Lourdes caricia de Dios

 

 

Padre Jesús Martí Ballester

 

 


1.- LOURDES, CARICIA DE DIOS
 
El Papa Pío XII, para conmemorar el centenario de la Definición Dogmática de la Inmaculada Concepción, declaró año santo mariano el año 1954. Se celebró con una esmerada preparación en todas las diócesis y se organizaron innumerables peregrinaciones a aquel santuario. Mi madre estaba a punto de perder el ojo derecho y quise llevármela a Lourdes, por honrar a la Virgen y para ponerla en sus manos. Yo era aún muy joven, y el viaje fue delicioso. Lleno de fervor, que procuraba contagiar a todos en el tren, rezábamos el rosario casi constantemente durante el viaje, que presidía monseñor Jacinto Argaya, obispo auxiliar de Valencia, quien dedicó exquisitas delicadezas a mi madre. Venía en el grupo, una sobrina de don Antonio Justo, amigo mío, muy joven, guapa y la mar de simpática, con la que compartíamos su vitalismo y alegría. Al pasar la frontera francesa, una muchacha de aquel grupo, rompió a llorar. La sobrina de Don Antonio Justo, Marina, le preguntó: ¿Qué piensas en él? Y entre sollozos la otra dijo: No. ¡Ah!, ¿No? Ya se lo diré a él.

Cerca por fin de los Pirineos franceses, a punto ya de llegar a Lourdes y divisar la Basílica, comencé a recordar qué es lo que allí había ocurrido. Fue un acontecimiento que acabó revolucionando las conciencias, y pasó con elegancia por encima de las mentes ciegas para lo sobrenatural en medio de la corriente racionalista y anticlerical de aquellos franceses. Lo narraré siguiendo las declaraciones de Bernardett, tratando de darles un aire atractivo y poético.

PAISAJE INVERNAL
En un paisaje invernal, de frío intenso, los álamos altos extendían sus ramas desnudas hacia un cielo plomizo y en medio del silencio, que sólo el ruido de las aguas torrenciales del río Gave y el estrépito de los molinos, rompían. Tres niñas iban buscando leña para el hogar del molinero Francisco Soubirous. Bernardett, a punto de cumplir los catorce años, hija del molinero, era una muchacha débil, pálida, enfermiza, aunque sus ojos claros reflejaban la gracia de un alma inocente, a pesar de que no sabe ni leer. Se descalzan para pasar el río; pero Bernardett, que está enferma, tiene miedo a meterse en el agua. Por fin, se decide, y cuando se estaba descalzando, oyó un furor de huracán; levantó la cabeza y vio que los chopos no se movían. Frente a ella había una roca agujerada, miró hacia ella y lanzó un grito. Aterrada empezó a temblar; se inclinó, y cayó de rodillas. Ella misma nos dice lo qué vio: en un hueco de la peña, vi que se movía un rosal silvestre que había a la entrada. Después vi en el hueco un resplandor, y enseguida apareció sobre el rosal una mujer hermosísima, vestida de blanco, que me saludó inclinando la cabeza. Retrocedí asustada; quise llamar a mis compañeras y no pude. Creyendo engañarme, me restregué los ojos, pero al abrirlos vi que la aparición me sonreía y me hacía señas de que me acercara. Pero yo no me atrevía; y no es que tuviese miedo porque el miedo nos hace huir, y yo me hubiera quedado mirándola toda la vida.”
Bernardett empezó a rezar el rosario, pero sus ojos no podían apartarse de la Imagen que le sonreía en la gruta. Se fijó en todas sus hermosuras. Era una joven de mediana estatura, con la gracia de los veinte años. Sobre su frente brillaba un halo de infinita pureza, y en sus ojos destellaba el suave candor de la virginidad, con la gravedad tierna de la más alta de las maternidades. Sus vestidos eran blancos. La túnica larga, y ceñida con un cinturón azul como el cielo, cubiertos la cabeza y los hombros con un velo blanco. Sobre los pies, fulguraban dos rosas de color de oro. Ni diadema, ni joyas. Sólo llevaba en sus manos, unidas en gesto de oración, un rosario de cuentas blancas como la leche y de engarce amarillo, como las espigas maduras. Pasó el tiempo suficiente para rezar un rosario, y después la figura de la cueva desapareció. Bernardett tuvo la sensación del que va descendiendo. Miró en torno suyo. Vio luego a sus compañeras al otro lado del río, y se descalzó para ir en su busca y el agua le pareció caliente. -¿No habéis visto nada?- preguntó a las otras dos niñas, que jugaban y danzaban al otro lado del río. Y ellas le contestaron -¿Y tú?- Quiso callar, pero era ya tarde; sus amiguitas le tiraron de la lengua y le robaron el secreto. El cuento llegó a su madre, que le dijo:- Eso es una tontería; te prohíbo ir hacía Masabielle. Unos días después, la buena molinera levantó la prohibición, y le dijo: “Ve, pero llévate agua bendita y échasela a la aparición. Si viene de parte del demonio, se desvanecerá.

LA SEÑORA SE PRESENTÓ
Así lo hizo. Y la “Señora” se presentó y sonrió a la niña; e inclinando la cabeza, recibió el rocío del agua bendita. Las apariciones continuaron durante el mes de febrero. Bernardett llegaba, encendía una vela, empezaba el rosario, y, a las pocas avemarías, se presentaba la Señora. La niña se transfiguraba. Entraba en éxtasis. Se quedaba pálida como la cera, con los ojos muy abiertos y fijos en el hueco de la peña y con las manos juntas y el rosario entre los dedos, sonreía con una dulzura inefable. “No era ella -dijo un testigo de vista; era un ángel, que reflejaba en su rostro los resplandores de la gloria. Al verla, muchos que estaban de pie, se ponían de rodillas. Su ademán unas veces era de súplica. ”Lloraba, reía, pero era evidente que contemplaba algo celestial. Esto, durante el éxtasis; después se veía como la pobre aldeana que era.” A veces la aparición hablaba con la vidente: - "Ven aquí durante quince días”, le dijo una de las primeras veces. Otras, la llamaba por su nombre, le enseñaba a rezar, le mandaba besar el suelo, o caminar de rodillas hasta la roca, o transmitir mensajes de penitencia. Un día la niña había comido unas yerbas, como le había mandado la Señora. Otro día, el 25 de febrero, le dijo que se lavase en la fuente. Allí no había ninguna fuente, pero la niña escarbó en el suelo con las manos, arañando la tierra buscando agua para beber, y sólo salía barro. Por fin manó un hilo de agua, que fue creciendo hasta convertirse en un manantial abundante. Otro día, la Señora le dijo a la niña, que le dijera al párroco de Lourdes que levantase una iglesia en el lugar de las apariciones. Respondió el sacerdote: “Está bien; pero vas a decir a tu Señora que el cura de Lourdes no admite encargos de personas desconocidas. Que diga quién es y entonces veremos. El cura era uno de los mayores adversarios de aquellas visiones extraordinarias. Desde el primer momento, la ciudad se había dividido en dos bandos, el de los amigos y el de los enemigos.

SIMPATÍA Y HOSTILIDAD
Pronto la simpatía o la hostilidad se transmitieron a toda la comarca. Se hablaba de comedia, de negocio, de perturbaciones cerebrales o de intervención demoníaca. La ciencia y los periódicos empezaban a intervenir. Todo hace suponer, se decía que esta joven padece catalepsia. Las autoridades eclesiásticas y civiles intervinieron en el asunto. Se citó a la niña, se la interrogó, se la amenazó. Sus padres estaban consternados a consecuencia de aquella tormenta que se venia sobre su casa. “Esto tiene que acabar -decía el pobre molinero-. Ya estoy cansado de cuentos.” Adversarios y simpatizantes tenían los ojos puestos en las apariciones. La asistencia de la gente iba creciendo. Las apariciones continuaron en los primeros días de marzo. Bernardett iba diariamente, aunque sin oír la voz que la llamaba de una manera irresistible. El día de la Anunciación, al despertarse muy temprano el corazón le dio un vuelco alborozado. “Es la voz”, pensó con el rostro radiante de esperanza, y tomó el camino de las rocas. Las gentes que la espiaban se fueron tras ella.

Era una mañana primaveral. Una corona de nieve brillaba en las montañas cercanas; ni una nube manchaba el azul del cielo; y sol naciente teñía de oro los viejos y húmedos paredones del castillo. Un gozoso presentimiento henchía el corazón de la multitud. Cuando Bernardett llegó, la Señora estaba ya esperando. Nunca habla sucedido esto. -“Al punto me postré y le pedí perdón por haber llegado tarde. Ella sonrió muy afable, y me hizo un movimiento de cabeza.” Esta actitud alentó a la vidente: -“¡Oh Señora mía! -le dijo-, ¿queréis decirme quién sois y cuál es vuestro nombre?“ Otras veces había hecho la misma pregunta, porque el párroco de Lourdes la apremiaba a que se lo preguntara, pero no había recibido contestación. Ahora repitió tres veces la pregunta: Estaba convencida de que al fin iba a oír la revelación suspirada. La figura de la cueva tenía las manos unidas y su rostro radiaba el brillo inefable de la felicidad. De pronto, al oír por tercera vez las palabras suplicantes, las manos se separan, se abren, se inclinan hacia el suelo, para manifestar a los hombres las gracias de que estaban llenas. Luego se cierran de nuevo, se juntan, se elevan; la roca se ilumina con el fulgurar de dos ojos clavados en el cielo, y una voz vibra en el espacio, una voz que pronuncia estas palabras: -“Yo soy la Inmaculada Concepción.”- Un momento después Bernardita estaba, como los demás, delante de la peña desnuda. Aún hubo otras dos apariciones, pero ya no eran necesarias. Los prodigios habían empezado a brotar en la roca. No floreció el rosal silvestre, como quería el párroco de Lourdes; pero empezaron a florecer las carnes de los tullidos, de los tísicos, de los leprosos. Florece el milagro y salta sin cesar del lugar bendito donde se posaron los pies rosados de la Inmaculada Concepción. Se levanta el templo, empiezan las peregrinaciones, la gota se transforma en torrente, a millares llegan los devotos de todos los confines de la tierra, rezan ante la gruta, cantan, lloran, se confiesan, hacen penitencia, son curados de sus hidropesías, de sus cegueras de cuerpo y de alma, y Lourdes se convierte en un foco mundial de vida religiosa, en una inmensa plegaria, en una oficina de lo sobrenatural, en uno de los movimientos espirituales de los tiempos modernos.

CON SENCILLEZ
Con la sencillez de las cosas grandes se reveló que aquella aparición repetida tantas veces era de la misma Virgen María. Sí, la visita era grandiosa por la dignidad y asombrosa por lo inusitado. La muchacha de salud enfermiza, que se afirmaba como vidente, ni siquiera sabía pronunciar bien la palabra "concepción" las primeras veces y el dogma de la Inmaculada Concepción, hacía cuatro años que había sido proclamado en Roma por el Papa Beato Pío IX. Pero Bernardett refirió que la aparición había dicho: "Yo soy la Inmaculada Concepción". Era la confirmación de labios de la Virgen, de la definición infalible, que había sido controvertida.

La primera aparición ocurrió el 11 de febrero de 1858. Luego se fueron repitiendo hasta dieciocho veces saltando por encima de dificultades, burlas, expresiones altivas y otras contradicciones. Pues buenos eran aquellos listillos escépticos, algunos bastante engreídos por los conocimientos de las ciencias humanas. Aquella pobre analfabeta y con poca salud, hija de una familia pobre, arruinada y miserable, tuvo que sufrir todas las trabas imaginables, incluidas las de la misma autoridad eclesiástica. El mismo párroco de Lourdes, a quien en nombre de la Señora, se dirigió Bernardett, a encargarle que construyeran allí una capilla, le exigió que la Virgen hiciera florecer en febrero, el rosal silvestre, que crecía a los pies de la hornacina donde se aparecía la Señora.

Hoy existe una documentación, voluminosa y seria; examinada desde todos los ángulos que puede ser investigada, contemplada y ser sometida a la crítica, como un documento que pertenece a la Historia, repleta de declaraciones, procesos, dictámenes técnicos, pruebas, cartas y réplicas.

Las pruebas de los hechos están exhaustivamente estudiadas, y sobre todo, que mucha gente, se cura bebiendo aquella agua; llegaban aluviones imparables de gente con ganas de rezar y con ansias y esperanza de curación; y las multitudes agradecidas y enfervorizadas se convertían y cambiaban de vida.

La Señora pidió que se le edificara una capilla, y que se hicieran procesiones. Los actos multitudinarios fueron varias veces prohibidos y el recinto de la cueva cerrado; hasta que llegó la esposa del almirante Bruat, institutriz de los hijos del emperador, coincidente en el día con la que hizo el mismo polemista Luis Veuillot, que informaron de modo adecuado a Napoleón III quien ordenó levantar la prohibición.

También la Iglesia cedió, y el obispo de Tarbes inició el proceso que duró dos años, hasta que el 18 de enero de 1862, escribió una carta pastoral firmada por él afirmaba, en la que sentenciaba: "Juzgamos que la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, se apareció realmente a Bernardett Soubirous el 11 de febrero de 1858 y días siguientes, en número de 18 veces, en la gruta de Massabielle, cerca de la ciudad de Lourdes; que tal aparición contiene todas las características de la verdad y que los fieles pueden creerla por cierto... Para cumplir con la voluntad de la Santísima Virgen, repetidas veces manifestada en su aparición, nos proponemos levantar un santuario en los terrenos de la gruta".

LA BASILICA
Aún así hubo restricciones por parte de las autoridades locales, pero trabajaron los arquitectos, las brigadas de obreros se pusieron en marcha y el 18 de mayo de 1866 pudo consagrarse la cripta, cimiento de la futura capilla. Comenzaron las peregrinaciones masivas y organizadas en el 1873. En el 1876 se pudo consagrar la basílica. La iglesia del Rosario, consagrada en 1901, se levanta para suplir las deficiencias de espacio de la primitiva basílica, que pronto fueron palpables por la afluencia de peregrinos. En 1958, el cardenal Roncalli, que después será el papa Juan XXIII, consagró la basílica subterránea dedicada a san Pío X; que había extendido la devoción a toda la Iglesia. Lourdes es un sitio privilegiado para la devoción cristiana. Oración, silencio para el recogimiento. Abundantes actos de culto que facilitan la piedad. Muchos rosarios en las manos de los fieles por los espacios descubiertos y en las iglesias. Gente enfervorizada de rodillas. Culto público y multitudinario en tantas ocasiones para atender las necesidades espirituales de los peregrinos que acuden en masa.

DOS ACTOS CUMBRES
En la montaña que rodea el Santuario se ha levantado un Vía Crucis que es recorrido entre empinadas pendientes con las estaciones de la Pasión para facilitar el seguimiento de los principales momentos de Jesús sufriente por la humanidad. Hay que destacar dos actos cumbres diarios. La procesión con el Santísimo a primera hora de la tarde, con filas de peregrinos y multitud de enfermos que mientras adoran a Cristo Eucaristía, reciben su bendición entre súplicas, lágrimas y actos de fe y ¡de esperanza! Porque de vez en cuando ocurre el milagro pedido. Milagro que se examina científicamente y teológicamente porque para aprobarlo se prueba, se examina, se discute, se mira y se remira con lupa, hasta que se garantiza y se puede publicar.

El segundo acto impresionante la procesión de antorchas por la noche, en la que se canta, se honra, y se alabanza a Dios y a su Madre en todos los idiomas, y se unen los corazones en el rezo y canto de las avemarías del Rosario, como luminarias de fe.

Pero lo más grande es que los enfermos son atendidos, asistidos, y hasta mimados; los más tristes y desesperados casos se pueden ver en cualquier rincón de Lourdes; perfectamente cuidados, llevados y traídos por un generoso voluntariado internacional y multirracial que con delicadeza ve a otro Cristo en el cuerpo, a veces tan descompuesto en la camilla que empuja o arrastra ¡Y lo más admirable! La humanidad doliente atendida, la que suplica salud para el cuerpo, se ve pletórica de esperanza, de consuelo; lo que se percibe a simple vista en la alegría, la aceptación de la enfermedad, del dolor y del sufrimiento. Limitación sosegada y alegre con dulce resignación.

CURAR EL ALMA
No sería completo el panorama descrito si no hubiera oportunidades para curar el alma. Igual que hay una piscina para los cuerpos, por si a la Virgen Santísima le pareciera bien devolver la salud, hay confesionarios para curar las almas, con la certeza firme de obtener siempre el perdón solicitado en el sacramento de la reconciliación. En Lourdes de Francia, se inyecta un río de fe para el mundo tan necesitado de fe y de esperanza.

Este año se celebrará la Jornada Mundial del Enfermo los días 10 y 11 de febrero bajo el lema: La Inmaculada Concepción, Europa y los enfermos, donde en 1993, había nacido la Jornada Mundial del Enfermo. Se celebra la Jornada, que podría convocar a unas 25.000 personas en el Santuario, por deseo del Santo Padre para conmemorar el 150 aniversario de la proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción, ha anunciado el cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del Consejo Pontifico para la Pastoral de la Salud. Pienso que en las raíces cristianas de Europa se halle siempre la búsqueda de la armonía por medio de Cristo; y María con su Inmaculada Concepción inicia esta armonía cristiana que significará la plenitud de la salud y de la vida en su Asunción. Se administrará la unción de los enfermos, y se finalizará con la procesión y la bendición eucarística a los enfermos y la procesión con las antorchas. Esta prevista una conexión en directo con el Vaticano a la misma hora de la audiencia de los miércoles.