La Virgen María y el plan salvador de Dios

Mons. Willy Flores.


La historia de la redención demuestra que Dios no improvisa sus colaboradores, de cualquier condición que sean. Y tanto menos los improvisa, cuanto más trascendental ha de ser su colaboración personal en las obras de Dios.

Desde el Génesis (3,15) tuvo Providencia de predilección para con María Virgen, anunciándola casi antes que al mismo Redentor. Primero anuncia la “mujer”; luego su “descendencia”. Mas tarde, entre los signos mesiánicos va salpicando las profecías con rasgos delicados, que ponen en los corazones las primeras confianzas marianas. Hasta su virginidad maternal estaba desde siglos amorosamente delineada (Is 7,14), como signo profético del Emmanuel.
Y a la hora de los hechos, en el secreto de la naturaleza silenciosa, como ensimismado en su mejor obra, Dios comienza por poner plenitud efectiva de gracia en las raíces mismas de la existencia personal de María Virgen. En la Anunciación el ángel llegará necesariamente tarde; se contenta con testificar a la Santa Señora lo que Dios había hecho con Ella desde el primer instante de su ser, hacerla estar siempre en plenitud de gracia…”la llena de gracia”. Posiblemente fue Ella la última en enterarse; por ello se estremeció en su humildad sincera y en su virginidad profunda-elevada. La predestinación divina suele obrar así. Nada improvisa; pero cuida mucho de mantener la sencillez y humildad de sus escogidos.
Lo que de humano María Virgen ofreció al Verbo en su maternidad física para encarnarse y poder redimirnos, cualquier mujer lo hubiera ofrecido igual. No está allí toda la grandeza sobrenatural de la Virgen María, ni todo el valor de su colaboración personal. Sino en el “modo” y “condición personal” con que Ella lo ofrece y Dios mismo la compromete. Dios respeta la libertad y la virginidad de aquella mujer – la única – así escogida.
En la Revelación, el pecado y sus consecuencias señalan siempre la oposición total entre Cristo y Adán; y entre la influencia de uno y otro en la vida de los hombres y mujeres. Pero ni Adán introdujo la ley del pecado él solo, ni Cristo la Redención totalmente solo. Eva y María son el complemento de Adán y Cristo. Eva dio a Adán el pecado casi hecho (Gén 3,1 ss) y, además, con su maternidad natural compartió eficazmente con él e inició la propagación natural del pecado en todos sus hijos.
La Virgen María dio a Cristo la Redención “casi hecha”, al darle naturaleza de víctima propicia y agradable a Dios, al darle condición de sacerdote, consanguinidad de Redentor y Mediador con toda la Humanidad. Y su maternidad consiguiente – Madre de un Cristo total -, en el que Jesús es Cabeza; los demás, miembros, vendría a poner en Ella una responsabilidad eficaz sobre la gracia regeneradora para los hijos de Dios. Tan plenamente, al menos, como Eva participó en el pecado de Adán, había de participar la Virgen María en la plenitud de gracia y redención de Cristo Jesús. Y así, ni siquiera raíces de pecado consintió Dios en el alma y en la vida de la Virgen María, la única mujer de nuestra historia “llena de gracia” (cfr. 1 Cron 15, 21-22; Rom 5, 12-21).
La predestinación de María Virgen a la gracia santificante venía medida, en los designios divinos, por una excepcional colaboración de Ella a la redención de toda la humanidad. En esa misma medida desarraigó en Ella el pecado desde el primer instante. Es ésta una lección profunda para mi conciencia de colaborador de Cristo Jesús, el Señor.
Mi vida y mi condición siempre estarán mediatizadas por el pecado. En la medida que este tome ser en mí, en esa misma medida disminuirá mi colaboración con Cristo a la acción de Su Gracia en otras almas y en la mía propia. Por ello mi propia condición de cristiano testigo y apóstol tiene que ser para mi también un medio y una exigencia de santificación personal. Exigencia que debo calibrar siempre a la luz de la responsabilidad que tengo de ayudar a tantos hermanos en la fe, a salvarse. Muchos, quizá, no consigan su santificación y salvación, si cada uno de nosotros no llegamos al punto exacto de santidad en que Dios tiene determinado servirse de nosotros para santificarlos y salvarlos con nuestra colaboración y ejemplo.
¿No es esta Cuaresma una buena ocasión para reflexionar sobre esto último?. Procuremos estar en plenitud de trabajar evangélicamente por la salvación personal y comunitaria. Que la Virgen María siempre ore con nosotros a su Hijo, el Señor Jesús, y así tengamos vida interior y compromiso apostólico en el mundo.

Fuente: Revista Carisma