Confianza inquebrantable en María

Asociación Cultural Salvadme Reina de Fátima - España

 

Confianza inquebrantable en María

Una cariñosa oración de San Bernardo de Claraval a María nos da ocasión para tratar de un tema muy importante en los días de hoy: la bondad inestimable de la Madre de Dios para con los hombres y la confianza sin límites que en Ella debemos tener.


Inigualable cantor de las glorias de María Santísima, San Bernardo compuso piadosas oraciones dirigidas a Ella. Entre otras, nos complace comentar una que está llena de sentimiento y es admirable bajo todos los puntos de vista. Es esta:

¡Oh dulce Virgen María!, mi augusta soberana, mi amable Señora, Madre mía amorosísima. ¡Oh dulce Virgen!, en ti coloqué toda mi esperanza y no me veré confundido. Dulce Virgen María, yo creo tan firmemente que, desde lo alto de los cielos, Tú velas día y noche sobre mí y sobre aquellos que esperan en Ti; estoy tan íntimamente convencido de que jamás puede faltar nada cuando se espera todo de Ti, que resolví vivir en adelante sin ninguna aprensión, y descargar enteramente en Ti mis iniquidades.

Dulce Virgen María, Tú me estableciste en la más inquebrantable confianza. ¡Mil veces gracias por darme esta gracia tan preciosa! En adelante estaré en paz, bajo vuestro puro Corazón. No pensaré más en otra cosa sino en amarte y obedecerte mientras Tú misma regirás mis intereses más importantes, ¡oh bonísima Madre!

¡Oh Dulce Virgen María!, que entre los hijos de los hombres, unos esperen su felicidad de sus riquezas, otros la busquen en sus talentos; que otros se apoyen sobre la inocencia de sus vidas o sobre el rigor de sus penitencias, o en el fervor de sus oraciones, o en el gran número de sus buenas obras. Yo, Madre mía, esperaré solamente en Ti, sólo en Ti después de Dios. Y todo el fundamento de mi esperanza será mi confianza en tu bondad materna.

Dulce Virgen María, los malos podrán robarme la reputación y el poco bien que poseo. Las enfermedades podrán quitarme las fuerzas y la capacidad exterior de servirte. Yo podré, infelizmente, tierna Madre mía, perder vuestras buenas gracias por el pecado. Pero mi amorosa confianza en tus maternas bondades, ésta jamás la perderé. Esta confianza inquebrantable la conservaré hasta mi último suspiro. Todos los esfuerzos del infierno no me la robarán. Yo moriré repitiendo mil veces tu nombre bendito y haciendo reposar sobre tu Inmaculado Corazón mi esperanza.

Y, ¿cómo estoy tan firmemente seguro de esperar siempre en Ti, si no es porque Tú me enseñaste, ¡oh Dulce Virgen!, que Tú eres toda misericordia y que no eres sino misericordia?

Por lo tanto, estoy seguro, ¡oh buena y amorosa Madre!, de que te invocaré siempre, y estoy seguro de que Tú me consolarás. Yo te agradeceré por siempre porque Tú siempre me aliviarás. Yo te serviré siempre porque Tú siempre me ayudarás. Yo te amaré siempre porque Tú siempre me amarás. Yo obtendré todo de Ti porque tu amor, siempre generoso, ira más allá de mi esperanza.

Sí, es sólo de Ti, ¡oh dulce Virgen!, que, a pesar de mis faltas, espero el único bien que deseo, a mi Jesús, en el tiempo y en la eternidad. Es sólo de Ti, porque Tú eres a quien mi Divino Salvador escogió para concederme todos sus favores, para conducirme seguramente hasta Él. Sí, es de Ti, Madre, que, después de haber aprendido a participar de las humillaciones y sufrimientos de tu Divino Hijo, espero ser introducido en la gloria y en las delicias, para alabarlo y bendecirlo junto a Ti y contigo, por los siglos de los siglos. Así sea.

He aquí mi mayor confianza y toda la razón de mi esperanza. Ecce mea maxima fiducia et tota ratio spei meae.

Confianza sin límites en Nuestra Señora

La oración es verdaderamente maravillosa, y posee las características de la elocuencia de San Bernardo. Es decir, una oración con una mezcla de humildad y de arrojo, de ternura y de fuego, de dulzura y virilidad, difícil de encontrar reunidas en las expresiones de un sólo hombre.

Por un lado, la ternura hacia Nuestra Señora llega hasta el último límite donde se pueda llegar. Sobre todo, llega al ápice la persuación de la ternura que Ella tiene hacia nosotros.

Pero de otro lado, en la manera de cantar el cariño de Ella, nada hay de afeminado, nada hay de indigno de un varón. Por el contrario, existe una especie de audacia, de arrojo corajoso y estimulado por esa ternura, que hace de la oración una obra prima, porque junta la suavidad propia a una paloma y el vuelo extraordinario del águila. 

En su oración, el Santo penetra directamente en el Corazón Inmaculado de María. Y con una libertad, un desembarazo Œse diría, con una familiaridadŒ, llenos de veneración, pero de una intimidad que verdaderamente nos espanta.

Él habla de la virtud de la confianza, y muestra en que consiste. Después, determina las razones de esta virtud. Para San Bernardo la confianza consiste fundamentalmente en saber que Nuestra Señora es toda ternura, y en Ella no hay severidad. Ycomo esta es su disposición en relación a todos los hombres, es lógico, forzoso, inevitable, que cada hombre que conozca esto deposite en María una confianza sin límites.

El autor de la oración establece esta confianza en dos gamas: primero, en cuanto a la vida terrena; en segundo lugar, en cuanto a la vida eterna. 

San Bernardo expresa su seguridad de que Nuestra Señora va a regir sus intereses en esta existencia, y son sus intereses terrenos propiamente dichos. Es verdad que él era religioso y no tenía preocupaciones materiales, pues todas eran atendidas por el monasterio. Sin embargo, él compuso esta oración para que fuera rezada por cualquier fiel, y no solamente por los monjes. Por eso se comprende que nosotros, en nuestros intereses terrenos, en aquello que ellos tienen de legítimo, de santificante, debemos confiar en Nuestra Señora.

En el auge de las pruebas, confianza aún mayor

Más. Debemos pedir que Ella haga por nosotros aquello que nosotros no somos capaces de hacer.

Todos sabemos que la Providencia tiene designios insondables y que puede, por lo tanto, querer sujetarnos, de un momento a otro, a sufrimientos que no preveemos. Sabemos también que la Providencia quiere, genéricamente, de aquellos a quien ama, que pasen por muchas pruebas. Sabemos, por lo tanto, que en esta vida tenemos que sufrir.

Sin embargo, por un movimiento interno de la gracia, por un sentido de las proporciones, etc. vemos que en relación a otros intereses terrenos, muy probablemente la Providencia no quiere que se pierdan y sean inmolados. Estos intereses los debemos entregar a los maternales cuidados de Nuestra Señora. Ella velará por ellos, los apoyará, los protegerá, de tal forma que no precisemos dejarnos tomar por ansiedades, ni agitaciones, ni angustias.

En lo peor de nuestras angustias y preocupaciones debemos recordar lo que dice el P. Saint-Laurent en su "Libro de la Confianza": cuando la tormenta haya llegado al auge, es la hora de preparar el incienso y todo lo necesario para cantar el Magnificat, porque en ese momento Nuestra Señora intervendrá y nos salvará. Es decir, esa es una confianza inquebrantable. Y es una confianza que crece aún más cuando no se trata tan sólo de nuestros intereses terrenos, pero sí de cuestiones de apostolado. La Santísima Virgen desea que busquemos el mayor bien para las almas, y multiplica su infalible socorro para que nuestra misión evangelizadora sea coronada con el suceso. Y aunque nuestros problemas apostólicos parezcan demasiado complicados y comprometidos, debemos tener entera certeza de que Ella resolverá todo.

En una palabra, como Medianera omnipotente junto a Dios, Nuestra Señora nos alcanza la solución para todas nuestras dificultades, ya sean grandes o pequeñas, comunes o inmensas.

Si desconfiamos de Nuestra Señora, todo se pierde

Esta verdad se aplica aún más a nuestra vida espiritual. Si Ella nos atrae así, no interrumpirá la obra que inició y nos conducirá, si sabemos confiar, hasta el extremo de la perfección a la que estamos llamados.

Alguien dirá: "Son bellas palabras... Pero en realidad son palabras vacías y no corresponden a la realidad, porque si yo peco, estoy creando obstáculos a la acción de Nuestra Señora. Y si procedo de esa manera, no puedo suponer que Ella va a santificarme. Es decir, esta afirmación es muy bonita, pero está vacía, no tiene consistencia. Es una quimera."

La respuesta está en la propia oración de San Bernardo. Aunque tengamos la enorme desgracia de haber ofendido a Nuestra Señora, aunque tengamos el pesar de haberla ofendido gravemente, es preciso continuar confiando en Ella. Porque si desconfiamos de María, entonces todo está perdido. Ella es la puerta del Cielo. Y si, por nuestra falta de confianza, cerramos esta puerta, nosotros mismos nos condenamos.

Por el contrario, sin continuamos confiando en Ella contra toda esperanza, Nuestra Señora por lo menos recibirá de nosotros esta forma de gloria, que es la del pecador que continúa confiando en Ella. Es el homenaje de la confianza de aquél que la ofendió y, en ese sentido, una categoría de alabanza que ningún justo le puede dar.

Entonces, esperemos contra toda esperanza, aún dentro de las dificultades y de los baches de nuestra vida espiritual. Es lo que San Bernardo recomienda intensamente, haciendonos recordar aquellas palabras de San Francisco Javier de que lo peor del pecado -aún del más horroroso- no es tanto la falta en sí, sino que el pecador, después de haber caído, pierda la confianza en Dios. Porque mientras confía, el camino permanece abierto. Todo es posible.

En la hora de la muerte, la suprema protección de
María


Después de hablar de los intereses de esta vida, San Bernardo se refiere a los de la vida eterna. Y manifiesta este pensamiento admirable: cuando llegue la hora de su muerte, él espera que su confianza sea tal que muera con su corazón reposando sobre el Inmaculado Corazón de María.

Es una expresión simbólica, naturalmente, pero que está revestida de un inmenso valor, porque revela una esperanza muy grande en que Nuestra Señora, en la hora de la muerte, nos ayude de forma particularísima. Que Ella disminuya los horrores de este trance y nos dé un tránsito lleno de sentimientos de su presencia, si eso es para su mayor gloria y bien de nuestra alma. Y si, por los superiores designios de Dios, tenemos que fallecer en medio de una gran aridez, que tengamos la más completa confianza de que Nuestra Señora hará que esta última prueba redunde en un mayor beneficio para nosotros. Ella se valdrá de este sufrimiento para abreviar nuestro purgatorio, para salvar otras muchas almas y, a fin de cuentas, para llevarnos a lo más alto de los cielos, muy junto a su trono de Reina y de Madre indeciblemente amorosa.

Fuente: Asociación Cultural Salvadme Reina de Fátima - España