María, Madre mía querida

Padre Alberto Hurtado S.J.


Textos escogidos

- La devoción a Nuestra Señora es un elemento esencial en la vida cristiana.

- No hay piedad mariana que termine en María. 

- Si vivo crucificado con Cristo, María asiste junto a mí y me alivia.

- Tenemos una mujer fecunda y tierna como madre. En ella juntamos la integridad y la fecundidad, la gracia de la divinidad con la humanidad.

- Ella no es divina, es enteramente de nuestra tierra como nosotros, plenamente humana, hacía los oficios de cualquier mujer, pero sintiéndola totalmente nuestra, la encontramos trono de la divinidad… En el fondo María representa la aspiración de todo lo más grande que tiene nuestra alma.

- Llegará un momento en que la Santísima Trinidad se apiadará del desorden y miseria que reinan en mi alma y Jesús querrá encarnarse en mí. No podrá hacerlo si María no está en mi corazón. Que mi corazón sea su Nazaret: oración, silencio, tranquilidad. Para la tranquilidad, confianza en Ella y en Jesús.

- María en Nazaret, cuán humilde y descuidada de sí misma. Cuán ajena a toda pretensión. Cuán indigna se reconoce de toda honra. ¿Yo soy así? ¿La imito? Debo pues imitarla en vivir oculto, humilde, silencioso, trabajador; sin deseos de querer ser estimado. Trabajar mucho, hacer mucho bien sin que nadie lo sepa.

- Madre de Dios todopoderoso ..... Y madre nuestra: realísima madre nuestra, al pie de la Cruz. Madre de todos los incorporados a Cristo. Y ella, que cuidó de Cristo en su vida, también cuida del Cristo místico hasta que llegue la plenitud de los tiempos....

- María fue pobre y sencilla. En Caná la encontramos en medio del pueblo, de la vida humana, de la vida de familia, en las alegrías más legítimas... Por eso es que María se dio cuenta al punto de lo que pasaba... Con María en nuestros apuros. Faltó el vino. Pero allí estaba María felizmente. Ella con su intuición femenina vio el ir y venir, el cuchicheo, los jarros que no se llenaban... Y sintió toda la amargura de la pareja que iba a ver aguada su fiesta, la más grande de su vida... Sintió su dolor como propio. Comprensión de los dolores ajenos (...). Y ella comprendió... que ella podía hacer algo, y que él lo podía todo.

- Jesús, en la cruz, nos dio lo último que le quedaba. Después de haber dado todo, incluso él mismo, nos entregó a su Madre. Y en San Juan estábamos todos representados. María es nuestra Madre, la Madre de todos los hombres, de todos los cristianos. Luego, todos somos hermanos. Y cuán poco me he preocupado de ser cariñoso, de ser afectuoso con mis hermanos, y con qué esmero he criticado sus defectos, me he burlado de los más infelices. 

- María es mi Madre. Y al aceptarme como hijo, deposita en mí todos los tesoros de su caridad, todo su cariño. ¡Con qué ternura vela por mí! ¡Qué solicitud, qué amor!... ¿Qué quiere hacer de mí? Un santo, que sólo busque la mayor gloria de Nuestro Señor, su Santísimo Hijo. 

- La gracia de María es gracia funcional. Toda gracia es funcional: en provecho de todos los demás, justos y pecadores. No se trata de honores sino de funciones. La función de María es ser Madre de Dios, y su gracia es para nosotros lo que funda nuestra esperanza, ya que la preferida de Dios es mi Madre.

- María como Madre no quiere condecoraciones ni honras, sino prestar servicios. Y Jesús no va a desoír sus súplicas, Él, que mandó obedecer padre y madre. Su primer inmenso servicio fue el Hágase en mí según tu palabra... y el He aquí la Esclava del Señor (Lc 1,38). Dios hizo depender su obra del “Sí” de María. Sin hacer bulla prestó y sigue prestando servicios: esto llena el alma de una santa alegría y hace que los hijos que adoran al Hijo, no puedan separarlo de la Madre.

- Oh, María, yo quiero que Vos, que vuestros agudos dolores, sean la prenda más preciosa de mi perseverancia, de que no ofenderé a Jesús. Por tu pasión, Madre mía, ayudadme. Yo seré tu devoto, yo quiero, ya que nada he hecho por Vos, encomendaros ser un buen hijo. Que en mí no se malogre la sangre de Jesús.

- ¡Madre mía querida y muy querida! Ahora que ves en tus brazos a ese Niño bellísimo y dulcísimo, no te olvides de este esclavito indigno, aunque sea por compasión, mírame; ya sé que te cuesta apartar los ojos de Jesusito para ponerlos en mis miserias, pero, madre, si tú no me miras ¿cómo se disiparán mis penas? Si tú no te vuelves hacia mi rincón, ¿quién se acordará de mí? Si tú no me miras, Jesús que tiene sus ojitos clavados en los tuyos, no me mirará; si tú me miras, él seguirá tu mirada y me verá y entonces con que le digas “¡Pobrecito! necesita nuestra ayuda”; y Jesús me atraerá a sí y me bendecirá y lo amaré y me dará fuerza y alegría y confianza y desprendimiento y me llenará de su amor y de tu amor y trabajaré mucho por él y por ti y haré que todos os amen y amándote se salvarán. ¡Madre! ¡Y sólo con que me mires!