María, modelo de fe 

Pedro Montilva

 

Como introducción al tema tengamos presente que María es una persona plenamente humana, mujer sencilla, humilde, hacendosa, honesta, pobre, profunda, servicial. Es una mujer excepcional, pero susceptible de imitar. No es un mito sino una realidad existencial.

Su título más elevado es el de Madre de Dios. Jamás podríamos pensarla o imaginarla sola. Ella con Cristo y Cristo con ella, siempre. En María la presencia de Dios es también excepcional por perfecta y completa. Ella es al mismo tiempo Hija, Madre y Templo Vivo; por eso, la Divina Trinidad inhabita en Ella de modo singular y pleno.

En cuanto a los dogmas marianos: Inmaculada Concepción, Maternidad Divina, Virginidad Perpetua y Asunción y Glorificación digamos que son el fundamento del culto a María. Culto que se centra en la persona de Cristo manifestado en sus misterios.

Abordando ya el tema afirmamos que María es Modelo de fe para nosotros, entendiendo por fe una adhesión profunda a Dios, una actitud vital que compromete la integridad del ser humano. Esta es la fe de María, y así lo comprobaremos en los momentos estelares de su vida, aunque toda su vida fue un momento estelar, pero nos referimos a algunos acontecimientos que marcan más hondamente su existencia.

El primero de ellos, la ANUNCIACIÓN. Allí el SÍ de María permite que Dios se haga hombre y establezca su morada entre nosotros, y permite igualmente que empiece a ser realidad aquel anuncio del Génesis tan esperado por el pueblo elegido. Desde la Encarnación del Verbo, a María se le cambia el nombre por "Llena de Gracia" y Ella se declara Esclava del Señor. A la Anunciación sigue otro momento extraordinario; en efecto, avisada por Gabriel de la situación que vive su prima Isabel –anciana y con seis meses de embarazo–, se encamina hacia las montañas de Judea para visitarla y asistirla. Este encuentro providencial es ocasión para que tenga lugar el primer acto salvador de Jesús: la santificación de Juan en el vientre de su madre. María en este acontecimiento misterioso cumple dos papeles al mismo tiempo: es portadora de Cristo, es evangelizadora y es mediadora. Isabel, además de llamarla bienaventurada porque ha creído, porque ha tenido fe, la llama "Madre de mi Señor".

María es nuevamente probada en su fe en el nacimiento de Jesús en Belén. Humanamente es difícil aceptar que el Hijo del Altísimo que está por venir, no tenga en el mundo un lugar digno donde nacer. María y José son pobres, no tienen recursos materiales ni comodidad que ofrecerle, sin embargo, junto a esta estrechez económica, se manifiesta la alegría, la serenidad y la paz de quien vive una fe profunda e indoblegable. Los evangelistas apenas recogen de esta hora un pálido relato de lo que allí sucedió.

Pocos días después del nacimiento se cumple el rito de la ley mosaica: purificación de la Madre y presentación del Hijo en el templo. Aquí tiene lugar la profecía de Simón. María nos es presentada como Madre del Salvador y se le anuncia que una espada atravesará su alma. La fe inquebrantable de María hizo que estas cosas las guardara y meditara en su corazón toda la vida.

Cuando Jesús adolescente es llevado por vez primera en peregrinación a Jerusalén, sucede su extravío por tres días, al cabo de los cuales es hallado en el templo enseñando. Aquí se nos muestra María como la auténtica cristiana que busca a Dios por el oscuro camino de la fe. Desde aquella hora Ella empieza a ser discípula de su Hijo. 

Unos diez y ocho años después nos encontramos a Jesús y María en las Bodas de Caná. La fe de María arrancó el primer milagro de Jesús. Aquí se nos presenta como Mediadora, dejándonos un mensaje tan corto como profundo: "Hagan lo que Él les diga".

Al pie de la cruz, la fe de María es más dramáticamente puesta a prueba. Su SÍ a Dios sigue siendo invariable y radical. Su entrega es plena aún en medio del infinito dolor que destroza su alma. Aquí María pasa a ser Madre nuestra porque desde lo hondo de su corazón ruega por los hombres. Juan, en nombre de la humanidad la acoge como Madre.

Después de la resurrección de Jesús continúa su vida de fe y oración. Así la vemos en Pentecostés en íntima oración con el Colegio Apostólico esperando al Paráclito prometido por el Señor.

Este itinerario que hemos visto muy someramente de María, no sólo nos la muestra como Modelo, sino también como Camino de fe.

Que Ella, como Madre e Intercesora nuestra, nos alcance a todos la gracia del crecimiento y fortalecimiento de nuestra fe.

Fuente: iglesia.org.ve