María

Josefina F. Jiménez Laguna    

La noticia que para cualquier mujer es de felicidad, fue para ti, ¡oh Maria! Una serie de sufrimientos, incógnitas y miedos.

Desafiaste al mundo con aquel “Fiat”, un gesto voluntario y libre con el que dabas la vuelta a tu vida y la ponías en entredicho y en peligro, en una sociedad cerrada y arcaica.

Salió en tu ayuda el bueno de José, en quien tuviste tu el aliento y el amigo fiel, sin deseos oscuros, al revés, que supo ofrecerte una vida entera y plena a cambio de un amor puro, poniendo a tus pies lo necesario para apoyarte siempre ante aquel gran misterio, sin preguntas, sin dudas, con fe ciega en tu persona y lo que representabas.

No sé si eras consciente de tu papel en la creación, ni si de que el niño que habías traído era tan valioso a la humanidad, pero si creo que entraste en una rueda de alegrías y padecimientos, viendo crecer feliz al hijo de tus entrañas con el anhelo y el miedo a las profecías que sobre él había. Fuiste feliz como cualquier madre en esos primeros años de su infancia, oyéndolo reír, preguntar y aprender, en esa adolescencia no distinta a cualquier otro joven y tan diferente a la vez, empezaste a sufrir en esa madurez del hijo-hombre , en que pudiste comprobar la crueldad con que lo trataban, cuando él solo iba dando amor, como el odio por doquier todo lo impregnaba queriendo alcanzar al ser inmaculado y puro que trajiste tu a la tierra. No entendías que fuese tan difícil amar y servir cuando había sido esa la premisa durante toda tu vida, pero se te escapaba en tu sencillez las malévolas mentes calculadoras, egoístas y posesivas, llenas de ambición y poder.

En tu cabeza humilde y llana no cabía el odio, ni la envidia ni ningún sentimiento adverso ni perjudicial para el ser humano, y es que tu no eras, como Jesús, de este mundo.

El amor por amor no se entiende en una sociedad que se mueve por los mas bajos y rastreros intereses.

¡Cuánto sufrirías!, ver al hombre en que se convirtió aquel pequeño Jesús de dorados cabellos y ojos vibrantes, cuando lo vistes perseguido y calumniado, cuando se enfrentaba a los poderes públicos con valentía y temeridad, que tan malas consecuencias le traerían.

Ya te faltaba tu compañero, él se había quedado en el camino y como siempre tú juntabas las manos , mirabas al cielo y decías”fiat”.

¡Que amargura la de aquella noche!, cenó y se entrego por nosotros, y los que hasta entonces se llamaron sus amigos renegaron de El, lo dejaron solo,¡solo tu pobrecito niño!,¡cuando dolor intuyo en tu corazón!, mas me imagino que tu volverías a juntar las manos mirar al cielo y decir “fiat”.

¡Que amargura la de aquella noche!, interrogatorios, maltratos humillantes, insultos, calumnias....y ni un lamento.

¡Que largo el camino del calvario!,el sol que tu distes a la tierra y que te iluminaba la vida iba maltrecho cual muñeco roto en manos de los hombres, más en su mirada no había odio, había amor y perdón.

¡ Que triste final!, el rey de reyes, el amor de los amores, da su vida y la entrega en ese patíbulo tétrico del Gólgota por un mundo que no le conoció, pero tú sí, María, a sus pies llorabas, ante el dolor del sufrimiento y la esperanza de esa vida nueva que para todos se nos habría, tú si, tú sabias del sacrificio redentor, tenia que morir la semilla para nacer de nuevo, pero ...¡ a tan alto precio! .

Deforme, sangrante, no mas que tu corazón , te lo entregaron, en esos brazos tambaleantes pero serenos, reposo el Rey muerto, el hijo Redentor, con el dolor en tu rostro , las pupilas encendidas de dolor, los ojos secos de tanto llorar, contra tu pecho lo estrujaste, sabiendo que nunca la tierra tenia el sol tan apagado,¡Oh vientos!,¡tempestades y ciclones!, bramad de angustia y dolor porque el Rey ha muerto, más no por mucho tiempo, que el Dios que dio la vida a todos no puede morir así, resucitara y nos protegerá, nos perdonara y amara hasta el fin del mundo.

¡Que alegría , que gozo!,Jesús al fin victorioso sale de la tumba para subir al cielo y desde allí ,a ti Maria, que en tus entrañas lo llevaste durante nueve meses y tus pechos lo amamantaron, llevarte con El para gozar eternamente.