Santa María, caminando a la Pascua

Santuario de Angosto, PP Pasionistas, Vilanañe, Alava 

 

Parece que fue ayer mismo cuando contemplábamos a aquella madre joven, dando luz a su hijo primogénito; todo era tierno; también en esta nuestra cultura. Eran las fiesta de la Navidad y de la Epifanía o Manifestación del Niño a todos los pueblos. Luego, la Liturgia nos llevó a la Fiesta de la Presentación del Niño en el Templo (2 de febrero), denominado como la “Fiesta de la Luz” (la Candelaria): ahí estaba el anciano Simeón con aquel anuncio tremendo para la Madre: “Y a ti una espada te traspasará el corazón” (Lc 2, 35a).

Y después... ¡SILENCIO! Muchísimo silencio en los Evangelios y también en la Liturgia. ¿Dónde está la Madre y qué hace? Es el “silencio” de Nazaret,
largo y prolongado. Seguro que habría nuevas experiencias y, posiblemente, muy profundas, pero no se nos dice nada de todo ello. Sólo Lucas, una
“insinuación” propia suya, en el relato del Jesús Niño que se queda en el Templo (Lc 2, 41-50); y para completar el cuadro, el final del mismo relato
“su madre conservaba en su interior el recuerdo de todo aquello” (Lc 2, 51).

Y a esperar. Esperar... ¿qué? A que Jesús se decida e inicie su actividad pública. Y ahora el silencio de María sigue siendo igual de grande y quién sabe si su soledad es más fuerte y cruel, incluso más que en los tiempos pasados. ¿Qué hacía Ella sola en Nazaret? O... ¿acaso estaría la Madre María en el “grupo de mujeres” que acompañaban a Jesús desde Galilea? (Lc 23, 49). Únicamente tenemos interrogantes, preguntas impresionantes que a mí, personalmente, casi me molestan sólo el plantearlas, porque me producen dolor. Dolor por aquella Madre que camina en el GRAN SILENCIO y, estoy seguro, aferrándose exclusivamente en las promesas de Dios ofrecidas por el ángel. Pero de eso hace ya mucho tiempo, muchísimo tiempo. Acaso... ¡demasiado tiempo!

Pues resulta que en mi recorrido tras las huellas de la Madre María, me vuelvo a encontrar con un breve pasaje evangélico que me produce
escalofríos. Nos lo ofrece el evangelista Marcos: “Fue a casa y se juntó de nuevo tanta gente que no le dejaban ni comer. Al enterarse sus parientes fueron a echarle mano, porque decían que no estaba en sus cabales” (Mc 3, 20-21).

¡Es impresionante! No voy a entrar en disquisiciones en si la Madre forma parte del grupo de esos “parientes” o no. Lo que sí podemos afirmar es que
“yendo a casa”, la Madre no sería ajena a lo que allí se estaba viviendo y “cociendo”. ¿Cómo encajaría aquel corazón de madre y de creyente todo cuanto estaba ocurriendo en torno al Hijo de las Promesas? ¿Dónde seagarraría para seguir caminando y esperando en Aquél, “el Todopoderoso que ha hecho tanto por mí”? (Lc 1, 48).

Siento y descubro que éste es el CAMINO A LA PASCUA que realiza María. ¡Cuánto es necesario “morir” en ese camino para “nacer” en la
Pascua! Y... es que los caminos de Dios son inescrutables, como tantas veces nos recuerdan los Salmos y los recitamos en nuestros encuentros de
oración. María realiza ese camino en SILENCIO, en ORACIÓN, meditando todo ello en su corazón. ¡Vaya camino, Dios santo! Es el CAMINO de la
PASCUA. ¡Qué fácil se dice y cuán complicado el realizar ese camino!

Y llega a a la Pascua. ¿Qué ha ocurrido para Ella, para la Madre, en la Pascua de Jesús? De nuevo... SILENCIO. Es lo único que descubrimos en los Evangelios: no nos dicen absolutamente nada. Sólo Lucas, en su segundo libro, en los Hechos de los Apóstoles, nos ofrece la estampa donde María aglutina a la Primera Comunidad de Jerusalén en la espera del don del Espíritu (Hech 1, 14). Sin duda alguna, Ella ha experimentado el don de la Pascua de manera singular y ahora se convierte en el “alma” en la incipiente comunidad de Jesús. Pero todo ello en la discreción más total, en el... SILENCIO.

Los seguidores de Jesús tenemos tarea si queremos revivir la misma experiencia de VIDA PASCUAL. Caminar junto a María puede ser todo un secreto. ¡Feliz experiencia Pascual!

SANTA MARÍA, CAMINANDO a la PASCUA,
ruega por nosotros.