Maria y la eficacia de la Evangelización 

Padre Cándido Pozo, S.J

 

Hch. 16, 13 ss., relata una escena encantadora. Pablo en Filipos habla a un grupo de mujeres. Todas le escuchan. Entre ellas se encuentra Lidia, vendedora de púrpura, temerosa de Dios. También ella escucha con las demás. Pero de ella, por encima de las otras, escribe Lucas: "El Señor abrió su corazón para que hiciese caso de las cosas que Pablo decía" (v. 14). Para que la Evangelización sea eficaz, no basta la predicación externa; tiene que actuar la gracia en el corazón del oyente. Y esa gracia hay que implorarla e impetrarla.
Es conocido como nació el titulo de María "Nueva Eva"_ San Pablo en 1 Cor. 15, 45, había hablado de Cristo como del "último Adán". Es muy posible que este título cristológico haya sido el punto de partida de una reflexión que descubrió, de hecho, junta al Señor, una figura colaboradora en su obra salvadora, de modo análogo a como el primer Adán tuvo a su lado a Eva que colaboró en la obra del pecado.
Si éste ha sido el origen del tema, se comprende que mientras que la referencia del Nuevo Adán a Cristo estuvo fija desde el principio --era un dato neotestamentario--, hayan existido vacilaciones para individuar quién era la Nueva Eva que estaba a su lado. De hecho de modo prácticamente contemporáneo, aparecen la referencia del tema a María y la referencia del tema a la Iglesia. Mientras que San Justino aplica, por primera vez, a María_, la referencia del mismo a la Iglesia se encuentra en la segunda epístola de Clemente_. Más llamativo es el fenómeno de que un mismo autor, Tertuliano, incluso en un mismo pasaje, haga las dos aplicaciones indicadas: a María y a la Iglesia_ En ambos casos --Iglesia y María--, siempre está subyacente la idea del "auditorium simile sibi" (cf. Gen. 2, 20) que coopera con el Nuevo Adán.
A pesar de estos paralelismos y de la importancia de la idea de una cooperación de la Nueva Eva en la obra salvadora de Cristo, cuando el tema se aplica a María y cuando se aplica a la Iglesia, no se dice exactamente lo mismo_. 
En el primer caso se piensa en una cooperación en la misma obra histórica salvadora, que María realizó en su vida terrena, más concretamente en el momento de la Encarnación. Gracias a su "si" nos vine el Salvador y con El la salvación_. En el segundo se piensa más bien en la colaboración que la Iglesia presenta a Cristo después de su Ascensión, a lo largo de los siglos, aplicando a los hombres, sobre todo con su acción sacramental, las gracias que Cristo les obtuvo con su Redención_. Como se ve, dentro de la idea común de cooperación a la obra salvadora de Cristo, el tema ha tenido, en ambos casos, desarrollos diversos que, en algún sentido, pueden considerarse independientes.
Pero era inevitable que la aplicación de un mismo tema a dos figuras distintas terminara por llevar a una reflexión comparativa que pusiera ambas figuras en relación. Según G. Philips, sería San Ambrosio el primero en haber hecho esta comparación de modo explícito_. Las consecuencias fueron muy notables. Hasta entonces el tema de María Nueva Eva evocaba una colaboración de María en la adquisición de las gracias, mientras que el mismo tema aplicado a la Iglesia sugería una cooperación de ésta en la distribución de ellas. Ahora, al comparar entre sí a ambas figuras, se comprendió que María tiene también una función, con su intercesión celeste, a lo largo de los siglos, en la distribución de las gracias. 

Pero aunque la figura de María resultó enriquecida con la reflexión comparativa, no sucedió lo mismo a la figura de la Iglesia. No era posible pensar en una cooperación de la Iglesia en la misma obra redentora por la que las gracias se obtienen. La Iglesia nace como fruto de la Redención. No pudo, por tanto, cooperar a la obra por la que ella nace o, lo que es lo mismo, no pudo cooperar antes de existir_.
Desde este momento en que se comprende que María interviene con su intercesión en la distribución de las gracias --incluso desde un poco antes de este momento, porque la vida precede siempre a las formulaciones--, surge en la Iglesia imparable un movimiento de plegaria a María. La oración popularísima "Sub tuum praesidium" es ciertamente preefesina_. Pero a partir de Efeso, la piedad mariana se acentúo extraordinariamente_. "La Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los, títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Medianera"_. Los fieles acuden a su intercesión en sus problemas temporales y espirituales_. Y es bello que así sea.
Siento un enorme respeto ante los fieles que acuden a María implorando su auxilio en sus problemas temporales, porque también Jesús miró con misericordia a los que acudían a El con necesidades corporales y ejercitó sobre ellos los milagros de su Poder. Pero sería interesante subrayar que María aparece dos veces en el Nuevo Testamento intercediendo, y que en ambas el fin último de su actividad intercesora son bienes espirituales.
La perícopa de las bodas de Caná (/Jn/02/01-11) culmina en un último versículo que nos hace comprender que el milagro --por el que María ha intercedido-- no se hizo primariamente para resolver el pequeño problema material de aquellos jóvenes esposos que iban a sentir vergüenza porque el vino no alcanzaba hasta el final de la fiesta, sino que con él Jesús "manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en El" (v. 11), es decir, el milagro --y no olvidemos que no es solo el primero, sino el comienzo ("archë") de los milagros de Jesús-- confirma a los discípulos en su fe. Por María ha venido el fortalecimiento de la fe inicial de los discípulos_. Más tarde, Hech. 1, 14, volverá a presentarnos a María en oración de súplica para que el Espíritu Santo descienda sobre la Iglesia naciente. Por la intercesión de María se infundio el Espíritu en Pentecostés a la Iglesia_. A Ella habrá que acudir primariamente para que nos obtenga fortalecimiento en la fe y abundante efusión del Espíritu.