María, cuidadora junto a Jesus 

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LLAMAMOS A MARÍA LA CUIDADORA JUNTO A JESÚS, PORQUE: 

Estuvo atenta a la revelación de la voluntad de Dios sobre su misión en la vida. Por eso, fue capaz de escuchar el mensaje del arcángel Gabriel (cf. Lc 1, 26-38). 
Cuidó en sus entrañas al que sería el Hijo de Dios hecho hombre, llevando su embarazo con el mayor de los cuidados. 
Cuidó a su esposo José en el hogar de ambos en Nazaret, y mientras vivió en este mundo. 
Acudió presurosa, llevando ya a Jesús en su seno, a cuidar a su prima Isabel, sabiendo las dificultades que llevaba consigo el concebir un hijo en la vejez. 
Aunque no hubo sitio para ella y José en la posada de Belén, cuidó a Jesús recién nacido, envolviéndolo en pañales y acostándolo en un pesebre (cf. Lc 2, 7). 
Guardaba y meditaba en su corazón todo lo concerniente al nacimiento y a la infancia de Jesús (cf. Lc 2, 19.51). 
Cuidó a Jesús durante la persecución de Herodes y la huida a Egipto (cf. Mt 2, 13-15). 
Junto con José crió y educó a Jesús para que creciera en sabiduría en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 1, 80; 2, 52). 
Procuró que en las bodas de Caná no faltara el vino, advirtiendo de ello a Jesús e indicando a los sirvientes: Haced lo que él os diga (Jn 2, 3s). 
Con su presencia junto a la cruz, cuidó de que a Jesús moribundo no le faltara la entereza y ternura que emanaba su compañía; y cuidó allí también de Juan, de María la de Cleofás, de María Magdalena (cf. Jn 19, 25ss), Salomé (Mc 15, 40) y de todos sus conocidos (Lc 23, 49). 
Cuidó de los discípulos de Jesús que en el Cenáculo perseveraban en la oración, preparando el nacimiento de la Iglesia en Pentecostés (Hech 1, 12-14). 

HOY MARÍA SIGUE SIENDO LA CUIDADORA JUNTO A JESÚS. 


En las imágenes que de ella hay en muchos hogares cristianos, y ante las que sus moradores rezan para experimentar su cuidado maternal. 
En otras tantas imágenes de María presentes en las capillas de los hospitales, ante las que los enfermos, familiares y cuidadores van a invocarla como consuelo de los afligidos y salud de los enfermos. 
En los santuarios, como los de Lourdes o Fátima, adonde acude multitud de peregrinos para encontrar allí, en Ella, el rostro materno de Dios. 
En la multitud de catedrales, basílicas, iglesias parroquiales y ermitas levantadas para resaltar las advocaciones que muestra el culto a Santa María en nuestros pueblos, ciudades y barrios. 
En las romerías y procesiones que la liturgia y la religiosidad popular ofrecen por doquier a los cristianos para honrar a Nuestra Señora. 
En las festividades con que a lo largo del año litúrgico la honra la Iglesia universal y las Iglesias locales. 
En las innumerables oraciones, jaculatorias y poemas literarios le han dedicado y le siguen dedicando los cristianos. 

Fuente: Arquidiócesis de Madrid