La Dulce Madre de la Santa Esperanza

Padre Andrés Molina Prieto

 

Cuaresma y Semana Santa nos ofrecen ocasión propicia para pensar en muchos títulos pasionistas de María. La advocación "Virgen de la Esperanza" sin ser estrictamente título de "Pasión", está profundamente vinculado a la participación de María en la obra redentora de Cristo. Deseamos analizar esta rica advocación a la luz del formulario 37 de las llamadas "Misas de la Virgen María" que lleva como denominación específica "La Virgen María, Madre de la Santa Esperanza". 

Refleja muy bien la función eficiente de Nuestra Señora en la Historia de la salvación. Por otro lado nos resulta entrañablemente familiar porque desde nuestra infancia hemos rezado miles de veces la bellísima antífona de la Salve donde llamamos a la Virgen Vida, dulzura y esperanza nuestra. A su poderosa intercesión hemos confiado siempre nuestras cuitas, con la certeza filial de que Ella las toma sobre sí y las atiende favorablemente, alcazándonos las gracias que necesitamos. 

I. SIGNO DE ESPERANZA SEGURA Y DE CONSUELO". 

El Concilio Vaticano II en la Constitución Lumen Gentium 68, afirma como conclusión final que la Virgen María "en esta tierra, hasta que llegue el Día deL Señor (2 Pe 3, 1 0) precede con su luz al Pueblo de Dios peregrinante como signo de esperanza segura y de consuelo. 

Esta confortadora enseñanza se repite casi literalmente en el Prefacio de la Misa de la Asunción de Nuestra Señora. 

La Iglesia considerando las funciones desempeñadas en la Historia de la salvación la llama con frecuencia "esperanza nuestra" al utilizar la antífona medieval de la Salve atribuída al Obispo compostelano Pedro de Mezonzo, en el siglo X. En el misterio de su gloriosa Asunción contempla a María como esperanza segura de salvación que brilla para los fieles en medio de las dificultades de la vida. En esta Misa que comentamos se venera a la Madre de Cristo por tres motivos: 

Primero. Porque durante su vida, aquí en la tierra, alimentó constantemente la virtud de la esperanza, confió plenamente en el Señor, y "concibió creyendo y alimentó esperando" al Hijo de Dios anunciado por los Profetas. 

Segundo. Porque habiendo subido al ciclo se ha convertido en la "esperanza de los creyentes", ayudando a los que desesperan, y siendo al mismo tiempo aliento, consuelo y fortaleza de los que acuden a Ella. 

Tercero. Porque -como ya quedó dicho- precede con su luz a todos los hijos de Adán como señal de esperanza segura y de consuelo. 

El Prefacio de la Virgen María "Madre de la Santa Esperanza", nos ofrece a todos los cristianos un estimulante mensaje capaz de sacudir nuestras desidias e inercias. La esperanza teologal se ha convertido, por culpa de todos, en una virtud cenicienta que apenas tiene funciones en nuestro dinamismo sobrenatural. Se ha escrito con razón que no es fácil soportar la existencia sin una razón suficiente y sin una meta que pueda ilusionarnos. El corazón aspira a un amor que no termina y necesita de la esperanza que colme así todos sus deseos. Lo expresó, sentenciosamente, San Agustín: "Nos has creado Señor para Ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti". El deseo ineluctable de poseer a Dios y la firme esperanza de unirnos definitivamente a Él, pueden desalojar todo conato de melancolía. Nos hallamos ante una de las más hermosas advocaciones marianas que encantan especialmente al pueblo cristiano, sabedor, por fino instinto sobrenatural, de cómo intercede y ayuda a todos sus hijos la que es "omnipotencia suplicante". 

Sin duda hay muchos cristianos que tienen problemas de fe, pero abundan también los que no cultivan la virtud de la esperanza, ni se ejercitan en ella como si ésta no tuviera un papel esencial en su vida. Desgraciadamente la "esperanza-confianza" se ha ausentado de muchos corazones, provocando graves crisis de fe y traumas espirituales a veces irreparables. 

II. UN PREFACIO HENCHIDO DE ENSEÑANZAS 

Su texto específico suena así: En verdad es justo y necesario ... / celebrarle con las más grandes alabanzas, / Señor, Padre santo, / que generosamente entregaste a Jesucristo al mundo como autor de la salvación, / y le diste también a María como modelo de sobrenatural esperanza. / Porque tu humilde Esclava, / confió en Ti plenamente: / Concibió creyendo y alimentó esperando / al Hijo del Hombre, anunciado por los profetas; / y, entregado por entero a la obra de la salvación, fue hecha Madre de todos los hombres. / Pero a la vez Ella, fruto excelso de la redención, / es también hermana de todos los hijos de Adán, / que, caminando hacia la liberación plena, / miran a María como señal de esperanza segura y de consuelo, / hasta que amanezca el Día glorioso del Señor. Esta cincelada pieza eucológica está repleta de enseñanzas para el ejercicio y desarrollo de la vida cristiana. Resulta penoso que se conozca tan poco y apenas se hable de ellas en nuestra predicación y catequesis. Varias ideas se encadenan y aglutinan en un precioso mosaico: 1) María, modelo de esperanza; 2) María confió plenamente en el Señor; 3) María se entregó por entero a la obra de la salvación; 4) María fue fruto excelso de la redención, convirtiéndose en "Hermana" nuestra; 5) en nuestra peregrinación hacia la Patria, María garantiza nuestra esperanza. 

No es posible comentar, ni siquiera a grandes trazos, tanta riqueza de contenidos. Hagamos por ello una descripción brevísima, casi telegráfica, reteniendo la idea capital. María nos ha sido dada por Dios, también como modelo de sobrenatural esperanza. Hacia este punto focal convergen las demás enseñanzas. La Virgen ostenta la primacía "relativa" (ya que toda Ella queda referida a Cristo) de todas las ejemplaridades. Y, por consiguiente, es ejemplo perfecto del ejercicio de las virtudes teologales, entre ellas la esperanza. Ella practicó esta virtud hasta un grado y rango único. Esperó contra toda esperanza superando a Abrahán, el padre de los creyentes, en su expectativa mesiánica. Con su fe y esperanza -nos dicen los Santos Padres- concibió a Cristo antes en su mente y corazón, que en su seno. 

María se entregó enteramente a la Obra del Salvador siendo su primera colaboradora y discípula. Ella se vio obligada a ejercer constantemente la esperanza. Si hubiera sido preservada del dolor y de las pruebas interiores no habría podido convertirse en vivo ejemplo de nuestros afanes cotidianos en mil pequeñas batallas libradas sin cesar. A lo largo de las vicisitudes que narra el Evangelio y, sobre todo, en la Pasión de su divino Hijo se nos muestra como nuestra Señora de la santa y dulce esperanza que nunca defrauda. La Virgen es Hermana nuestra porque pertenece a la estirpe humana, y porque es la Primera Redimida "de modo eminente y en previsión de los méritos de su Hijo". Por eso es proclamada miembro Excelentísimo, y enteramente singular de la Iglesia como tipo acabadísimo de la misma (LG 53). 

No es una extraña paradoja sino consoladora realidad: María, Madre nuestra y Hermana nuestra. Madre de la Iglesia y miembro de la Iglesia. Nada más grato para nosotros, pobres caminantes, que ensanchar sin fronteras el campo de nuestra esperanza mirando a María glorificada: lo que Ella es ahora en el cielo esperamos serio nosotros cuando llegue la consumación de¡ mundo. 

III. REFLEXIONES SOBRE LA ESPERANZA DE MARÍA 

La Iglesia en su Liturgia aplica a la Virgen las hermosas palabras del Eclesiástico. Yo soy la Madre del amor, del temor, de la ciencia y de la santa esperanza (24,24). De la esperanza ejemplar y hagiotípica de María hablaríamos sin cansarnos. El preclaro mariólogo G. Roschini se expresa así: "Si grande fue la fe de María, no menor brilló su esperanza. Cuanto más elevada era aquella, mayor se mostraba también ésta. Quien cree con firmeza en las promesas de un Dios Infinitamente bueno, poderoso y fiel, espera también con firme esperanza el objeto de sus promesas, resumidas en la visión beatífica de Dios, y los medios necesarios para alcanzarla (...). Aunque su esperanza y abandono en Dios fueron heroicos, no por ello han de ser considerados como inoperantes, sino todo lo contrario. Practicó de modo perfectísimo el viejo aforismo de la Ascética: Haz por tu parte todo lo que puedas como si nada esperases de Dios. Y espéralo todo de Dios como si nada hubieses hecho con tu esfuerzo. Así obró María en su viaje de Nazaret a Belén, en la búsqueda de Jesús en el templo y en todas sus acciones". 



Hemos de aprender mucho de la esperanza de María, estimulando y activando la nuestra. El cristiano de hoy se ve sometido a muchas frustraciones y contagios del secularismo ambiental. En su exhortación "Marialis cultus" Pablo VI escribe inspiradamente: "La Iglesia Católica reconoce en la devoción a la Virgen una poderosa ayuda hacia la conquista de la plenitud. Ella, la Mujer nueva, está ya junto a Cristo. En Ella se ha realizado ya el proyecto de Dios para la salvación de todo el mundo. Al hombre contemporáneo frecuentemente atormentado, turbado en el ánimo y dividido en su corazón, oprimido por la soledad, la Virgen desde la realidad conseguida de la Ciudad de Dios le ofrece una palabra tranquilizadora: la victoria de la esperanza sobre la angustia" (n.2 57). 

Porque María es la Madre de la dulce y santa esperanza hemos de mirarnos en ella, no sustrayéndonos al esfuerzo de cada día ni proclamándolo inútil. No olvidemos jamás que el motivo radical de la esperanza es un atributo divino: la inviolable fidelidad de Dios a sus promesas. Quien espera sobrenaturalmente tributa un espléndido homenaje al poder, a la bondad y a la lealtad del Creador, Padre y Redentor nuestro. Quien desespera está injuriando al poder y a la suma fidelidad divina, cerrándose el horizonte e introduciéndose en un túnel sin salida. Quien espera de verdad está firmemente convencido de que para Dios no hay nada imposible (Le 1,37), y en buena doctrina sanjuanista se obtiene de Dios cuanto de Él se espera. San Pablo nos exhorta a no contristarnos como los que no tienen esperanza (1 Tes 4,12). Por ello hemos de procurar esforzarnos para no incurrir en tan lamentable actitud, perseverando pacientemente en el ejercicio continuo de esta animosa y valiente virtud teologal. 

Tenía entera razón el converso Charles Peguy cuando hacía este agudo comentario: "Singular virtud de la esperanza, singular misterio. No es una virtud como las otras, sino en cierto sentido una virtud contra las otras. Hace frente a todas las virtudes, a todos los misterios. Es ella, la pequeña esperanza la que pone todo en movimiento". 

No olvidemos jamás que la resurrección de Cristo es la raíz y el motivo de nuestra esperanza porque toda la Teología sobre las últimas y novísimas realidades tienen en él su centro de gravitación, La glosa del Prefacio que sumariamente hemos considerado se ilumina notablemente con la bella oración Colecta: "Oh Dios que nos concedes venerar a la Virgen como Madre de la santa Esperanza, concédenos por su intercesión, orientar nuestra esperanza hacia los bienes de arriba, cumplir nuestra misión en la Ciudad terrena y recibir un día los bienes que la fe nos invita a esperar". 

Se aproxima la Semana Santa del año 2001 en que estrenamos simultáneamente nuevo siglo y nuevo milenio. Nos disponemos a participar activamente en las solemnes celebraciones litúrgicas del "Domingo de Ramos en la Pasión del Señor", Jueves Santo y Triduo Pascual. Pasión y Resurrección son los dos tiempos o fases fundamentales de un mismo e idéntico misterio de muerte y vida que limpia nuestras faltas y nos conquista la amistad con Dios. 

Nos ayudará mucho a vivir en un verdadero clima sobrenatural la Semana Santa el recuerdo siempre estimulante y confortador de Nuestra Señora de la Esperanza. Ella desfila en nuestros devotos "Pasos" profesionales con el rostro dolorido de quien acompaña a su Hijo inmolado y sacrificado por nosotros ya que "Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores" (1 Tim 1, 15). 

Nuestra Señora y dulce Madre de la Santa Esperanza nos alcanzará la gracia de poder ejercitarnos en esta importantísima virtud teologal que tantos bienes espirituales nos reporta cuando comprendemos su alcance y su práctica. Entre esos bienes hemos de incluir: una alegría desbordante, una abnegada paciencia y una magnánima loganimidad para vivir con plenitud la vida cristiana. Ella que supo esperar como nadie y por ello es también la "Primera Esperanza" nos alcance la gracia coronada de la perseverancia final.