Sonrisas y lágrimas

 

Pilar Salcedo

 


Hay un revuelo de gloria cuando, en pleno Agosto, María se nos va al cielo. Es "la Virgen de Agosto".
En plenitud de frutos y sementeras va a gozar del fruto de su vientre sin silencios ni ausencias. Todas las campanas a vuelo, todas las imágenes cuajadas de flores con la gloria de la música y los cohetes. Se diría que no hay pueblo en España que no celebre a María, en el corazón del verano. Y como saben que va a ser coronada, le cantan como en el antiguo cancionero de Priego, en Córdoba, letras increíbles en las que Nuestra Señora le pone condiciones a Dios. "La corona se quitó María, a su propio Hijo se la presentó y le dijo: Yo ya no soy Reina si tu no detienes tu justo rigor". Y en el cielo se alegran de que interceda por nosotros pecadores; la que acercó Dios al hombre en sus entrañas benditas ¿no va a tener entrañas para acercar el hombre a Dios? Pero eso ha tenido un precio. "Vi en el cielo una mujer vestida de sol... está en cinta y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz" (Ap.12, 1-2). Son los dolores por nuestra conversión. Todo lo que cuesta hacer de cada pecador un santo.
Tendríamos que agradecer a la Iglesia, el detalle y el mimo con que se cuidan en parroquias, ermitas y santuarios las imágenes de la Virgen, tantas y tan hermosas que parece que no acabó de irse, que está todavía entre nosotros.
No vendría mal aprovechar las vacaciones para visitarlas. Sin olvidar esos tesoros de arte sagrado de tantas catedrales y museos. Yo tengo debilidad por dos imágenes que están en Toledo y Valladolid. Son como dos polos opuestos. Llueve y sale el sol.. 
¿A qué artista anónimo debemos el arco iris de esta maravilla? ¿Hay en el mundo sonrisa más profunda, más gracioso llanto?
El arte está lleno de anacronismos deliciosos y éste es uno de ellos. El mismo siglo, la misma piedra policromada, el mismo rostro casi infantil. Pero un gesto distinto. En el primero, una mano pequeña hecha caricia arranca una sonrisa; en el segundo, esa mano que cuelga ya sin vida, es causa del llanto.
La pequeña Dolorosa del museo de Valladolid es escandalosamente joven. Aún juega el Hijo con la Madre y ya está muerto sobre sus rodillas. Qué cerca los días alegres de los tristes; que prisa se dieron las siete espadas. El escultor ha hecho realidad sin quererlo el villancico popular donde María, que lava y tiende en el romero, se lamenta con una idea fija "Las manitas de mi Niño tan blancas y torneadas ¡luego las tengo que ver en una cruz enclavadas!" Y de repente, sin adivinar si es ayer o es hoy se ha encontrado así con su cara de niña y un Hijo muerto de treinta y tres años.
La dolorosa de Valladolid, otro genial contrasentido, tiene sobre el regazo un cuerpo de proporciones mucho mayores. Y la vemos sentada, como algo indefenso y pequeño, sosteniendo malamente el enorme peso, tan dulce para ella, que por nada del mundo quisiera soltarlo, ¡mientras pueda tenerlo así!
Pena y alegría del amor. Sonrisas y lágrimas. Qué distinta la vida con el Hijo y sin Él, que cerca y que lejos aquellas manos torpes enredando en su cara. Pequeña y grande historia de tantas madres que traen hijos al mundo para perderlos. Crónica de nuestros días agridulces que reflejados en este espejo ya no cuestan ¿Tuvo nunca más bonito reverso una medalla?
Pero son pocos años. Demasiado joven la dolorosa para sufrir -¡si le cuesta romper a llorar!- comenta un experto. No sabe llorar porque es niña ¿Y cómo recitar ante esos "pucheros" el Stabat Mater? ¿Cómo compartir su dolor si es un gozo mirarla? Nosotros le diríamos mejor aquel villancico: "Llora, que llorando al cielo enamoras, llora más, que es gloria ver como lloras, aunque sea seguro que por poco que llores, lloras por muchos".
Culpables todos, todos responsables de este llanto, de todo temprano dolor, de todo lo pequeño y débil que llora en el mundo.
Que Dios nos perdone si para consolarnos nos vamos con la mirada donde el sol nace en sonrisa. Y porque su dolor nos ha salvado, porque ella hizo posible con su carne el brote nuevo de nuestra alma, justo es saludarla con el mejor piropo de nuestros clásicos: "Oh Reina de mil primores, de diciembre tantas flores ¿quién las dio sino tu "Virgen Sagrada"?
Pero está llorando la pequeña Dolorosa y hay que volver a las lágrimas. Y nos quedaríamos eternamente así, saltando del gozo al dolor, del dolor al gozo, hasta lograr como las cámaras ese "fundido" que repite fielmente nuestra vida. No sabríamos donde empieza el dolor ni donde acaba el gozo. Tocaríamos con nuestros dedos el corazón triste del júbilo y la blanca mariposa del llanto. Ni siquiera sabríamos ya lo que queríamos ¿para qué? Todo tendría para nosotros un mismo signo.
Dicen que ocurre así en los grandes momentos.