Año de Gracia

SS. Pio XII

 

Debe recordarse que, ya desde el siglo II, la Virgen María es presentada por los Santos Padres como la nueva Eva, estrechísimamente unida al nuevo Adán en aquellas luchas contra el enemigo infernal; lucha que, como de antemano se significa en el protoevangelio [Gen 3, 15], había de terminar en la más absoluta victoria sobre la muerte y el pecado. Por eso, a la manera que la gloriosa resurección de Cristo fue parte esencial y último trofeo de esta victoria, así la lucha de la bienaventurada Virgen común con su Hijo, había de concluir con la glorificación de su cuerpo virginal. 
Por tanto, la augusta Madre de Dios, misteriosamente unida a Jesucristo desde toda la eternidad por un solo y mismo decreto de predestinación, inmaculada en su concepción, virgen integérrima en su divina maternidad, generosamente asociada al Redentor divino, que alcanzó pleno triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, consiguió, al fin, como corona suprema de sus privilegios, ser conservada inmune de la corrupción del sepulcro y, del mismo modo que antes su Hijo, vencida la muerte, ser levantada en cuerpo y alma a la suprema gloria del cielo, donde brillaría como Reina a la derecha de su propio Hijo, vencida la muerte, ser levantada en cuerpo y alma a la suprema gloria del cielo, donde brillaría como Reina a la derecha de su propio Hijo, Rey inmortal de los siglos.

Por eso, para gloria de Dios Omnipotente que otorgó su particular benevolencia a la Virgen María, para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte, para aumento de la gloria de la misma augusta Madre, y gozo y rogocijo de toda la Iglesia, por la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y nuestra, proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado: Que la inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial.

Por eso, si alguno —lo que Dios no permita— se atreviese a negar o voluntariamente poner en duda lo que por Nos ha sido definido, sepa que se ha apartado totalmente de la fe divina y católica.

De la Constitución Munificentissimus Deus