La Iglesia es Mujer, es Madre 

Cardenal F.X. Nguyen van Thuan

 

“La Iglesia no es un aparato; no es simplemente una institución. Es Mujer. Es Madre. Es un ser vivo." 


Unas palabras del cardenal Joseph Ratzinger me han dado la inspiración para esta meditación: “La Iglesia no es un aparato; no es simplemente una institución. Es Mujer. Es Madre. Es un ser vivo. La comprensión mariana de la Iglesia es el contraste más fuerte y decisivo con un concepto de Iglesia puramente organizativo o burocrático. Nosotros no podemos hacer la Iglesia, debemos ser Iglesia. Sólo siendo marianos somos Iglesia. En sus orígenes, la Iglesia nació cuando el fiat brotó en el alma de María. Éste es el deseo más profundo del Concilio: que la Iglesia despierte en nuestras almas. María nos indica el camino.” 

En esta meditación queremos mirar a María como modelo de la Iglesia. Pero la Iglesia vive en una tierra dolorosa, dramática y magnífica, en una época que tiene los rasgos colectivos de una “noche oscura colectiva”. Entre las características de esta noche está el predominio del racionalismo, que ha plasmado una cultura que tiende a manipular, a través de las diversas ciencias, las realidades naturales, las situaciones, el espíritu e incluso la vida humana, por lo que la humanidad corre el riesgo de ser víctima de un mero positivismo del “hacer” y del “tener”. 

La respuesta de la Iglesia a esta noches es ser Amor, porque –como afirma el título de un pequeño volumen de H.U. von Baltasar-, “sólo el amor es creíble”. Sin amor hasta la unidad no hay credibilidad. Y he aquí por qué María “nos indica el camino”. Por que María es: 

- Amor acogido 
- Amor correspondido 
- Amor compartido 

Es Amor acogido porque, a lo largo de toda su vida, María recibe todo de Dios. Aquí radica la grandeza de su misión, que misteriosamente se prolonga en la Iglesia: todo tiene su origen en el Señor, viene de lo alto. Y la Virgen acoge. 

Es Amor correspondido porque colmada de la gracia de Dios, María, con todo su ser, responde a Dios. No hay nada en ella que no sea don de sí, adhesión al designio de Dios, elección de Él. 

Es Amor compartido porque, aunque es toda de Dios, María no es ajena al mundo. Al contrario, para ella el mundo es el lugar donde Dios encuentra al hombre, donde se espera a Aquel que “por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo”. Mirémonos, junto con toda la Iglesia, en aquella que es la “tierra del Incontenible”: la que acoge la salvación y la comparte. 

Extraído del libro “Testigos de Esperanza” escrito por F.X. Nguyen van Thuan. Editorial Ciudad Nueva. 

Fuente: materunitatis.org