Vía de María

Chiara Lubich

 

María es el prototipo y la forma de la Iglesia, y por eso es evidente que en tal sublime criatura pueden encontrar su propio modelo todos los cristianos. Así nos sucedió a nosotros. Hemos descubierto en María nuestra forma, el modelo de nuestra vía de perfección. Por eso los diversos momentos de la vida de María que nos presenta el Evangelio nos parecieron etapas que nuestra alma podía contemplar para adquirir luz y ardor en las diversas edades de la vida espiritual. Y la iluminación fue tan fuerte que hemos llamado a nuestro camino: Via Mariae, la Vía de María. Les expongo muy sintéticamente algunas etapas.

El primer acontecimiento de la vida de María es la Anunciación (Lc 1,25 ss) cuando el Verbo se encarna en su seno. Si tratamos de comprender la vida de algunos santos, vemos que algo análogo sucedió también en ellos. A pesar de que santa Clara de Asís ya vivía con fervor la vida cristiana, su encuentro con san Francisco provocó algo nuevo en ella: hizo desarrollar y crecer a Cristo en su alma, hasta convertirla en una de las mayores santas de la Iglesia católica. Por eso cuando alguien se encuentra con el carisma de la unidad y acepta hacerlo propio, sucede en él algo semejante a lo que le sucedió a María y a algunos santos: Cristo puede nacer y crecer espiritualmente en su corazón, como si se tratara de una actualización del Bautismo.

El segundo episodio de la vida de María es su visita a Isabel para ayudarla. Pero apenas llegada a su casa, encontrando en su prima un alma abierta a los misterios de Dios, sintió que podía comunicarle su gran secreto, y lo hizo con el Magnificat. Así María le contó a Isabel su extraordinaria experiencia. Todos los que eligen a Dios como el ideal de su propia vida se dan cuenta de que, para poner en práctica esta elección, deben empezar a amar. Pero el amor es luz. Y, comprendiendo un poco la intervención de Dios en sus vidas, se dan cuenta del hilo de oro de su amor. Y les cuentan a los hermanos complacidos lo que entendieron. Es su experiencia.

El tercer acontecimiento de la vida de María es el nacimiento de Jesús (Lc 2,7; Mt 1,25). En el Movimiento se ama y se es amado, porque todos quieren amar. Pero este amor mutuo fructifica la presencia de Jesús entre los hombres; se trata de «generar a Cristo» a imitación de María.

María presenta a su Hijo al templo, y se encuentra con el anciano Simeón. Para Ella es un momento de alegría, porque ese hombre piadoso y justo le confirma que el niño es Hijo de Dios. Pero también es un dolor, porque Simeón le dice: «y a ti una espada te atravesará el corazón» (Lc 2,35). También quien quiere vivir la espiritualidad del Movimiento pasa por un momento semejante. Es cuando toma conciencia de que, para poder seguir en este camino, se necesita un «sí» a la cruz. 

María experimenta muy pronto el dolor en la fuga a Egipto (Mt 2,13 ss), sufriendo esa persecución que se manchó con la sangre de tantos inocentes. Esto mismo, proporciones hechas, sucede a los que siguen la Via Mariae. El ideal que ellos viven y presentan al mundo está en antítesis con él. Entonces no hay que maravillarse si, cuando empiezan a difundirlo, son atacados con las primeras críticas. Hay que reaccionar amando a Jesús crucificado y abandonado en estas cruces, el perseguido por excelencia, para que el Resucitado siga resplandeciendo en nuestro corazón.

Jesús, a los 12 años, se detiene en Jerusalén para hablar a los doctores del templo. María, al encontrarlo, le dice: «Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados» (Lc 2,48). Y Jesús le contesta: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?» (Lc 2,49). Estamos en una nueva etapa de la vida de María, cuyo estado de ánimo nos parece que es análogo al de un período típico que atraviesan los que se han encaminado por esta vía . En efecto, ellos advierten, tal vez después de muchos años, que afloran diversas tentaciones, dolorosamente áridas, que, gracias al carisma abrazado, habían desaparecido desde hacía tiempo. Sufren y, dirigiéndose al Señor, le dicen. «¿Por qué te has alejado de mí?». A lo que Él parece responder: «¿No sabías que todo lo hermoso y lo bueno que habías experimentado era mío, y que lo habías recibido por pura gracia?». Así se ponen bases de humildad en las personas, que son tan necesarias para que Cristo pueda vivir y crecer. Probablemente se trata de un período de la «noche de los sentidos», de la que hablan los místicos. Para María también la pérdida de Jesús en el templo en un cierto sentido había significado una «noche de los sentidos»: no lo veía más, no oía más su voz, su presencia se había ocultado a su amor de madre.

Después de esta prueba, por lo que sabemos, María vivió un largo período de intimidad familiar con Jesús. Del mismo modo, los que aceptan con humildad y superan las etapas precedentes, a menudo encuentran una unión con Jesús nueva y más profunda. Y este período, en el cual, sin embargo, las cruces no faltan, puede durar largo tiempo.

Después Jesús empieza su vida pública y María lo sigue en su misión, algunas veces sólo con el corazón, otras en persona. Este momento hace recordar a las personas del Movimiento aquel periodo de su vida espiritual en el cual, acostumbrados a escuchar la voz de Jesús, la sienten como propia y la siguen.

Después le llega a María la hora de la inmolación: es la Desolada. En el Movimiento no faltan sufrimientos análogos a los de María. En efecto, en alguno de sus miembros se pueden constatar síntomas auténticos de la «noche del espíritu», por ejemplo, cuando Dios permite que se pase la prueba terrible de sentirse abandonados por Él , o cuando la fe, la esperanza y la caridad parecen apagarse.

¿Y después de la desolación? María se queda como centro del cenáculo, con todo su carisma de maternidad hacia los Apóstoles, junto a Pedro, a quien Jesús había constituido su cabeza. María ya no sigue a Jesús: ahora, después de la venida del Espíritu Santo, en cierta manera, está transformada en Él. Y, como otro Cristo, Ella también contribuye, a su modo, a la difusión de la Iglesia. A esta meta -salvando las proporciones- se dirigen los que viven la espiritualidad de la unidad y pueden alcanzarla. Es esa etapa que los místicos llaman «unión transformante», cuando a una actividad particularísima, en bien de la Iglesia, se une una particularísima contemplación.

Y al final llega la hora de la Asunción, cuando Dios, desde el Cielo, llama a María. Sólo quien la ha experimentado puede decir algo de esta etapa. Santa Clara de Asís, antes de morir, pronunció esta frase: «Ve segura, alma mía, porque tienes una buena guía en tu viaje. Ve, porque Aquél que te ha creado te ha santificado (.) te ha amado con ternura. Y tú, Señor -agrega-, bendito seas por haberme creado». Tal vez quería decir: porque al haberme creado has procurado tu gloria. Y su muerte fue una muerte de amor.. ¡Que el cielo quiera algo semejante para nosotros!