Sagrada Familia 

Padre José María Garbayo Solana  

Homilía

Estamos celebrando estos días el misterio de la Encarnación, por el que Dios ha querido asumir la condición humana para enseñarnos cómo tenemos que vivir si queremos alcanzar la paz y la alegría. Hoy, contemplamos a Jesús en familia, en aquella familia humilde de Nazaret con la que pasó la mayor parte de su existencia. Y en el silencio de aquellos años, en el trabajo y la convivencia de Jesús con sus padres y sus vecinos, Dios nos está mostrando de entrada algo fundamental: que la familia es el agente primero y principal de humanización. Es en la familia donde el ser humano aprende a hacerse persona, es en la familia donde aprendemos a querer, a perdonar, a comunicar, a compartir y a aceptar ser queridos no por lo que tenemos sino por lo que somos. Es finalmente, en la familia, donde aprendemos a amar gratuitamente. Por eso no es de extrañar que Dios bendiga la familia humana y que en la Iglesia el matrimonio se haya elevado a la categoría de sacramento, como el mejor signo de la unión de Dios con la humanidad.

Hoy, gracias a Dios, hay en todos los sectores de la sociedad un interés y aprecio creciente por la familia. Después de unos años de rupturas y de cambios en el seno familiar, la familia se va acomodando a los tiempos y en una sociedad como la nuestra, tan rabiosamente competitiva y deshumanizada, la familia se está convirtiendo casi en el único oasis donde es posible el afecto y la comunicación. Sin embargo, también es verdad que la institución familiar se ve contaminada por el espíritu consumista e individualista de nuestro tiempo. Por eso urge que la sociedad entera proteja y defienda a esta institución, porque en ella se basa la sociedad misma. Y todos intentemos dar a la familia el carácter que le corresponde de escuela en los valores fundamentales de la persona. Tal como construyamos la familia así será la sociedad. No podemos permitir que la televisión sustituya al diálogo entre los miembros de la familia, ni que el cuidado de los hijos se reduzca a darles dinero, ropa y comida. Es cierto que muchos padres están incapacitados para responder a los retos que plantean los hijos. Antes la autoridad y el respeto eran incuestionables, porque la sociedad entera así lo vivía. En estos tiempos en que todo se pone en cuestión, es necesario crear nuevas vías de acercamiento que pasarán por la escucha sincera, el diálogo continuo y la educación en la libertad. Pero todo esto no se sabe sin más, como el hacer hijos, es necesario conocer los procesos y necesidades psicológias del niño en crecimiento, es necesario saber como afrontar los conflictos y como construir la convivencia cotidiana. Urge hoy más que nunca una escuela de padres, que ayude a los padres a serlo. Y en esto nos tendríamos que empeñar todas las instituciones públicas, así como la Iglesia. 

Pero volvamos a la vida de la santa familia de Nazaret, porque aún tiene que enseñarnos una lección importante. Dios bendice la familia como el mejor instrumento para que aprendamos la gran lección de la fraternidad universal. Pero Dios no se queda centrado en la familia y en los lazos sanguíneos. Si algo nos demuestra Jesús con su vida es que su familia, su verdadera familia, es aquella que está formada por los que aceptan tener a Dios como Padre y ser hermanos de todos. La familia pues, tiene que mirar siempre hacia afuera. Dios quiere que superemos los lazos sanguíneos y nos abramos a los lazos espirituales que nos hermanan con todos los hombres. La verdadera familia de un cristiano ha de ser la familia humana, y en ella, sobre todo en los hermanos más pobres y desfavorecidos es donde ha de poner su mirada e interés. Tal como se acostumbra en todas las familias, en las que se trata con más afecto y consideración al hijo o al hermano más necesitado. La familia de Nazaret nos invita a buscar a los hermanos de fuera, a romper los lazos familiares muchas veces demasiado egoístas y asfixiantes y a salir en la búsqueda de los hermanos excluidos, de los hermanos que no tienen a nadie. Todo lo humano es pasajero, también la familia, sólo el amor permanece, el amor gratuito y hecho servicio es el que nos salva y nos hace semejantes a Dios.

Pidamos en esta eucaristía que el ejemplo de la santa familia de Nazaret nos anime a todos a construir un mundo más humano y más fraterno, donde nadie se sienta excluido ni solo.