Madre... ¿Quien podrá consolarte?

Waldir Edenilson Contreras Pedroza

 

Tus cotidianas labores casi habían terminado, la proximidad de la pascua alteraba la rutina en la cocina pues había que preparar la cena en conmemoración de la liberación del cautiverio de Israel. 
Pero la redención de la humanidad debía de cumplirse y cuan ciertas como fueron las palabras de Simeón, tu corazón sería traspasado y la 
profética verdad de la bienaventuranza tuya, por todas las generaciones, alcanzaría niveles de amorosa perfección. 
Jesús ha sido apresado y conducido frente al Sanedrín, quienes no han ocultado su intención de matarle. Tu corazón de madre comienza 
contraerse en espasmódicos movimientos que pretenden catalizar los torrentes de dolores que tu ser comienza a soportar. La agonía de 
Cristo en el huerto ahora es vivida por ti en las afueras del juzgado judío y sin embargo tu serenidad fundada en el amor que Dios 
te tiene te permite seguir el camino de la corredención.
Los judíos le sentencian, el pretor se acobarda y autoriza la ejecución, el pueblo que le conoció pide su crucifixión y tú guardas todo en tu corazón, a semejanza de tu reflexiva postura ante la 
adoración de los pastores. La cruz pesada es puesta sobre el sacrosanto cuerpo de tu Hijo ultrajado por la burla romana, que lo ha convertido en un ignominioso signo de nuestra crueldad. En el 
camino le ves y en tus ojos encuentra la fuerza para continuar pues decide imitar el "Hágase en mi según tu voluntad", por el cual te convertiste en el excelso tabernáculo resguardo del Hijo de Dios.
Promedia el día y nuevamente ves al fruto de tu vientre puesto sobre madera, pero ahora para recibir en sí el precio de nuestras faltas y 
tal es la comunicación entre ustedes, que percibes el dolor de los clavos que le fijan en la cruz. Y aún cuando humanamente las fuerzas te abandonan, tu alma que alaba al Señor, te mantiene al pie de la 
cruz acompañando a tu hijo en la hora final de su misión. El sol se oculta, el velo del templo se rasga y la redención ha sido consumada: Cristo ha muerto. El centurión le confiesa divino, luego 
de que el corazón de Jesús es rasgado con la lanza entregando así la última gota de su sangre por nosotros sus ingratos hermanos.
Por conducto de José de Arimatea y Nicodemus, el cuerpo inherte del Salvador es bajado de la cruz, puesto en tus brazos y en este contacto, tu maternal regazo le recibe. Tus lágrimas como el mejor 
aceite para ungirlo y tus manos el mejor lienzo para su cuerpo, envuelven al Cordero inmolado que recibe tus sollozos y llantos lo llevas contra tu pecho, los abrazas con dulzura, delicadamente le 
besas y diriges tu mirada al cielo y aunque no lo dices sabes que todo se ha cumplido. Y vuelves a verle, te duele y lo lloras nuevamente. Y me ves y vuelves a llorarle y pregunto: Madre ¿quién 
podrá consolarte?