Le "debo" a María

Padre Fernando Torre, msps.

 

Todos estamos de acuerdo con el apóstol Juan cuando afirma: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó» (1Jn 4,10). La formulación negativa («no en que nosotros…») elimina la posibilidad de pensar que nuestro amor sea la causa de que Dios nos ame. No; «él nos amó primero» (1Jn 4,19).
Sin embargo, aunque estemos conscientes de que nuestra relación con Dios consiste en dejarnos amar por él, en la práctica actuamos como si lo verdaderamente importante fuera nuestro amor: nos esforzamos por manifestarle que lo amamos, llegamos a preocuparnos de que no hemos hecho tal o cual cosa para probarle nuestro amor. Nuestra atención debería centrarse en descubrir mejor el amor que Dios nos tiene, en recibir adecuadamente su gracia y en vivir abandonados a su acción.
Esto mismo nos sucede en nuestra relación con la Virgen María: en lugar de dejarnos amar por ella, estamos preocupados por amarla; incluso a veces experimentamos un sentimiento de culpa por no haber realizado algunas prácticas de piedad.
Hace algunos años, los formadores del Noviciado estábamos haciendo la evaluación final con un grupo de novicios. Al revisar cómo había sido su relación con la Virgen María durante esos dos años, uno de los novicios dijo: «A veces rezo el rosario, para que María no diga». Me molestó esa expresión. Pues ¿qué iba a decir María? Me pregunto cuál sería la imagen de la Santísima Virgen que él tenía: ¡Para que María no diga!
En otra ocasión, dialogando con una religiosa amiga mía, me compartía que no sentía bien su relación con la Virgen, pues no había cumplido con algunas prácticas. «Le debo a María muchos rosarios», me dijo. Sin pensarlo respondí: «yo pago por ti». No sé si esto fue una inspiración del Espíritu Santo o sólo una respuesta precipitada.
Al cabo de unas semanas, recibí carta de ella en la que me compartía cómo se había sentido después de mi irreflexiva respuesta. Con la autorización de ella, transcribo aquí una parte de esa carta:
Mi relación con María está mejor. Con lo que me dijiste: «yo pago por ti», me has ayudado un montón, pues me acerco a Ella con mucha libertad. Antes me daba pena acudir a Ella cuando había fallado tanto en las prácticas marianas o en la atención amorosa a Ella o en mi oración en general. Ahora vengo a recibir su amor gratis; yo no he hecho nada para merecerlo, no he cumplido con rosarios ni demás, pero hay alguien […] que paga por mí y eso me hace venir sin deudas.
Gracias […] por acercarme a Ella una vez más, la quiero un montón pero a veces no sé cómo acercarme a Ella y es que creo que quería merecer su amor y resulta que Ella me ama como Jesús, gratuitamente.
Esta carta me llenó de alegría y de gratitud para con Dios. Mis cuatro palabras habían sido la ocasión para que esta religiosa experimentara el amor gratuito de María hacia ella.
Cuando le dije «yo pago por ti», no me refería a que iba a ponerme a rezar los rosarios que ella "debía" ─ni sé cuántos eran─. Mi "pago" a María ha sido tratar de descubrir el amor que me tiene, dejarme amar por ella, gozar ese amor y agradecerlo.
De ningún modo desprecio las prácticas de piedad mariana como el rosario, novenas, celebraciones litúrgicas, peregrinaciones o visitas a santuarios. Pero éstas no son una forma de "comprar" el amor de María sino maneras de responder a un amor gratuito o medios para disponernos a recibir mejor el amor que ella nos tiene.
¿Por qué tenemos que poner en términos comerciales nuestra relación con la Virgen María: «deuda pago», «compra venta»? El amor es gratis. ¿Cómo pretender pagar lo que se nos da como regalo? Lo que necesito es abrir mi corazón para acoger su amor.
Amar a María consiste en dejarme amar por ella.