Nuestra Señora del Santo Rosario

Padre Juan Alarcón Cámara, S.J


La fecha del 7 de octubre asocia la memoria de Nuestra Señora del Rosario con la victoria obtenida por los cristianos sobre los turcos en Lepanto en 1571. Mas hoy la Iglesia no nos invita tanto a rememorar un suceso lejano cuanto a descubrir la importancia de María dentro del misterio de la salvación y a saludarla como Madre de Dios, repitiendo sin cesar: Ave María.-


Al dar ella su consentimiento a Dios en la Anunciación, «se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la Redención con él y bajo él, por la gracia de Dios omnipotente» (Conc. Vaticano II, Const. sobre la Iglesia, n 56).-


Por eso la liturgia recuerda como formando un todo las diversas fases de ese misterio, «la encarnación de Jesucristo, su pasión y la gloria de la resurrección», pidiendo al Señor por intercesión de María que haga que comulguemos en la fe y en el amor.-

La Liturgia alaba Dios Padre, en las plegarias eucarísticas:
 
Porque Ella concibió a tu único Hijo por obra del Espíritu Santo, y, sin perder la gloria de su virginidad derramó sobre el mundo la Luz eterna...
 
Porque Ella, al aceptar tu Palabra con limpio corazón, mereció concebirla en su seno virginal, y al dar a luz a su Hijo preparó el nacimiento de su Iglesia.
 
Porque Ella, al recibir junto a la cruz el testamento de tu amor divino, tomó como hijos a todos los hombres, nacidos a la vida sobrenatural, por la muerte de Cristo.
 
Porque Ella, en la espera pentecostal del Espíritu, al unir sus oraciones a las de los discípulos, se convirtió en el modelo de la Iglesia suplicante.
 
Porque Ella, desde su asunción a los cielos, acompaña con amor materno a la Iglesia peregrina, y protege sus pasos hacia la patria celeste, hasta la venida gloriosa del Señor.
 
Porque Ella brilla en nuestro camino como signo de consuelo y de firme esperanza.