La Sagrada Familia 

Provincia Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de España

Homilía

Hoy la Iglesia festeja con alegría la Fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José.

Hace unos días celebramos la fiesta de Navidad, y hoy la palabra de Dios enfoca nuestra atención en aquella humilde familia, de la que Jesús tuvo necesidad para ver la luz del sol y para crecer como hombre.

Dios al realizar sus grandes obras, no recurre a medios espectaculares, se vale de medios típicamente humanos. La salvación de los hombres sólo se hace con la colaboración de la misma comunidad humana.
Hoy sucede lo mismo: cada uno de nosotros nace y se educa en una familia.
Y en una familia también crecemos y adquirimos personalidad y capacidad para ser miembros útiles de la comunidad.

Si tratamos de imaginarnos a la Sagrada Familia de Belén, nos imaginaremos una familia normal. No en una familia común y corriente, porque no era común, dado que sus miembros eran nada menos que María, la Virgen; José, el varón justo; y Jesús, Hijo de Dios y Salvador del mundo. Ni mucho menos, corriente, porque, ni en su pueblo ni en toda la historia, se conoce una familia semejante. 

Pero sí, una familia normal. Con la normalidad propia de la santidad, que consiste en hacer con perfección y por amor a Dios, lo que hacen todos. 
Un padre carpintero, que inició al hijo en las artes de su oficio para servir a la comunidad a través de su tarea.
Una madre generosa, capaz de guardar en el corazón los tesoros silenciosos de su experiencia de vida. 
Un hijo que crecía en amor y sabiduría delante de los ojos de Dios y de todos los hombres, escuchando a sus padres y siguiendo las tradiciones de su pueblo.

Un hogar armonioso donde Jesús pudo prepararse para su misión en el mundo: escuchó de los labios de María los relatos que lo introdujeron en el conocimiento de la Escritura, y aprendió del testimonio de José las actitudes humanas que más tarde puso en práctica.

Seguramente que la Sagrada Familia fue una maravillosa escuela de diálogo, de comprensión y de oración. Un modelo donde todos los cristianos podemos encontrar el ejemplo de que es posible vivir de acuerdo con la voluntad de Dios.

Por eso en esta fiesta vamos a pedirle a Dios que nos ayude a revalorizar a la familia para que sean realmente signo de la presencia de Dios en el mundo

En la primera lectura de la misa de hoy en el Eclesiastés se narra una antigua norma social que aún tiene vigencia. Honrar y respetar a los padres, amarlos y ayudarlos.

Las sentencias del comienzo del capítulo tercero del libro del Eclesiástico, guardan una sabiduría imperecedera sobre la familia.
Los deberes de los hijos hacia los padres, están presentados de una forma especial que valora la vida, muestra gratitud y reconoce con humildad los beneficios recibidos.

Escrito hace 2150 años encierra verdades que no pasaron de moda. Incluso aquellas afirmaciones que son más propias de aquella cultura, si las leemos bien son de fácil comprensión en nuestros tiempos.
Así como en aquel momento “la cultura griega” irrumpía y pretendía atropellar la ...sabiduría, hoy “la cultura postmoderna” desconoce valores incorruptibles, pero a pesar de los atropellos esos valores no desaparecerán.

En la carta a los cristianos de Colosas, el apóstol San Pablo nos enseña el sometimiento en la familia como respeto de los unos hacia los otros. Y que ese sometimiento tiene su raíz en el amor. Así como Cristo despojándose de su gloria se hizo igual a nosotros y se puso por debajo de nosotros haciéndose nuestro servidor para cargar con nuestras culpas y liberarnos de ellas, así debe ser el sometiemiento en la familia.

En la sociedad antigua, las mujeres ocupaban un lugar inferior, eran consideradas menos que los varones. La escritura viene a corrigir esa forma de considerar a la mujer. Dice que la mujer está solamente sometida al marido, pero aclara que no como una esclava ni como un ser inferior, sino como la Iglesia está sometida a Cristo. Es un sometimiento muy especial: sometimiento de amor recíproco. El varón también debe someterse a la mujer, tiene que amarla y cuidarla así como Cristo ama a la Iglesia y da la vida por ella.

Algunos leen ciertas palabras sueltas de este texto y acusan a la escritura de mantenerse en una visión equivocada propia de otros tiempos y culturas. Nosotros vemos en cambio que la palabra de Dios habla de sometimiento de amor.
Lo mismo para la relación de los padres con los hijos, la palabra de Dios, nos habla de educación, de una educación que no sea dominio sino servicio y que facilite que afloren los valores y las capacidades de los hijos.

Jesús se preparó para su misión dentro de un hogar, el hogar de Nazaret. Jesús no concurrió a las escuelas rabínicas de Jerusalén como pudo hacerlo Pablo.
Sin embargo, en aquella humilde familia donde trabajó, meditó y vivió la sabiduría, aprendió a ser hombre y se preparó para la delicada misión que se le había encomendado.

No celebraríamos bien la Navidad, si no nos diéramos cuenta de lo importante que es preservar nuestras familias. La desintegración de las familias hace que la sociedad se dehumanice y Dios no esté en el centro de la vida de los creyentes. La familia es para el cristiano el lugar donde todo lo humano tiene cabida y sentido, es el lugar donde se aprende a sentirse amado por Dios.

Puede que nuestra vida familiar no sea perfecta, que no logremos la ansiada felicidad, pero pensemos que a la familia de Dios no le tocó mejor suerte: fue ignorada cuando iba a nacer el niño, fue perseguida, apenas éste vio la luz; tuvo que exiliarse para salvar la vida del hijo y pudo retornar tras la muerte de su perseguidor.

A María y José no les fue fácil ser familia de Dios, pero se mantuvieron unidos custodiando a su hijo y no perdieron de vista nunca a su Dios. Hoy en esta fiesta de la Sagrada Familia, pongamos en manos de Dios, a nuestra familia y defendámosla porque es un regalo de Dios.