamos locos: 
no creemos que Dios te necesitó para existir!
El es Dios y tú no.
No eres la madre de su divinidad: él te creó
y no tú a él.
Pero lo admirable, lo increíble
-como es de admirable e increíble 
toda su obra en nuestro favor-
es que tú lo engendraste en este mundo:
no a Dios Padre, por cierto,
pero a su Hijo eterno, perfecto, en todo igual a él.
Engendraste a Dios Hijo,
a Dios, que quiso aprender de ti y de San José 
a ser hombre,
para que todos nosotros supiéramos cómo es eso
de ser hijos de Dios y sus herederos.

Nos faltan palabras para decir adecuadamente
los misterios realizados y revelados por Dios.
Las mejores son de la Sagrada Escritura:
el que nació del Padre tan limpia y secretamente
como una palabra nace en nuestra mente,
y por eso es llamado Verbo o Palabra de Dios ,
nació también limpia y puramente de ti,
en medio de nuestra historia humana.

El que es la imagen visible del Dios invisible,
el resplandor de su ser íntimo ,
el que comparte con el Padre y el Espíritu Santo
la obra de creación del mundo,
el ser Señor del universo,
el mismo estuvo en tu seno como feto humano,
en tus brazos como niño pequeño,
en el taller de José como joven maestro,
en la cruz y la tumba como cadáver.

Y, al revés, el que nació de ti, vivió de tu leche,
de ti aprendió a caminar y a hablar,
labró la madera y murió en un madero,
es tan Dios como el Padre y el Espíritu Santo.
Eso es lo que dice la Iglesia desde la primera oración
que aprendió a dirigirte:
“Bajo tu amparo nos acogemos, 
Santa Madre de Dios...
oh siempre Virgen, gloriosa y bendita”.
Así lo repitió también el gran Concilio de Efeso en 431.
¿Por qué locura iríamos a descartar estas palabras
tan certeras y tan bellas:
Santa María, Madre de Dios?
Sería una gran falta de fe: ¡no la permita el Señor!

Con los ojos que tú le diste, 
Dios en forma de Hijo, nos miró y nos sigue mirando,

con las manos que tú le diste, 
sanó a muchos y nos sigue bendiciendo,
con los pies que tú le diste, 
se cansó en los caminos de Palestina,
y un día aplastará el mal del mundo;
con el corazón que tú le diste, lloró sobre Jerusalén,
derramó sangre y agua en la cruz
y nos ama tiernamente para siempre.

Vuelto a la gloria que desde siempre tenía,
ahora con su plena humanidad,
al lado de su Padre,
no deja de ser tu hijo, aun siendo tu Señor.
Por eso te invocamos con tanta confianza,
oh Reina Madre, Madre de Dios.
A él lo adoramos en tu regazo,
como lo adoramos en la eucaristía,
como lo adoraremos en el cielo.
Tú misma nos enseñas a adorarlo,
puesto que escuchaste desde temprano
que era Hijo del Altísimo,
y jamás pretendiste ser más que su humilde sierva.
Así como el Padre exaltó a Jesús hecho nuestro servidor,
y le dio el nombre que supera todo nombre, 
el nombre de Señor ,
así el Espíritu Santo te honra sin endiosarte,
al proclamarte por boca de los creyentes,
por boca de nosotros, 
Madre de Dios,
Santa María, Madre de Dios.

De nuevo, lo que precede puede llevarte a reflexionar. Retómalo. Date el tiempo.
Luego, tal vez, puedas honrar a la Madre de Dios a tu manera, con palabras o con gestos, en tu casa o en un templo, donde y como mejor te resulte.

Y ¡ojalá no sea la primera ni la última vez!

RUEGA POR NOSOTROS, PECADORES

Porque, siendo la Madre de Dios,
eres también la nuestra, por disposición expresa de tu hijo.
A Juan, nuestro representante al pie de la cruz,
le dijo: “He aquí a tu madre”.
Y él te recibió en su casa, 
como quiere recibirte cada uno de nosotros .

Tú, pues, que eres madre del Hijo santo y divino
y de los hijos pecadores,
háblale siempre al primero en favor de los segundos,
porque así lo quiere él: 
habiéndose hecho nuestro hermano,
no se avergüenza de llamarnos hermanos .

No somos dignos de lo que hizo por nosotros,
no somos dignos tampoco de tenerte por madre,
no nos sentimos con ningún derecho,
sólo apelamos a su amor, a tu amor.
Creemos que, como el Padre, sabrás gozarte
de la vuelta de tus hijos pródigos.
Creemos que, como tu hijo, Buen Pastor,
sabes acercarte a la oveja perdida,
sin asustarla,
para llevarla de vuelta a un lugar seguro.
Creemos que ves nuestras fallas y necesidades,
como lo hiciste en las bodas de Caná,
y que sabes hablar a Jesús, nuestro Señor,
como quien no manda pero sí consigue .
Acuérdate 
-como lo dijo uno de los grandes entre tus hijos-
que “nunca se ha oído decir
que hayas abandonado
a quienes han recurrido a tu protección”.
Si nos falta el vino del Espíritu Santo,
del fervor, de la entrega y del perdón,
confiamos en que abogarás por nosotros.

Dios mismo puso su poder al servicio de su amor;
¡oh tú, nuestra Reina y nuestra Madre!
coloca la santa influencia que tienes en tu hijo
al servicio de tu amor materno por todo ser humano.
hombre o mujer,
pecador y pecadora,
porque nadie es justo ante Dios,
pero quiere Dios que no se pierda ninguno.

Jesús, con una mirada, trajo de vuelta a Pedro
que lo negaba y se ahogaba en la mentira ;
con una palabra apagó la ira
de quienes iban a apedrear a la mujer adúltera ;

con su acogida rehabilitó 
a otra pecadora ante sus detractores ,
con su visita convirtió 
al interesado Zaqueo en un hombre justo y generoso .
Tráenos de vuelta cuando nos enredamos
en afectos desordenados,
en apegos insensatos,
en mentiras y falsas apariencias.
Presenta nuestras llagas morales a Jesús,
para que nos sane, nos libere,
nos enderece y nos devuelva la paz y el honor.

Tú que estabas en oración con los discípulos
el día de Pentecostés,
haz que sobre nosotros también,
sobre la Iglesia entera de hoy
y sobre todo hombre deseoso de bien,
toda mujer deseosa de amar,
venga el Espíritu que sana, calienta o enfría,
ablanda o afirma, según necesite cada uno.
Madre, 
puesto que todos pertenecemos a Cristo 
como partes de su propio cuerpo ,
si él es nuestra cabeza ,
ámanos como lo amaste,
protégenos como lo protegiste,
apoya nuestra misión como apoyaste la suya,
acompaña nuestro dolor como acompañaste el suyo;
compártenos tu fe, tu esperanza, tu amor.
Así como lo gestaste y criaste a él,
permítenos crecer, nosotros también, bajo tu amparo.


En nuestro bello mundo, muchas cosas andan mal. No dudes en hablarle de esas cosas a María y, con ella, a Jesucristo y al Padre.

En tu vida también, tiene que haber fallas o fracasos que no te gustan, que te duelen: háblale con confianza a la Virgen. Deja que ella te presente y hable por ti a su Hijo y a Dios, tu Padre.

AHORA Y EN LA HORA DE NUESTRA MUERTE

Sí, Madre, ruega por nosotros ahora,
porque ahora es cuando nos jugamos la vida,
ahora es cuando tantos de nosotros sufren,
tantos se extravían,
tantos arruinan su vida,
y ninguno está seguro
de estar en la verdad,
de vivir lo más justo,
de caminar hacia la Vida.

¡Nos es tan difícil reconocer en cada momento lo mejor!
¡Nos es tan difícil avanzar derecho en días oscuros,
distinguir la paja del trigo,
el apocamiento de la prudencia,
el coraje de la temeridad,
el buen gusto del lujo,
el amor a la vida del interés mediocre!

Unos se sienten inútiles,
sin misión que cumplir,
sin nadie que cuente con ellos.
Otros sí se saben llamados y se corren.
Pocos tal vez responden a su vocación personal.
Ruega por todos ellos
y también por los que son generosos y fieles,
conocedores del plan de Dios,
de su vocación propia,
y empeñosos en seguirla.
Pide por nosotros el pan de cada día,
la luz de cada día,
la paciencia y la fortaleza de cada día.

Y cuando venga la hora de nuestra muerte,
intercede por nosotros.
No te pedimos que nos dispenses 
de nuestra responsabilidad,
sino que tengas compasión de nosotros
que nunca lo hacemos todo bien.
Que el juicio de Dios no nos sorprenda 
con las manos vacías
y el corazón extraviado.

Tú que estuviste al pie de la cruz de tu hijo,
dando con él la última batalla,
defiéndenos del mal hoy y en el último día
defiéndenos de ser presumidos o desesperados,
soberbios, o desconfiados del único Padre, 
del Dios justo y bueno.

Tú que escuchaste a Jesús decir:
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” 
tú que compartiste entonces sus dolores y su angustia,
ruega para que no estemos solos en el último trance,
y, si estamos solos, mantén despierta nuestra fe
hasta el último minuto consciente.

Acompaña también nuestras oraciones a Cristo y al Padre
por todos los que hoy, en esta misma hora, 
afrontan la muerte:
que no les falte tu auxilio.

Tú que vives con Jesús resucitado,
mantén viva nuestra esperanza,
despierta nuestra certeza 
de que cruzaremos la muerte
para entrar en la vida,
de que cada pequeña muerte aceptada, 
querida,
nos acerca a la plenitud de vida 
que Dios nos tiene reservada.

Nuestra época nos intoxica de materialismo
y escepticismo.
Ruega al Señor que no nos deje ser prisioneros
de un horizonte tan estrecho,
de intereses tan mezquinos;
que nos dilate el corazón cada día más para que, 
compartiendo el pan y la sonrisa,
la pena y el gozo,
la aflicción y la esperanza,
con los que caminan a nuestro lado
o cruzan nuestra senda,
entremos solidarios 
en su Reino de justicia y de paz.

Jesús prometió resucitar a quien creyera en él ,
acogió inmediatamente en el paraíso 
al ladrón arrepentido ,
Recuérdaselo el día de nuestra muerte,
oh tú, Madre buena del Redentor y de los redimidos.

Ponemos en él nuestra fe,
y, sin restarle nada a él, nuestro Señor,
contamos también contigo que aprendiste de él,
mejor que nosotros,
el amor perfecto,
la caridad sin falla.

Ruega por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte.
Así le daremos a él para siempre la gloria que se merece
y continuaremos alabándote siempre,
oh Madre del que es la Vida.

Amen.
Así sea.
Por Jesucristo nuestro Señor.

Si piensas en tu momento actual, en estas horas, estos días que estás viviendo, que están viviendo tu familia, nuestro país y el mundo,
¿qué más quisieras decirle a la Virgen María?
¿qué personas, qué asuntos quieres que ella le confíe a Dios en tu nombre? 
Díselo con toda confianza.

Y si piensas en los que mueren en tu entorno, si piensas en tu propia muerte un día, 
¿qué se te ocurre pedirle a nuestra Madre, o quizás prometerle (sin imprudencia ni mentira)?


INVITACION

Si este librito de oración te ha ayudado, puedes volver a usarlo en un tiempo más. Habrás evolucionado y lo encontrarás distinto.

También se lo puedes regalar o señalar a otra(s) persona(s) que pueda(n) aprovecharlo.

A lo mejor, si sabías hacer oración de manera muy personal, nuestro folleto ta ha sido menos útil de lo que pensabas. Dáselo a alguien que sí lo necesite.

Pero si no sabías ir más allá de un rezo, lo importante es que hayas aprendido a superar la rutina y hacer oraciones personales. No lo olvides. Sigue practicando, ahora sin la muleta de un libro. 

Aunque, si te hace falta otro apoyo por algún tiempo, puedes usar el Padre nuestro de todas maneras editado en la misma colección.

Fuente: Centro Espiritualidad Ignaciana