María nueva "Hija de Sión"

Hermanas Carmelitas, Zaragoza, España

 

El Saludo Angélico 

Saludo: invitación al gozo mesiánico. María Hija de Sión como personificación del Pueblo de Dios en los tiempos escatológicos, o en el Día de Yahvéh. Para entender el sentido profundo del Saludo Angélico a la virgen hay que tener presente el Salmo de júbilo a Sión del profeta preexílico (640-630 a.C.) Sofonías (3, 14-17) al que alude: "¡Hija de Sión; da gritos de alegría Israel! ¡Alégrate, Hija de Jerusalén! El Señor es el Rey de Israel en tí.¡No temas... Sión! En tu seno está el Señor, tu Dios, el héroe, el Salvador."


"Por María se realiza la gran aspiración del Antiguo Testamento..." 
El saludo "¡Alégrate!", según esto, hay que considerarlo como la invitación por excelencia al gozo mesiánico que los profetas habían anunciado para los últimos tiempos de la "historia de la salvación", en los que, redimidos de nuestros enemigos por el Mesías, entraríamos a gozar de los supremos bienes: la vida divina, la justicia salvífica y la santidad, en una palabra, de Dios mismo, de su presencia salvadora, ya que por María se realizaría la gran aspiración del Antiguo Testamento, que sólo puede leerse como el libro de una espera continuada y creciente, como el libro de una expectación que va siempre creciendo hacia lo inaudito: la habitación de Dios en el seno de su Pueblo, por una Alianza nueva y eterna.

La salvación mesiánica profetizada por Sofonías, consistía precisamente en la presencia de "Yahvéh salvador, en medio de su pueblo". María, como nueva Hija de Sión, lleva a Jesús ("Yahvéh salva") "en su seno". 

El "evangelista de la mansedumbre de Cristo", San Lucas, sobre todo en el Evangelio de la infancia, no cesa de proclamar para todos la más grande alegría espiritual por el "nacimiento virginal" del Mesías del seno purísimo de María (Lc 2, 10 "gran alegría") como conviene al supremo "Buen Nuncio" del Evangelio, que así se convierte en un pregón público del Reino de Dios, esto es, de la paz sobre la tierra (Lc 2, 14) y de la salvación universal (Lc 2, 29-32), de la entrada del Mesías en el mundo, no sólo para salvarlo, sino también para ser la Salud del Pueblo, que más que salvarse debe dejarse salvar, es decir, para llenar la tierra de energías celestiales, de enormes fuerzas sobrenaturales, que es lo esencial para la comprensión del Cristianismo, de un Dios que se hace hombre para salvarlo. 

Pero nadie como María debía "alegrarse", ya que nadie como Ella, en calidad de Madre del Dios Salvador, debía participar de los bienes mesiánicos de la salvación, para luego derivarlos por redundancia sobre todos nosotros, comunicándonos así su alegría mesiánica, hecha "causa de nuestra alegría", en sentido bíblico de alegría en el Señor, presente en medio de nosotros, o sea, de alegría por la presencia del Señor.

Es lo que en el "Magníficat" declara Ella misma, impregnado todo su ser de la alegría del fin de los tiempos en Dios su Salvador, el Mesías Rey, que va a nacer de una virgen pobre, manifestando la gloria de su presencia en la pobreza de su Esclava, por lo que todas las naciones la proclamarán "bienaventurada", ya que Dios ama a los "pobres", a quienes reserva su Reino. 

Por eso a la "voz" de María, llegada "de prisa" a la región montañosa de Judá, para anunciar la "Buena Noticia" de la salud mesiánica, "saltó" (de gozo) el Precursor, como antiguamente "saltó" David ante el Arca de la Alianza (Lc 1, 41, 2Sm 6, 16). 

Para entender mejor este saludo – "alégrate" - hay que tener presente que lo que en los Profetas del Antiguo Testamento se decía colectivamente de todo el pueblo de Israel elegido y amado por Dios, simbolizado por la "Hija de Sión", aquí, en Lc 1, 28, se dice individualmente de la persona de María, en cuanto que María viene a ser la "Hija de Sión" ideal, en quien todo el antiguo pueblo de Israel por recapitulación alcanza su consumación y su cima, para tomar posesión de las promesas y convertirse por representación, en prototipo e imagen de la nueva comunidad eclesial redimida o de gracia, y, por lo tanto, en la nueva Eva que, asociada al nuevo Adán, vendrá a ser, en el orden de la Redención, la "Madre de los vivientes", ya que el Dios Salvador, Cabeza de la humanidad, se hacía presente y habitaría en Ella, dando así principio a un nuevo mundo, o sea, volviendo en cierto modo al mundo del principio del Génesis antes del pecado y de la muerte por la "Serpiente". 

Por consiguiente, según esto, María es la "Hija de Sión", no sólo individualmente, sino también como símbolo de toda la expectación mesiánica de su pueblo y como signo de la futura Iglesia de Cristo. 

En Ella está simbolizado el pueblo de Dios de la antigüedad, quien tiene que hacer su elección final aceptando a Cristo, pueblo que participa en la misión de Cristo, pueblo que con esta misión atraviese la historia. 

María, pues, como verdadera "Hija de Sión", es la imagen de la Iglesia, la imagen de los creyentes que sólo mediante el don del amor, mediante la gracia, pueden llegar a la salvación y a sí mismos.

"Es presentación de la humanidad que es, en cuanto todo expectación y que necesita tanto más de esta imagen cuanto más le amenaza el peligro de olvidar la espera y de entregarse al hacer que, por muy imprescindible que sea, no puede llenar el vacío que amenaza al hambre si no encuentra el amor absoluto que le da sentido, salvación y todo lo verdaderamente necesario para la vida".

La "Llena de gracia"

En íntima conexión con el "gozo" mesiánico, al que es invitada, María es denominada (según el significado de "plenitud" del verbo griego karitóo, muy raro, para expresar algo inusitado) con el "título" único: la "Llena de gracia" (en griego, Kekaritoméne). Título que, al ocupar el lugar del nombre propio, viene a tener toda su fuerza y, por lo tanto, significa lo que es propio y característico de Ella y la distingue de los demás, es decir, como el epíteto que mejor declara el ser de María en la historia de la salvación y le conviene como un nombre de elección, de predestinación y vocación, a la manera que el término Pedro - Kefa - es utilizado para simbolizar el papel del jefe de los apóstoles en la fundación de la Iglesia (Mt 16, 18-19). 

Así la "gracia" define la esencia de María, su realidad entera y llena toda su existencia. Dios invadió por entero el ser de María, se le "dió" y se le "autocomunicó" hasta desbordarse como en nadie en Ella. 

En este sentido todo el esplendor de María era interno, espiritual, y se mantuvo interno durante toda su vida terrena. De modo que se podría decir de Ella: "Omnis gloria eius, filiae regis, ab intus" (Sl 44, 14), según la traducción de la Vulgata Latina. Es decir, María estuvo realmente consagrada a Dios por su estado interior de alma.

Ahora bien, este epíteto, "llena de gracia", de un modo general significa propiamente "ser objeto de la gracia", es decir, de la benevolencia o favor gratuito de Dios, "haber hallado gracia ante Dios" (Lc 1, 30), de suerte que María de un modo particular se llamaría automáticamente "la Llena de gracia", la elegida por excelencia, por haber sido objeto de la suprema de todas las gracias, que las encierra todas, las gracias de la elección a la maternidad divina corredentora, esto es, de aquella benevolencia, favor, amor, misericordia, con que Dios miró siempre todo el ser de María en calidad de representante ideal del Pueblo de Dios y especialmente del "resto" de los "Pobres de Jahvéh", en virtud de lo cual, de tal manera estaba María unida espiritualmente con Dios, que Dios, por amor a la "pobreza" de María, vendría a poner su habitación en Ella, encarnándose y asociándosela para salvar así a toda la humanidad, por lo que en María Dios nos amaba a todos con entrañas de ternura maternal. 


"La grandeza de María reside en la misericordia de Dios gratuitamente ofrecida y fielmente aceptada" 
Es lo que explica el porqué de la elección divina de María. Así el nuevo nombre queda el Ángel a María, "la Llena de gracia", indica a aquella a la que se dirige la misericordia de Dios de modo perfecto, pues todo su ser era producto de la actuación divina en Ella. 

María se ve inmersa en el torrente de la vida divina, que quiso desbordarse para vivificar al hombre. María es el exponente de la colaboración del hombre como imagen de Dios a la gracia ofrecida por Dios. 

La Madre de Dios es muy simplemente el principio, el prototipo y la suma de la criatura humana, que por la gracia preveniente colabora ministerialmente en su redención, y precisamente en cuanto tal es también el principio, el prototipo y la suma de la Iglesia. 

María no es un objeto a admirar en sí mismo, sino un signo de la gracia de Dios. Esto es, la grandeza de María reside no tanto en privilegios biológicos, cuanto en la misericordia de Dios gratuitamente ofrecida y fielmente aceptada.

Así María es imagen de la existencia cristiana, como el exponente de la modalidad y hondura de la acción de Dios en el hombre. La gracia, pues, no se predica de la Virgen como de las demás criaturas elegidas gratuitamente en Cristo (Ef 1, 6), sino que de Ella se predica de un modo absoluto, que vale para todos y cada uno de los momentos de su existencia habitual y permanente, en cuanto María, ha sido y será siempre el objeto del favor excepcional de Dios por el carisma de la maternidad mesiánica divina en la fe, desde su Inmaculada Concepción hasta su Asunción gloriosa: su unión plena con el Redentor implica su participación plena en la redención, que la hace "la plenamente salvada por Cristo" en virtud del vínculo especial de María con Cristo por su "maternidad en la fe". 

Más aún, la gracia se predica de María de un modo singular y único, en cuanto María es toda Ella la favorecida por excelencia, es decir, la expresión personal y la personificación del favor divino. En este sentido se puede decir que María realiza en su persona todo lo que la humanidad realizará al término de la historia de la salvación, revelando en sí todo lo que Dios encerraba desde la eternidad: Dios todo en todos. 

Esto es, en María está prefigurado y como precontenido todo lo que la Iglesia recibirá de gracias, hasta el último día en que aparezca en calidad de Esposa para "las bodas del Cordero" realizando en tantos corazones el misterio de su "plenitud". 

Por lo que tal como la tradición católica ha entendido siempre estas palabras – la Llena de gracia – por ellas se demuestra que la Virgen fue la sede de todas las gracias divinas, por cuyo medio se derivan y se conservan en las almas. Pues todas las gracias provienen de la Encarnación redentora y la Encarnación se realiza por medio de la Virgen María, por su consentimiento formal al amor trinitario. 

Por su privilegiada unión con el Salvador del mundo, María recibe de Cristo una función mediadora universal. Según esto, María, en virtud de su Maternidad divina, de tal modo está unida con la Santidad de Dios, que es su esencia, que toda la Santidad de Dios viene a habitar en Ella como en su nuevo tabernáculo escatológico.

De donde se sigue que la persona de María, no se ordena en su totalidad a otro fin que a ser Madre de la Santidad de Dios y por tanto a ser Madre de la Redención, pues es Madre Virgen Esposa del que es Cabeza de toda la humanidad rescatada y santificada. 

Por la "pobreza virginal" de su fe heroica, María estaba totalmente dispuesta y abierta para "recibir" el supremo favor divino de la Maternidad divina, que la asociaba al Redentor en el primer estadio de la salvación del género humano, haciéndola la primera redimida con una sublime redención preservativa, por su anticipada incorporación virginal al "sacramento original universal" del Hombre Dios. 

Con María, pues, a la vez que se consumaba la antigua economía de la Ley, se iniciaba la nueva economía de la Gracia, los nuevos tiempos proclamados por la predicación apostólica. Tal es el significado del término;"la llena de Gracia", que más introduce en el "misterio de María que en el fondo no es más que un misterio de gracia y amor, del amor infinito de Dios, que es como el amor de una madre, en cuanto la esencia de una madre no es más que la expresión de la "ternura" hacia el hijo necesitado de auxilio: "todo es gracia", una vida llena de riqueza y realización, aunque al parecer es sólo debilidad e inutilidad. 

María fue elegida para expresar el aspecto maternal del amor de Dios, "el eterno femenino", esto es, la "ternura" con que Dios nos ama a nosotros los pecadores, necesitados de su gracia y misericordia divina. 

Lo que la Iglesia ha llamado en el correr de los siglos "la Inmaculada Concepción", que significa la proclamación de lo que era el hombre antes de su caída, el semblante puro de la criatura, la viva imagen divina en el hombre, incluye la superación de la incapacidad de amar; exenta de todo egoísmo, María pudo expandir libremente su corazón hacia Dios y hacia el prójimo. 

Así el dogma mariano llevado a su formulación más general indica la cooperación de la criatura en la obra de la Redención. Partiendo de aquí se nos esclarece su inmenso significado en relación con nuestros tiempos, pues la Gracia divina no se transforma; pero lo que hay aparece transformado en medida creciente es la cooperación de la criatura. 

Reside en la consecuencia de la doctrina de la cooperación el que María aparezca como la más poderosa ayuda cuando peligra la fe, y como la triunfadora sobre la caída religiosa.