La Virgen María, maravilla de Dios

Camilo Valverde Mudarra

 

La Santísima Virgen fue creada por Dios Nuestro Señor, como todas las de­más criaturas. La Virgen existió en la tierra hace poco más de dos mil años, aunque en la mente de Dios existía desde toda la eternidad. Dios N. Señor al formar, al primer hombre, lo hizo rey de toda la creación para que presidiera, administrara y gobernara todo el mundo. En el acto creador, Dios tuvo que tener presente en su men­te a Cristo, al Verbo Encarnado, que había de tener su origen en Adán, según frase de Tertuliano: «Imagina a todo un Dios ocupado y consagrado con manos, sentidos, consejo, sabiduría, providencia y omnipotencia, y, sobre todo, con el afecto mismo con que trazaba los rasgos; lo que expresaba con el limo era pensando en su Cristo». Por lo mismo, si Dios formó con esmero y talento el cuerpo de Adán, mucho más consejo, esmero y providencia habría de te­ner en la formación del cuerpo de María, de la que, no re­mota, sino próxima e inmediatamente, había de nacer el Verbo Divino, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

De María, de su cuerpo, tomará el Verbo Divino su naturaleza humana con la que Jesucristo vivirá eternamente. La unión de las dos naturalezas en Jesucristo será eterna. De la Vir­gen María estaba ordenado que tomara carne digní­sima el Verbo de Dios, por lo que convenía que su cuerpo es­tuviera perfectamente acabado y el medio se adaptara al fin. Así, debe admitirse una especial se­mejanza entre Jesús y María, pues los hijos presentan la ima­gen de los padres en la proporción de miembros, fisonomía de rostro, gestos … A no ser que se le impida o yerre la naturaleza, el hijo suele parecerse a sus padres. De donde podemos deducir, que el hijo que nace de madre y del Padre, Dios, que no puede equivocarse, ni ser estorba­do ni errar es necesario que salga semejante a la madre.

A este propósito, dice Santo Tomás de Villanueva, para de­mostrar que esta semejanza, entre Madre e Hijo, había de ve­rificarse cumplidamente en Cristo: «En los otros hombres, los hijos son comunes al padre y a la madre y algo recibe del padre y algo de la madre y de ambos resulta como una tercera combinación o semejanza. Pero en Cristo no es así, porque todo era de la Madre y no tuvo padre terreno, todo él había de ser enteramente seme­jante a la Madre, no sólo en la forma y aspecto, sino en las costumbres, palabras, porte, modales. Dios se hace, se la­bra su propia naturaleza humana al hacerse a su Madre»

María recibió el cuerpo mejor modelado, mejor constituido; por ello, debió tener la sa­lud mas completa y perfecta. La Santísima Virgen debió tener una salud robusta, armónica y un temperamento equilibrado. Puesto Dios a realizar su obra, haría en Ella, la tarea más fascinante, “el Altísimo ha hecho en mí maravillas”, y es que, al tiempo, se estaba haciendo a sí mismo. De toda la creación visible e invisible, el ser más perfecto, el ser de más valor, el ser más justo es DIOS. Pero Dios es ser increado, eterno, tras­cendente. Fuera de Dios Nuestro Señor todo lo demás, en el tiempo y en la eternidad, todo ha sido creado. Pues bien, de todo este mundo, la criatura más perfecta, más bella es la naturaleza humana de Jesucristo unida hipostáticamente a la naturaleza di­vina de Dios, y esa naturaleza humana en el Verbo Divino fue tomada íntegramente de María Virgen, Madre de Dios y Madre nues­tra. A ese nivel, a esa altura, anda la gra­cia santificante que hace al hombre hijo de Dios y partici­pante de la naturaleza divina.

Después de Dios, después de la naturaleza humana de Je­sucristo, estará Nuestra Madre la Virgen María, a quien seguiremos llamando Madre de Jesucristo, Reina de los Ángeles, Madre purísima, Madre castísima, Madre inviolada, Madre amable, Ma­dre casi adorable, Madre de la humanidad. Y nosotros somos sus hijos, hermanos de Jesús.