María nos enseña a vivir nuestro sí

Justo López Melús

 

María, una historia de amor.
Hay que distinguir entre el sí de la aceptación y el sí de la ejecución. A veces cuesta aceptarse a sí mismo, aceptar los planes de Dios sobre uno mismo. Con todo, el sí de la aceptación, decir sí en los momentos de emoción -las novias ante el altar, los novicios en su «profesión»- no cuesta tanto. Lo que verdaderamente cuesta, y es muy meritorio a los ojos de Dios, es el sí de la ejecución, es vivir y mantener el sí, en todas las circunstancias, durante toda la vida.

Ese es el ejemplo maravilloso de María. Pronunció gozosamente su fiat, el sí, el día de la anunciación, y lo mantuvo generosamente en medio de las pruebas y oscuridades de su vida. Lo mantuvo en las incomodidades de Belén, en la emigración a Egipto, en «la noche oscura de Nazaret». Lo vivió en las horas amargas de la pasión y en la cumbre dolorosa del Calvario. Toda su vida fue un sí vivido y sostenido, sin vacilaciones ni debilidades.

María nos enseña a pronunciar el fiat, el sí, porque hay también un sí para nosotros. En la Biblia hay cuatro fiat «hágase»' que son las cuatro columnas del universo. En el Génesis, el fiat del Padre. En la encarnación, el fiat de la Virgen. En Getsemaní, el fiat de Cristo. En el padre nuestro, nuestro fiat (hágase tu voluntad en la tierra: en mí). Con el primero se realiza el nacimiento del mundo. Con el segundo, el nacimiento de Cristo. Con el tercero, el nacimiento de la esperanza. Con el cuarto, el nacimiento de la santidad... También mi fíat es importante. Sólo mi fiat completa la redención:


«Completo en mi carne lo que falta a las penalidades de Cristo» (Col 1,24).


Se cuenta de un niño, el pequeño Plácido, que sólo lograba tartamudear: sí, sí. Le acompañaron sus padres al monasterio, preocupados por su dificultad para hablar. San Benito les acogió amablemente, con hospitalidad benedictina, y los consoló diciendo: «Aunque en toda su vida no supiera decir más que sí, ya es suficiente. Con eso basta».

Ciertamente. Cuando un alma responde sí a Dios, él baja al mundo. Sí: una palabra que cambia la vida y el curso de la historia. Jesucristo es el sí de Dios (2Cor 1,19-20). María es el sí de la encarnación. Ahora nos toca vivirlo a nosotros. Ensayar ese sí, repetir nuestro fiat, aprender a vivirlo bien, es una tarea que vale la pena, para toda la vida.

Fuente: Arquidiócesis de Madrid