María, Madre de la Iglesia

 

Padre Jesús Martí Ballester

 


1. Parangón entre Ana y María 
Samuel es el fruto de largas oraciones, de lágrimas largas, de su madre. Como Cristo es fruto de una larga y confiada esperanza del mundo que se cumplió en María. Cuando Ana oraba (1 Sam l,10ss.), el Señor la escuchaba. Pero si ella oraba es porque el Señor la movía orar. Él quería conceder aquel hijo a la estéril y sugería e impulsaba la colaboración única que en este caso puede prestar una mujer estéril: la oración, las lágrimas, los gemidos. 
«No se puede perder hijo de tantas lágrimas» —dijo un obispo africano a Mónica —. No puede dejar de nacer Samuel a una mujer estéril que suplica. El que resucitó al hijo de la viuda de Naím, compadecido de sus lágri­mas, hace fecundo un seno muerto. La Iglesia llora y ora por sus hijos muertos y por los que le han de nacer. Si la Iglesia llorara más y suplicara más, más hijos le nacerían y más muertos por el pecado resucitarían. Tú y yo somos esa Iglesia que llora. No dejemos de orar para que nazcan más hijos. No dejemos de llorar y sacrificarnos para que esos hijos sean más hijos, es decir, más perfectos y humildes, más santos e incontaminados. No cabe duda de que el Señor nos mueve a orar y a llorar. 
No cabe duda de que estas líneas las sugiere Él porque quiere que sean semilla de vida y de vocaciones, de perseverancia y de santidad. Después de las lágrimas vendrá el magníficat de Ana Sam 2,1, precursor del Magníficat de María. 
Ana estéril tiene un hijo de oración (1 Sam 1, 20). Como María Virgen tiene un hijo del Espíritu Santo. Para Dios no hay imposibles. 
He aquí el canto de Ana cuando entrega su hijo en el templo de Silo al sumo sacerdote Elí, que no fue perspicaz para comprender el misterio. Comparadlo con el de María y veréis las constantes de la historia de la salvación y la grandeza de Yahvé con su pueblo: 
«Mi corazón se regocija por el Señor, mi poder se exalta por Dios, mi boca se ríe de mis enemigos, porque celebro tu salvación. No hay santo como el Señor, no hay roca como nuestro Dios. No multipliquéis discursos altivos, no echéis por la boca arrogancias, porque el Señor es Dios que sabe, él es quien pesa las acciones. Se rompen los arcos de los valientes, mientras los cobardes se ciñen de valor; los hartos se contratan por el pan, mientras los hambrientos engordan; la mujer estéril da a luz siete hijos, mientras la madre de muchos queda baldía. El Señor da la muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta; da la pobreza y la riqueza, el Señor humilla y enaltece. Él levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para hacer que se siente entre príncipes y que herede un trono glorioso, pues del Señor son los pilares de la tierra y sobre ellos afianzó el orbe. Él guarda los pasos de sus amigos, mientras los malvados perecen en las tinieblas — porque el hombre no triunfa por su fuerza—. El Señor desbarata a sus contrarios, el Altísimo truena desde el cielo, el Señor juzga hasta el confín de la tierra. Él da fuerza a su rey, exalta el poder de su Ungido» (1 Sam 2, 1-10). A María le eran familiares estas ideas, pues las repite en el Magníficat. 
2. La salvación no se obrará nunca sin María 
María se puso en camino y fue aprisa a la montaña. 
Llena de Dios, es empujada por Él. Un alma llena Dios no puede estar inactiva. Es Él quien empuja, quien guía, quien orienta, quien dirige, quien aparta obstáculos. 
Dios te pondrá la pluma en la mano; Dios te hará comprar el billete de avión. Dios te empujará a una empresa superior a tus fuerzas. Dios que salva. Porque lo que Dios va a hacer en casa de Isabel salvar. Aplicar los frutos de la Redención prematuramente a una criatura humana a quien va a liberar de la atadura del pecado. Pero lo hace Dios junto con su Madre. María es la portadora de Dios. La salvación no se obrará nunca sin María. Dejémonos llenar de Dios por Dios y seremos portadores de salvación a las familias. Puedes ser portador de Dios en tus cartas, en tus palabras, en tus convivencias, en tu trato, en tus visitas. Darás a Dios. Comunicarás su salvación. Participarás su perdón, su paz, su gozo. Contagiarás el espíritu de entrega. 
Nuestras visitas han de ser como la de María. Que santifiquen y que produzcan frutos. 
¡Cuántas visitas habría recibido Isabel desde que estaba en aquel lugar, máxime en las circunstancias tan extra­ñas en que se había presentado su tardía maternidad! Pero ninguna, como la de María, ha dejado tan honda a en aquella anciana mujer. Se llenó Isabel del Espí-Santo y dijo a voz en grito: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno»... (Lc 1, 42). Así actua Dios. Eso es hacer apostolado de veras; eso es en entregarse a los hombres. Eso es hacer bien a los hermanos. Hacer sentir la experiencia de Dios.  Pero para hacer esas obras, has de contemplar antes de actuar. Dice el Concilio que es característico de la Iglesiaa estar entregada a la acción y dada a la contemplación, pero estando la acción ordenada y subordinada a la contemplación« (Sobre la Sagrada Liturgia», 2.) 
Primero es la santidad de María, la humildad de María, la disponibilidad de María. Después su entrega a a los necesitados, a los hermanos. Después que Dios la ha llenado, como la ha saludado el Ángel, ya puede dar a Dios. Puede lanzarse porque ya será Dios quien actúe y quien santifique. 
¡Pobres de nosotros si nos lanzamos al campo del apostolado llenos de nosotros!... ¿qué cosecharemos? Espiritualmente, aridez. Personalmente quizá descalabros. ¿Cuándo nos convenceremos de veras y hondamente de que nuestra vida interior tiene más valor que la exterior? 
 
3. El Papa Wojtyla, «Totus tuus» 
Todos sentimos la sacudida de la emoción ante las primeras palabras al pueblo de Dios de Juan Pablo II aquel 16 de octubre de 1978. Dos veces ha nombrado a la Virgen el que ha mamado la devoción a la Madonna en su tierra de amor a María. 
Él que en el escudo de su Episcopado quiso que campeara su entrega total en manos de María con la leyenda «Totus tuus» - Todo tuyo. 
Vino el Papa Wojtyla de las manos de María. 
Es su Corazón el que se nos abrió para regalarnos un Papa polaco que nos habló en seguida de María, a un Iglesia que, en parte, se sentía incómoda de tener madre. 
¡Cuántos sacerdotes no han secado el manantial de la vida cristiana de las gentes sencillas porque juzgaban desde la altura de su supuesta cultura, situación de madurez etc., infantiles y balbucientes, o rutinarias y desencarnadas, las prácticas de devoción a la Virgen! 
Desde el balcón de San Pedro, Juan Pablo II nos habló de lo que llevaba en su corazón, de lo que sabe ha de ser el más fino y seguro manantial de su vida de Pastor de la Iglesia: de María. 
El Papa nos ha dicho que él reza el rosario, que es su devoción favorita y acostumbrada. 
El Papa de María es también el Cardenal de larga horas de postración en su capilla de Cracovia. Hombre de larga oración, fogueado por san Juan de la Cruz y la fe mariana de Polonia. 
4. La Madre del cielo 
A veces he pensado lo terriblemente desamparado qui me sentiré cuando mi madre de la tierra me deje solo Es un pensamiento tan abrumador que lo he tenido que desterrar de inmediato porque me estaba dejando deshecho. 
Y sin embargo, tengo la seguridad de que la Madre de cielo no me va a dejar solo jamás. Es santa Teresa la que nos cuenta en su Vida que a morir su madre, cuando ella tenía 15 años, 
corrió a 1ª imagen de María a decirle que fuese su madre, ya que le faltaba la de la tierra: «Como yo comencé a entender 1o que había perdido, afligida fuíme a una imagen de Nuestra 
Señora y supliquéla fuese mi madre, con muchas lágrimas. Paréceme que aunque se hizo con simpleza, que ha valido»(Vida, 1,7). Pongamos toda nuestra vida en manos de María. Una manera de actuar la presencia de María es vestir el escapulario del Carmen. En mis primeros años de sacerdocio fue el escapulario arma sagrada con que intenté recristianizar las parroquias. La Virgen se llevó al cielo a mi padre un sábado por la mañana como yo había presentido al imponerle el escapulario. Hemos de estar convencidos del amor de María-Madre. 
Le he oído decir mil veces a mi madre: «Habríais de ser primero madres, antes de ser hijos». Ella lo dice porque sería la única manera de conocer el amor, la preopación, el sufrimiento de una madre por sus hijos. 
En mi madre he tenido escuela de amor materno. Pero confieso que aún no he llegado a sentir lo que ese amor comporta, por la sencilla razón de que no soy madre y no lo he experimentado. Algo rastreo por el amor a las almas, que es más maternal que paternal. Pero lo que ciertamente no puedo comprender es el amor que María nos tiene. Ese amor debe incluir preocupación, interés, agilidad, providencia, preparación de medios, consuelos, reprensiones, auxilios, luces a su tiempo, abrazos, palabras, miradas, extrañas penetraciones de su ser en el de sus hijos, Todo un mundo de secretísimas experiencias. 
María en el cielo no está ausente de nuestra vida, de nuestros problemas. «Es cosa dura de admitir que nuestra Madre del cielo no tenga en nosotros otra acción que la de la plegaria... Ello no es así. (Padre Colomer, «La Virgen María», Barcelona 1935, pagi­nas 211-212. 
 
María tiene un interés cuasi infinito en la Redención de los hombres, en su santificación. 
Atenta a nuestros progresos, y a nuestros retrocesos. aquellos le han hecho sufrir. Estos la alegran. Y va preparando el camino a Jesús en nosotros. Dejémosla actuar. Fiémonos de Ella. No demos lugar al desaliento. 
 A veces molesta el afán del número en el apostolado. Es la mentalidad occidental del número y de la eficacia. Nos domina. Es todo un sistema mental que hay que derribar. Doce ¡sólo doce! fueron los evangelizadores del mundo. Pero estaba la Madre con ellos y el Paráclito al que fueron dóciles. ¿De qué serviría un batallón de cobardes? ¿Cuántos sois? Si a la primera emboscada vais a escapar... ¿Muchos mediocres? ¿Para qué? ¿Pocos santos? ¡Muy bien! ¿Muchos y santos? ¡Formidable! 
Pero santos antes que muchos. Y esto, con María la Madre de Jesús, como en el Cenáculo. 
5. Las Bienaventuranzas de María 
María es la única criatura humana que está en la Verdad y que siempre estuvo en la Verdad. Que vio siempre claro el camino sin perder nunca el fulgor que ilumina su ruta de fe. Por eso le sonrió a la pobreza de la Cueva de Belén y de Nazaret. A cambio de su pobreza de espíritu ha sido proclamada Reina del mundo. 
Y fue mansa con Jesús, Cordero manso en el matadero. En recompensa ahora posee la tierra. 
El foco potente de la Verdad pacificó su corazón cuando sus ojos se arrasaban en lágrimas mientras Jesús sudaba sangre en el Huerto y pendía desgarrado en la cruz. ¡Dichosas lágrimas y suspiros que le han merecido ser nuestro consuelo! 
Hambreó a Dios. Tuvo hambre y sed de santidad y justicia y ha sido proclamada mediadora y distribuidora de todas las gracias. 
Porque fue misericordiosa, Dios la ha hecho nuestra Madre. 
Su limpieza de corazón atrajo a sus entrañas como imán poderoso al Cuerpo y Sangre y alma y Divinidad del Verbo. 
La llena de paz dio la paz al género humano y siembra en cada una de nuestras almas gérmenes de paz. 
Porque fue perseguida por el Rey Herodes y con su Hijo a él asociada en su vida pública y dolorosa, es suyo el Reino de los cielos. 
Ver la Verdad no es fácil. Sin Dios es imposible. Hay que estar muy en la manera de pensar de Dios. Verdad sobre la pobreza y mansedumbre y limpieza de corazón 
y sobre el hambre de justicia y la misericordia. 
Esa verdad puede verse como un relámpago alguna que otra vez. Ver siempre, habitualmente, indefectible­mente, la luz de la Verdad, es imposible a nuestra naturaleza, dañada y enturbiada por la raiz y la mancha del pecado. 
Sólo en María, preservada inmune de esa raiz y de esa mancha, se proyecta como en un lago de tranquilas y purísimas aguas, la luz perenne de Dios. 
Acudamos a Ella: Haznos entrar en esa zona de luz en que tú vives, María luminosa. Criatura excepcional, honor de nuestro pueblo. Estrella de la Mañana, Sol de nuestra vida. 
6. María Medianera de todas las Gracias 
Le cabe a Valencia el honor de ir en cabeza del movi­miento mediacionista, pues el Colegio de Abogados de aquella Ciudad impetró la definición del Dogma de la Mediación de Nuestra Madre y Señora el día 31 de enero de 1934. 
Igualmente en Valencia en el III Congreso de Aboga­dos de España, D. Antonio Iturmendi, Ministro de Jus­ticia, pronunció, en nombre de los abogados, de la Magistratura de la Nación y Cuerpos Letrados del Ministerio, el voto mediacionista: «Hacemos, dijo, profesión de fe en esta doctrina mediacionista de la Siempre Virgen María, prometiendo defenderla firmemente, suplicando fi­lial y reverentemente al Vicario de Cristo, se digne san­cionarla con definición dogmática». 
En Valencia también el 9 de octubre de 1954 tuvo lugar una concentración de municipios y corporaciones presi­dida por el Arzobispo Mons. Olaechea para formular so­lemnemente el voto de defender la doctrina de la media­ción Universal de la Virgen en el mundo de las gracias y pedir sea declarada dogma. 
7. La verdadera devoción a la Virgen 
 
Nos dice el Concilio Vaticano II: «El Sacrosanto Síno­do enseña en particular y exhorta al mismo tiempo a todos los hijos de la Iglesia a que cultiven generosamente el culto, sobre todo litúrgico, hacia la Bienaventurada Virgen como también estimen las prácticas y ejercicios de piedad hacia ella... Asimismo exhorta encarecidamen­te a los teólogos y a los predicadores que se abstengan  con todo cuidado tanto de toda falsa exageración, como de una excesiva estrechez de espíritu, al considerar la singular dignidad de la Madre de Dios. Cultivando el estudio de la Sagrada Escritura, de los Padres y Doctores de la Iglesia, bajo la dirección del Magisterio, ilustren rectamente los dones y privilegios de la Bienaventuranda Virgen, que siempre están referidos a Cristo, origen de Verdad, santidad y piedad... Recuerden, pues, los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en afecto estéril y transitorio, ni en vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, por la que somos conducidos a conocer la excelencia de la Madre de Dios y somos excitados a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitació sus virtudes» («Lumen gentium», 67.) 
8. La Madre del Cristo total 
Cristo y nosotros somos Uno, un solo Ser, un Cuerpo Místico. María es la Madre de ese Cuerpo Místico. La Iglesia está en el seno de María. María es la Madre de la Iglesia. La segunda etapa del Vaticano II fue borrascosa.  En la sesión de clausura el 4 de diciembre de 1963 Pablo VI dijo en su discurso, dirimiendo la lid: «De igual manera esperamos en este Concilio la mejor y más conveniente solución a la cuestión relativa al esquema de la Bienaventurada Virgen María; el reconocimiento unánime y devotísimo del puesto enteramente privilegiado que la Madre de Dios ocupa en la Santa Iglesia, sobre la cual trata principalmente el Concilio: Después de Cristo el más alto y a nosotros el más cercano, de forma que en el título Mater Ecclesiae podremos venerarla para gloria suya y consuelo nuestro». Cuenta un padre conciliar que al oírlo, como movidos por el Espíritu Santo todos los Obispos, puestos en pie, aplaudieron enfervorizados. 
9. La Madre de la Iglesia 
 
Haciendo caso omiso, como en su tiempo Pío IX, de los pesimistas, Pablo VI, el 21 de noviembre de 1964, en el discurso de clausura de la tercera etapa conciliar, pronunció solemnemente: ”Así pues, para gloria de la Virgen y consuelo nuestro, Nos proclamamos a María Santísima Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores, que la llaman Madre amorosa y queremos que de ahora en adelante sea honrada e invo­cada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo ti­tulo” (Pablo VI, Discurso de clausura de la tercera etapa con­ciliar, 21 noviembre 1964). Porque María es Madre del Cristo total, por eso es Madre de la Iglesia, que es el Cuerpo Místico. O lo que es lo mismo, por ser Madre de Dios, Cristo Cabeza, es Madre también de los miembros, que no pueden vivir independientes. Esta unión de Cristo Cabeza y miembros tiene un puente innegable y preeminente de inserción que san Bernardino de Sena expresa con estas palabras: «Ma­ría es el cuello de nuestro Jefe por el cual comunica éste a su Cuerpo Místico todos los dones espirituales». No puede decirse de manera más gráfica, siguiendo el paralelismo de Cuerpo, que María es Medianera, por estar unida a la Cabeza, Cristo, desde donde, por el Cuello, desciende a los miembros todo el influjo vital. San Bernardo lo expresó así: «María es el Acueducto por donde nos llegan las gracias que nacen de la fuente divi­na que es Cristo. Tal es la voluntad del que ha querido que todo lo tuviéramos por María». 
Pero yo quisiera concretar más la naturaleza de la mediación. Yo diría que su mediación es maternal. He­mos dicho que la Iglesia está en el seno de María. Siga­mos la audaz afirmación que después hemos de ver con raíces en la Revelación y en los Padres. El niño en el seno de su madre recibe todo su influjo vital de ella, a través de la placenta. Así la Iglesia recibe toda ella la Vida de Dios, promoción suprema y absoluta de la huma­nidad, a través de María. Dice el Vaticano II: “Y esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el momento en que prestó fiel asenti­miento a la anunciación y lo mantuvo sin vacilación al pie de la Cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Pues, una vez recibida en los cielos, no dejó su oficio salvador sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la eterna salvación. Por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso la Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora» (Ibid.62).   10. La Mediadora no resta gloria al Mediador 
San Pablo escribe en 1 Tim 2, 5: "Porque uno es Dios. Uno también el Mediador de Dios y de los hombres, un hombre. Cristo Jesús». 
Pero puntualiza el Concilio Vaticano II: «Es Mediado­ra, lo cual, sin embargo, se entiende de manera que nada quite ni agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador. Porque ninguna criatura puede compararse ja­más con el Verbo encarnado, nuestro Redentor, pero así como el sacerdocio de Cristo, es participado de varias maneras, tanto por los ministros como por el pueblo fiel, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en formas distintas en las criaturas, así también, la única mediación del Redentor, no excluye sino que suscita en sus criaturas una múltiple cooperación que participa de la fuente única. La Iglesia no duda en atribuir a María un tal oficio subordinado, lo experimenta continuamente y lo recomienda al corazón de ¡os fieles para que apoyados en esta protección maternal, se unan más intimamente al Mediador y Salvador» i"ter. 
"En verdad la realidad de la Iglesia no se agota en su estructura jerárquica, en su liturgia, en sus sacramentos, ni en sus ordenanzas jurídicas. Su esencia intima, la prin­cipal fuente de su eficacia sanlificadora ha de buscarse en su unión con Cristo; unión que no podemos pensarla separada de aquella que es la Madre del Verbo encarnado y que Cristo mismo quiso tan íntimamente unida a sí para nuestra salvación. Asi ha de encuadrarse en la visión de la Iglesia la contemplación amorosa de las maravillas que Dios ha obrado en su Santa Madre. Y el conocimien­to de la verdadera doctrina católica sobre María será siempre la llave de la exacta comprensión del misterio de Cristo y de la Iglesia». 
11. La Mujer del Apocalipsis 
Escribe san Juan en el Apocalipsis 2, 1-2, 4-5: «Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza, está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz... La serpiente se detuvo delante de la mujer que iba a dar a luz, para de­vorar a su hijo en cuanto le diera a luz. La mujer dio a luz un Hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro y su Hijo fue arrebatado hacia Dios y hacia su truno". Esa mujer es la del Génesis, la de las Bodas de Caná y la de la Cruz, Juan ve en esta visión a María glorificada y, sin embargo está encinta, y da a luz un hijo varón, el Cristo Místico. María, en el cielo, sigue siendo Madre. 
María en el momento mismo de la Encarnación con­cibe a la Cabeza y a los Miembros. Todos nos hallamos de un modo inexplicable, místico, en el seno de María. 
María da a luz a la Cabeza, sin dolor en Belén. 
María da a luz con agudo dolor, a los Miembros en Jerusalén, en el Calvario. Pues la Iglesia nace del costado de Cristo muerto, como Eva de Adán dormido, en admi­rable réplica. 
Esta Maternidad de María empieza en cada hombre con la aplicación de la Redención, personalmente asimi­lada, y en ese momento queda injertado en Cristo y re­cluido, protegido y malemalmente acogido en el seno de María. 
En el alma se ha repetido místicamente la Encarna­ción, y los artífices, como en Nazaret, son el Espíritu San­to y María. 
12. Comentario de los Padres a la frase «el que hace la voluntad de mi Padre ése es mi madre» 
“Como el niñito formado en el seno así me parece el Verbo de Dios en las entrañas del alma que ha recibido la gracia del Bautismo. El Señor abre el seno maternal dei alma para que sea engendrado el Logos de Dios y asi el alma se hace madre de Cristo», escribe Orígenes. Cada alma lleva en sí como en un seno materno a Cristo. Si ella no se transforma por una santa vida no puede llamarse Madre de Cristo», afirma San Gregorio Nacianceno. “Lo que en otro tiempo sucedió corporalmente en la Virgen María cuando la plenitud de la Divinidad de Cristo, comenzó a irradiar a través de la Virgen, se cumple tam­bién en cada alma que, sintiendo como el Logos, lleva una vida pura. El párvulo nacido en nosotros es el mismo Jesús el cual en los que le reciben, crece de diversas ma­neras en sabiduría, edad y gracia. Porque no es igual en cada uno. Conforme a la medida de la gracia de aquel en quien Él recibe la forma, y conforme a la capacidad del que la recibe aparece Él como niño, adolescente o varón perfecto», certifica San Gregorio Niseno.   «Cuando un alma comienza a convertirse a Cristo es llamada María, o sea, recibe el nombre de la mujer que en otro tiempo llevó a Cristo en el seno: se ha transfor­mado en un alma que engendra a Cristo de una manera espiritual. No todos llegan a dar a luz, no todos son ya perfectos, no todos son Marías, los que ciertamente han recibido del Espíritu Santo a Cristo, pero no le han en­gendrado. Hay hombres que arrojan de nuevo al Verbo de Dios, como un aborto. Haz pues la voluntad del Padre para que puedas ser Madre de Cristo», declara San Ambrosio .   
«Por esto sois también Madre de Cristo, porque cum­plís la voluntad del Padre. Concebid también vosotros a Cristo por la fe, dadle a luz por vuestras buenas obras. Cumpla vuestro corazón en la ley de Cristo lo que en otro tiempo cumplió el seno de María en la carne de Cristo» San Agustín. «Madre de Cristo se hace ante todo el que anuncia la verdad; porque al Señor engendra el que lo introduce en el corazón de los oyentes. Madre de Cristo se hace el que con su palabra engendra en el espíritu el amor al Se­ñor», enseña  San Gregorio Magno. 
Estos textos de los Padres indican que en los primeros siglos, en todas partes— escriben en sitios muy lejanos unos de otros — era familiar que los cristianos debían ser María, Madre de Cristo, que debían engendrar a Cristo en el fondo del alma. Pero la Maternidad de María no acaba su ciclo hasta que nos traspasa al seno del Padre, al término de nuestra vida o de nuestra purgación. Es entonces cuando nos da a luz, el verdadero dies natalis. 13. La mujer encinta de la visión de san Juan expresa la advocación de Maria Medianera de todas las Gracias. 
María Medianera, es decir, intermediaria entre Cristo y los hombres. "Tú, María, eres la Medianera entre Dios y el hombre, Tú eres la que distribuyes las gracias», afirma San Buenaventura . 
De todas las gracias. Aquí tenemos todo un mun­do inconmensurable que abarca todos los dones de la Redención y que, pagado sobreabundantemente por la Sangre de Cristo, Dios nos da gratuitamente. Decir María Medianera, es decir que todo ese mundo de gracia pasa por María. Todas las gracias son servidas por unas manos maternales, las de María. La imagen de María ofre­ciendo a su Hijo, niño, al mundo, sería la traducción más adecuada de la Mediación. No se queda Ella con su Hijo. Nos lo da. Nos lo da para nuestra salvación. San Pio X afirmaría: “María mereció ser reparadora de la huma­nidad caída, y por lo tanto, la dispensadora de todas las gracias, que Jesús nos ganó con su muerte y con su San­gre». Benedicto XV, el que aprobó el 12 de enero de 1921 la Misa y Oficio de María Medianera, y señaló su fiesta para el 31 de mayo, declara: "En todos los prodigios se ha de ver la mediación de María, por la cual, según la voluntad divina, nos llega toda gracia y todo beneficio». (Encíclica «Ad diem illum). De todas las Gracias. Sigamos analizando y nos en­contramos con gracias habituales y actuales. Dicho de otra manera: gracias estables y pasajeras. Las estables, que van al fondo del alma, son susceptibles de crecimien­to contínuo, son vida y dan la vida. Las actuales previe­nen la acción humana y no se puede hacer nada sin ellas, ni para hacer el bien ni para evitar el mal. Vienen a ser una especie de impulsos indeliberados hacia el bien, en forma de luz, que nos hacen ver las razones de las obras buenas; otras veces llegan ungiendo de suavidad y facilidad la virtud. Otras, en fin, nos revisten de una especial fuerza desconocida por la que podemos obrar sin mayo­res complicaciones. Estas chispas de luz., de suavidad o empujes de fuerza nos llegan por la influencia de María. Y¡cuántos recibimos en el transcurso de nuestros días y de nuestra vida!... Y para desgracia o mérito nuestro, podemos aprovecharlos o rechazarlos... 
En los Sacramentos recibimos los dones permanentes: Por el Bautismo, servido por María, en el momento que mayor influjo ejerce en nuestra alma, se engendra a Cristo, y trae consigo al Padre y al Espíritu, para hacer con nosotros su morada. Y como regalos nos dan la gra­cia habitual, las virtudes infusas teologales y las mora­les, más los dones del Espíritu Santo. 
Los otros Sacramentos aumentan o restituyen la gra­cia. Donde hay aumento o recuperación de gracias, hay presencia dinámica de María, porque ésa es la naturaleza de su influencia maternal. 
La Madre está presente en el momento de alimentar a sus hijos con el Cuerpo de su Hijo, pues es oficio de la Madre dar la comida a sus hijos. 
Es la Madre quien lava a los hijos, sobre todo si son pequeños, y el Sacramento de la Penitencia es un baño que llega hasta el fondo del ser. 
La Confirmación es nuestro Pentecostés personal. Y en Pentecostés actuó María eficacísimamente, y Ella asistió también al nuestro. 
El Orden, que configura al hombre de una manera úni­ca con María, dándole poder sobre el cuerpo físico de Jesús y participándole su maternal cuidado en engen­drar y acrecentar a Jesús Místico, también nos llega por María. 
Entre las manos de los esposos que se unen se enla­zan las dos manos purísimas de María. 
Y en la Unción de los enfermos las manos de María acarician y fortalecen al hijo que va a pasar ya al seno del Padre. 
La gracia o la caridad se acrecientan por los sacra­mentos y también por la práctica de las buenas obras. Cuando se resiste al rna!, o cuando se practica algún acto de virtud. Por tanto, la presencia de María es también en estos momentos necesaria, porque también aquí obra la gracia. Y donde está la gracia está María. Y está presente María si el mal se reprime en el interior o en actos exter­nos contra la voluntad de Dios que se sofocan. Igual­mente está presente para obrar el bien interior o interiormente. 
Si pudiésemos captar en su conjunto cuánto actúa María en nosotros, constataríamos que toda nuestra vida divina está influida continua e incesantemente por Ella, es decir, veríamos que la visión de san Juan con todo el Cuerpo Místico de María en su seno, recibiendo de Ella un influjo vital constante y necesario, es una realidad, pues no podemos vivir la Vida de Cristo sino por Ella. 
Por eso exclama san Germán de Constantinopla: “¡0h Madre de Dios! ¡Nadie se salva sino por Ti, nadie es redi­mido sino por Ti”. Y León XIII, que hace suyas las del mismo santo: «Nadie queda lleno del conocimiento de Dios sino por Ti, nadie obtiene un favor de la misericor­dia divina sino por Ti» (Encíclica “Adiutricem “.) Hemos hablado de gracias, de obras buenas, pero ¿queda fuera de la órbita de la intervención de María el orden natural? Porque ¿es o no es verdad lo que dijo san Efrén: “Medianera de todo el mundo”? Por un lado el orden natural está estrechamente unido al sobrenatural y existen muchos dones que no son sobrenaturales que Dios nos concede con miras al orden sobrenatural para preparar el camino de la gracia. Por otro lado la Redención ha invadido todo el universo. Cristo se dilata, en cuanto Dios, a todo el mundo, a todo el cosmos... María debe alcanzar con su protección maternal todo el ámbito de la Redención. Todo el ámbito de la providencia. No puede Ella defraudar las plegarias de los fieles que acuden también a Ella cargados con el peso de las necesidades naturales y humanas. Porque Dios al hacerla nuestra Madre, la ha hecho a la medida de nuestras exigencias y necesidades, que son divinas, pero al mismo tiempo, humanas. 14. María Mediadora de los apóstoles 
Es su Maestra, su Reina, su Modelo. 
Dice el Vaticano II: "Por eso la Iglesia en su labor apostólica se fija con razón en aquella que engendró a Cristo concebido del Espíritu Santo para que también nazca y crezca por medio de la Iglesia en las almas de los fieles. La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario estén animados todos aque­llos que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan a la regeneración de los hombres» (L. G. VIII, 65). 
Y a los seglares en el Decreto de apostolado de los laicos exhorta: “Encomienden su vida y su apostolado a su solicitud de Madre”. (Ibid 4.) ¿Y cómo no tenerla por Madre de los Apóstoles, si está como la nueva Eva, unida al nuevo Adán, aunque depen­diente de El, luchando con Él contra el enemigo infernal y obteniendo plenísima victoria del pecado y de la muerte? ¿Si María está con su alma inmaculada y su cuerpo virgi­nal a la derecha del Hijo de Dios como nuestra Mediado­ra por excelencia?» (Pió XII. aMunificentissimus Deus», 1950. Y exclama ía poesía: 
Toda tú como rayo de sol clara vidriera 
donde reverbera 
la luz de Jesús. 
Toda tú, nieve límpida, 
intocado tu ser celestial, 
¡cuánta luz refluye 
del hontanar de tu pecho, 
 Madre Santa, 
Mujer endiosada, 
Madre y fuente de la luz 
divinal! 
Subes y subes arriba 
rosa, fuego, llama, vida, 
embriagada de vida 
rebosante de vida, 
derrochando la vida, 
contagiando la vida, 
que en tu vientre nació. 
Madre!!! Los pecadores te gritan, 
envuélvenos en la ola 
de tu vida, 
 mar de vida, 
 mar de Amor, 
¡Fanal de Cristo! 
 ¡Medianera! ¡Has triunfado! 
 Victoria definitiva, 
 éxito colosal. 
 
¡María ha resucitado! 
La Madre ha subido al cielo! 
Si la Madre en el cielo, 
¿qué hacemos en la tierra 
los polluelos? 
Si la Madre en la gloria, 
poderosa en su Hijo, 
¿qué tememos los polluelos 
al gavilán? 
No triunfará la serpiente, 
Es María la que triunfa. 
Triunfaremos con Ella, 
por Ella, 
ayudándonos Ella, 
que será el cinco por ciento nosotros 
y María con Jesús 
el noventa y cinco que resta. 
(Jesús Martí Ballester - Oblación carmesí - Barcelona 1979, págs. 22-23.) 
Bellamente escribió san Efrén: 
“El Señor os ha hecho Señora –  El Espíritu Santo Consoladora –  El Mediador, Mediadora de todo el mundo”. 13. Bella oración de Pablo VI 
«Virgen María, Madre de la Iglesia, le recomendamos toda la Iglesia. Socorro de los Obispos, protege y asiste a los Obispos en su misión apostólica y a todos aquellos, sacerdotes, religiosos y seglares que con ellos colaboran en su arduo trabajo. Tú, que por tu mismo divino Hijo, en el momento de su muerte redentora fuiste presentada como Madre del discípulo predilecto, acuérdate del pue­blo cristiano que en ti confia. Acuérdale de todos tus hi­jos; avala sus preces ante Dios; conserva sólida su fe; fortifica su esperanza, aumenta su caridad. Acuérdate de aquellos que viven en la tribulación, en las necesidades, en los peligros. Templo de luz sin sombra y sin mancha, intercede ante tu Hijo Unigénito, Mediador de nuestra reconciliación con el Padre para que sea misericordioso con nuestras faltas y aleje de nosotros la desidia, dando a nuestros ánimos la alegría de amar. Encomendamos a tu Corazón Inmaculado o todo el género humano: condú­celo al conocimiento del único y verdadero Salvador, Cristo; aleja de él el flagelo del pecado, concede a todo el mundo paz en la verdad, en la justicia, en la libertad y en el amor» . (Pablo VI, Discurso en la sesión de clausura de la tercera etapa conciliar, 21 noviembre 1964.) 
  
16. Síntesis y comentario de la exhortación apostólica: 
«Marialis Cultus» de Pablo VI 
Se lamentaba el Papa Pío IX, hablando con el Cardenal Lambruschini de los adversos tiempos que tenía que vivir la Iglesia: maquinaciones de la masonería y de las sectas, liberalismo y modernismo, etc. El Cardenal le insinuó como remedio a tantos males, la declaración del Dogma de la Inmaculada. Parece que Pablo VI siguió el mismo consejo y escribió el más importante documento sobre la Virgen de su Pontificado: “La Marialis cultus”. Pocos años después moriría invocando a Santa María. El objetivo del documento es señalar el puesto que ocupa la Virgen en el culto de la Iglesia para disipar dudas y, sobre todo, para favorecer el desarrollo de aque­lla devoción a la Virgen, que en la Iglesia ahonda sus motivaciones en la Palabra de Dios y se practica en el Espíritu de Cristo. 
El origen de este objetivo es el enorme valor de efica­cia pastora! que el culto a la Virgen tiene para reformar las costumbres. En efecto, la reforma de costumbres in­cluye: vencer el pecado; el crecimiento en la gracia; el progreso en la virtud; y conformarse a la imagen del Hijo. Todos estos efectos están subordinados a la práctica de un generoso culto a la Virgen. 
Descenso en la devoción y culto a María. Desde la pu­blicación de! documento Mariano conciliar (21 nov. 1964) ha podido constatarse un hecho extraño: mientras se tenía ya en la Iglesia un documento mariano extraordina­rio, se iba notando un descenso en la devoción y culto a María. A esta situación anómala ha querido poner fin la Exhortación apostólica sobre el culto mariano. Por eso, si el Vaticano II hahía exhortado a promover generosa­mente el culto mariano, el Papa desea que esta exhorta­ción conciliar sea acogida sin reservas en todas partes y puesta en práctica celosamente. 


Esquema del documento 
Introducción: Ocasión, finalidad y división del documento. 
Parte I. El culto a la Virgen en la Liturgia. 
Sección 1.a La Virgen en la Liturgia Romana restau­rada. 
Sección 2.a La Virgen modelo de la Iglesia en el ejer­cicio del culto. 
Parte II. Por una renovación de la piedad mariana. 
Sección 1a Nota trinitaria, cristológica y eclesial en el culto de la Virgen. 
Sección 2ª.Cuatro orientaciones para el culto a la Vir­gen: Bíblica, Litúrgica, Ecuménica, Antropológica. 
Conclusión: Valor teológico y pastoral del culto a la Vir­gen. 
Ocasión y finalidad del documento 
El culto sagrado constituye un deber primario del Pue­blo de Dios. Pero como el culto mariano encaja como parte nobilísima en el contexto del culto sagrado donde confluyen el culmen de la sabiduría y el vértice de la reli­gión, dice el Papa que ha puesto constante cuidado en incrementar el culto mariano desde que fue elegido a la Cátedra de Pedro (aparte su deseo de interpretar el sentir de la Iglesia y su propio impulso personal). 
La gran obra de la reforma litúrgica. Pensando pre­cisamente en este deber primario Nos hemos favorecido y alentado la gran obra de la reforma litúrgica promo­vida por el Vaticano II; que aprobó como primer docu­mento la Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la Sagrada Liturgia. 
  
Vigilante actitud del Papa en restaurar el culto. 
«Nuestra vigilante actitud se dirige sin cesar a todo aque­llo que puede dar ordenado cumplimiento a la restaura­ción del culto con que la Iglesia, en espíritu de verdad, adora al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, venera con especial amor a María Santísima Madre de Dios...» 
La Virgen María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, raíz del Misterio de Cristo y coronación de la natura­leza de la Iglesia. «La reflexión de la Iglesia contemporá­nea sobre el misterio de Cristo y sobre su propia natura­leza le ha llevado a encontrar como raíz del primero y como coronación de la segunda, la misma figura de mu­jer: La Virgen María Madre de Cristo y de la Iglesia». 
«Un mejor conocimiento de la misión de María se ha transformado en gozosa veneración hacia Ella y en adorante respeto hacia el sabio designio de Dios que ha colocado en su Familia —la Iglesia—, como en todo hogar doméstico, la figura de una mujer que, calladamente y en espíritu de servicio, vela por ella y protege benignamente su camino hacia la Patria, hasta que llegue el día glorioso del Señor». Parte I 
El culto a la Virgen en la Liturgia 
Puesto que ocupa la Virgen en la Liturgia. «La reforma de la Liturgia Romana presuponía una atenta revisión de su Calendario General, que ha incluido de manera orgánica y con más estrecha cohesión, la memoria de la Madre dentro del ciclo anual de los misterios del Hijo. 
Adviento. 8 diciembre: se celebran conjuntamente Inmaculada, la preparación radical a la venida del Señor y el exordio de la Iglesia sin mancha ni arruga. 
Del 17 al 24 de diciembre y domingo anterior a Navidad resuenan antiguas voces proféticas sobre la Virgen Madre y el Mesías. De este modo los fieles que viven con la Liturgia el espíritu de Adviento, al considerar el inefable amor con que la Virgen esperó al Hijo, se sentirán animados a tomarla como modelo y a prepararse vigilantes en la oración y jubilosos en la alabanza para salir al 
encuentro del Salvador que viene. Resulta así que este período debe ser considerado como un tiempo particularmente apto para el culto a la Madre del Señor». 
Navidad. Constituye una prolongada memoria de la maternidad divina. En la Natividad la Iglesia al adorar al Salvador venera a María. Epifanía. María ofrece adoración al Redentor. Sagrada Familia. La Iglesia escudriña venerante la vida santa que llevan en Nazaret Jesús, José y María. Maternidad de María ocasión para adorar al recién nacido Príncipe de la Paz, para implorar de Dios por mediación de la Reina de la Paz, el don supremo de la paz. 
25 de marzo. Anunciación del Señor, fiesta conjunta de Cristo y de la Virgen. 
15 de agosto; fiesta de su destino de plenitud y bienaventuranza; de su perfecta configuración con Cristo Resucitado; una fiesta que propone a la Iglesia y a lahumanidad la imagen y la consoladora prenda del cumplimien­to de la esperanza final. 
Realeza de María, sentada junto al Rey de los siglos resplandece como Reina. 
Celebraciones que conmemoran hechos salvíficos en los que la Virgen estuvo estrechamente vinculada al Hijo: 
Natividad de María (8 sep.) Visitación (31 mayo) Virgen Dolorosa (15 sep.) Presentación del Señor (2 febrero). 
Fiestas vinculadas a motivos de tipo local pero que han adquirido un interés más amplio: Virgen de Lourdes, Basílica de Santa María la Mayor. 
De determinadas familias religiosas, que, por la difu­sión alcanzada son eclesiales: La Virgen del Carmen y la Virgen del Rosario. 
Venerables tradiciones: 21 noviembre. Presentación de María. 
Piedad contemporánea: Corazón de María. 
Santa María en sábado. Facilidad de su uso. 
Preces eucarísticas. «Así lo hace el antiguo Canon Ro­mano: "En comunión con toda la Iglesia, veneramos la memoria, ante todo de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, Nuestro Dios y Señor". Y el recien­te Canon III: "Que Él nos transforme en ofrenda perma­nente, para que gocemos de tu heredad junto con tus elegidos: con María, la Virgen"». 
En el leccionario existe un número mayor de lecturas vetero y neotestamentarias relativas a la Virgen. No están exclusivamente limitadas a las fiestas de la Virgen sino que son proclamadas en otras muchas ocasiones. 
Liturgia de las Horas. Los Himnos, las Antífonas que cierran el oficio cada día y las Intercesiones en Laudes y Vísperas, nombran a la Virgen. 
La Iglesia invoca a la Virigen'. Como Madre de la Gra­cia: antes de la inmersión de los candidatos en las aguas del Bautismo. 
Implora su intercesión sobre las madres que, agrade­cidas por el don de la maternidad, se presentan en el templo. 
La ofrece como ejemplo a sus miembros que abrazan la vida religiosa; o reciben la consagración virginal y pide para ellos su maternal ayuda. 
En la Unción de los enfermos: dirige súplicas insis­tentes a favor de los hijos que han llegado a la hora del tránsito. 
En las misas de los difuntos; pide su intercesión por los que se han presentado delante de Cristo e invoca el consuelo para los que lloran con fe la separación de sus seres queridos. 
La Virgen es Modelo de la Iglesia en el ejercicio del culto. Siguiendo algunas orientaciones de la doctrina conciliar sobre María y la Iglesia, quiere la Exhortación profundizar un aspecto particular de las relaciones entre María y la Iglesia, es decir, María como ejemplo de la actitud espiritual con que la Iglesia celebra y vive los misterios. La ejemplaridad de la Virgen en este campo dimana del hecho de que María es reconocida como modelo extraordinario de la Iglesia en el orden de la caridad y de la perfecta unión con Cristo, o sea, de aquella disposición interior con que la Iglesia amadísima, estrechamente asociada a su Señor, lo invoca y por su medio rinde culto al Padre. 
María es la Virgen oyente... que acoge con fe la Palabra de Dios. 
Esto mismo hace la Iglesia, la cual, sobre todo en la Liturgia, escucha con fe, acoge, proclama, venerara la Palabra de Dios, la distribuye a los fieles como pan de vida y escudriña a su luz los signos de los tiempos, interpreta y vive los acontecimientos de la historia. 
María es la Virgen orante: En el Magníficat, en las bodas de Cana, en el último trazo biográfico del Cenáculo, se nos la describe en oración: presencia orante de María en la Iglesia naciente y en la de todo tiempo, asunta al cielo, no ha abandonado su misión de intercesión y salvación. 
Virgen orante es también la Iglesia que cada día presenta al Padre las necesidades de sus hijos, alaba reverentemente al Señor e intercede por la salvación del mundo. 
María es la Virgen Madre, prodigiosa maternidad constituida por Dios como tipo y ejemplar de la maternidad de la Iglesia, la cual se convierte en madre porque con la predicación y el bautismo engendra a una vida inmortal a sus hijos. 
María es la Virgen Oferente: en el Templo y en el Calvario. 
Y para perpetuar en los siglos el sacrificio del Salvador instituyó el Sacrificio Eucarístico, Memorial  de su Muerte y Resurrección y lo confió a la Iglesia Esposa, que lo ofrece como María. 
María es Maestra espiritual para cada uno de los cristianos: san Ambrosio llega a decir: «Que el alma de María esté en cada uno de para alabar al Señor; que su espíritu esté en cada uno para que se alegre en Dios». Pero María es modelo de aquel culto que consiste en hacer de la propia vida una ofrenda a Dios. El Sí de María es para todos los cristianos una lección y un ejemplo para convertir la obediencia a la Voluntad del Padre en camino y en medio de santificación propia. 
 
Es importante observar cómo traduce la Iglesia las múltiples relaciones que la unen a María en distintas y eficaces actitudes cultuales: Siente veneración profunda cuando reflexiona sobre la singular dignidad de la Vir­gen: amor ardiente cuando considera la Maternidad espiritual de María para con todos los miembros del Cuerpo Místico; confiada invocación cuando experimenta la intercesión de su Abogada y auxiliadora; servicio de amor cuando descubre en la humilde sierva del Señor a la Reina de misericordia y a la Madre de la gracia; conmovidoe stupor cuando contempla, en Ella como en una imagen purísima, todo lo que ella desea y espera ser; atento estu­dio cuando reconoce en la cooperadora del Redentor, ya plenamente partícipe de los frutos del Misterio Pascual, el cumplimiento profético de su mismo futuro hasta el día en que, purificada de toda arruga y de toda mancha, se convierta en una esposa ataviada para su Esposo Jesucristo. 
Parte II 
Cuatro orientaciones para el culto a la Virgen: Bíblica, itúrgica. Ecuménica, Antropológica. 
 
Orientación Bíblica. 
La necesidad de una impronta bíblica en toda forma de culto es sentida hoy día como un postulado general de la piedad cristiana. El progreso de los estudios bíblicos, la creciente difusión de la Ságra­da Escritura y, sobre todo, el ejemplo de la Tradición y la moción íntima del Espíritu, orientan a los cristianos de nuestro tiempo a servirse cada vez más de la Biblia como libro fundamental de oración y a buscar en ella aspiración genuina y modelo insuperable. El culto a la Virgen no puede quedar fuera de esta dirección tomada por la piedad cristiana. La Biblia, al proponer de modo admirable el designio de Dios para la salvación de los hombres está toda ella impregnada del misterio del Sal­vador y contiene además, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, referencias indudables a aquella que fue Madre y Asociada del Salvador. Dice el Papa «que de la Biblia tomen sus términos y su inspiración las fórmulas de oración y las composiciones destinadas al canto; que el culto a la Virgen esté impregnado de los grandes temas del mensaje cristiano, a fin de que al mismo tiempo que los fieles veneran a la Sede de la Sabiduría, sean también iluminados por la luz de la palabra divina e inducidos a obrar según los dictados de la Sabiduría encarnada». 
 
Orientación Litúrgica. 
«A este respecto queremos aludir a dos actitudes que podrían hacer vana la norma del Concilio: en primer lugar, la actitud de algunos que tienen cura de almas y que, despreciando a priori los ejercicios piadosos, que en las formas debidas son recomendados por el Magisterio, los abandonan y crean un vacío que no prevén colmar; olvidan que el Concilio ha dicho que hay que armonizar los ejercicios piadosos con la Liturgia, no suprimirlos. En segundo lugar, la actitud de otros unen al mismo tiempo ejercicios litúrgicos y actos piadosos en celebraciones híbridas». 
 
Orientación Ecuménica. 
En nuestros días destaca el anhelo por el restablecimiento de la unidad de los cristianos. La piedad hacia la Madre del Señor se hace sensible a las inquietudes y a las finalidades del movimiento ecuménico: los católicos se unen a los ortodoxos con devoción impregnada de lirismo a la Theotocos; a los anglicanos, cuyos teólogos clásicos pusieron ya de relieve la sólida base escriturística del culto a la Madre de Nuestro Señor, y cuyos teólogos contemporáneos subrayan la importancia del puesto que ocupa María en la vida cristiana, a los Reformados dentro de cuyas Iglesias florece vigorosamente el amor por las Sagradas Escrituras glorificando a Dios con las mismas palabras que la Virgen. 
La piedad hacia la Madre de Cristo y de los cristianos es para los católicos ocasión para pedirle por la unión de todos los bautizados en un solo Pueblo de Dios. Somos conscientes de que existen no leves discordias. Sin embargo, como el mismo Poder del Altísimo que cubrió con su sombra a la Virgen de Nazaret, actúa el actual movimiento ecuménico y lo fecunda, deseamos expresar nuestra confianza en que la veneración a la Virgen, en la que el Omnipotente obró maravillas, será, aunque lentamente, no obstáculo, sino medio y punto de encuentro para la unión de todos los creyentes en Cristo. Asi como en Caná, puede hacer llegar la hora en que los dis­cípulos vuelvan a encontrar la unidad en la fe. León XIII dijo: "La causa de la unión de los cristianos pertenece especícamente al oficio de la maternidad espiritual de María». 
 
Orientación Antropológica. 
Se pueden oponer dificul­tades al culto de la Virgen a causa de la diversidad entre algunas cosas del contenido de su culto y las actuales concepciones antropológicas y la realidad antropológicas en que viven y actúan los hombres de nuestro tiempo. La Virgen ha sido propuesta a la imitación de los fieles, no por el tipo de vida que llevó y menos por el ambiente sociocultural en que se desarrolló, hoy día superado en casi todas partes, sino porque, en sus condiciones concre­tas de vida, ella se adhirió total y responsablemente a la Voluntad de Dios; porque acogió la Palabra y la puso en práctica; porque su acción estuvo animada por la caridad y por el espíritu de servicio; porque es la primera y la más perfecta discípula de Cristo: lo cual tiene valor uni­versal y permanente. 
Además es la Mujer nueva y perfecta cristiana que resume en sí misma las situaciones más características de la vida femenina porque es virgen, esposa, madre. Por eso ha sido considerada como modelo eximio de la con­dición femenina. 
De este modo la mujer contemporánea, deseosa de par­ticipar con poder de decisión en las elecciones de la comu­nidad, contemplará con íntima alegría a María, que, pues­ta a diálogo con Dios, da su consentimiento activo y res­ponsable, no a la solución de un problema contingente, sino a la obra de los siglos, la Encarnación del Verbo; se dará cuenta de que en la opción del estado virginal por parte de María, que el designio de Dios la disponía al Misterio de la Encarnación, no fue un acto de cerrarse a algunos de los valores del estado matrimonial, sino que constituyó una opción valiente, llevada a cabo para con­sagrarse totalmente al amor de Dios; comprobará cómo María fue algo del todo distinto de una mujer pasiva­mente remisa o de religiosidad alienante, pues no dudó en proclamar que Dios es vindicador de los oprimidos y derriba de sus tronos a los poderosos del mundo; reco­nocerá en María, que sobresale entre los humildes y los pobres del Señor: una mujer fuerte que conoció la po­breza y el sufrimiento, la huida y el exilio; y no verá a una madre celosamente replegada sobre su propio Hijo, sino como mujer que con su acción favoreció la fe de la comunidad apostólica en Cristo y cuya función maternal se dilató asumiendo en el Calvario dimensiones universa­les. Son ejemplos. Sin embargo, aparece claro en ellos cómo la figura de la Virgen no defrauda esperanza alguna profunda de los hombres de nuestro tiempo y les ofrece modelo perfecto del discípulo del Señor: artífice de la ciudad terrena y temporal, pero peregrino diligente hacia la celeste y eterna; promotor de la justicia que libera al oprimido y de la caridad que socorre al necesitado, pero sobre todo, testigo activo del amor que edifica a Cristo en los corazones. 
El Concilio ha denunciado algunas devociones cultua­les: la vana credulidad que sustituye el empeño serio con la fácil aplicación a prácticas externas solamente; el esté­ril y pasajero movimiento del sentimiento tan ajeno al estilo del Evangelio que exige obras perseverantes y acti­vas. La defensa perseverante contra estos errores y des­viaciones hará más vigoroso y genuino el culto a la Vir­gen: sólido en su fundamento, por lo cual el estudio de las fuentes reveladas y la atención a los documentos del Magisterio prevalecerán sobre la desmedida búsqueda de novedades o de hechos extraordinarios; por lo cual deberá ser eliminado todo aquello que es manifiestamente legen­dario o falso. Se tendrá cuidadosamente lejos del san­tuario todo mezquino interés. 
La finalidad última del culto a la Virgen es glorificar a Dios y empeñar a los cristianos en una vida absoluta­mente conforme a su voluntad. "Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen». Esto oyen los hijos de la Iglesia cuando, con la mujer anónima del Evangelio, glorifican a la Madre de Jesús. Y suena para nosotros como una admonición a vivir según los manda­mientos de Dios y es como un eco de otras llamadas del Divino Maestro: “No todo el que dice Señor, Señor, en­trará en el Reino de los Cielos; sino el que hace la volun­tad de mi Padre que está en los Cielos”. «Vosotros sois mis amigos si hacéis cuanto os mando».  
Parte III 
 
El Ángelus. «Nuestra palabra quiere ser solamente una simple pero viva exhortación a mantener su rezo acostumbrado. No tiene necesidad de restauración: su estructura es sencilla, su carácter es bíblico, su ritmo casi litúrgico que santifica momentos diversos de la jornada se abre hacia el Misterio Pascual». 
 
El Rosario. Los predecesores de Pablo VI le han dedicado atención: «Nos —dice el Papa—, desde la primera audiencia general de nuestro Pontificado, 13 julio 1963 hemos manifestado nuestro interés por el Rosario; en la Encíclica "Christi Matri", 15 sep. 1966 - en la Exhortación Apostólica: "Recurrens mensis october" 7 oct. 1969, en que conmemorábamos el cuarto centenario de la Carta Apostólica "Consueverunt Romani Pontífices", de san Pío V, que en cierto modo definió la forma tradicional del Rosario». En los convenios e investigaciones se ha puesto en más clara luz la índole evangélica del Rosario en cuanto saca del Evangelio el enunciado de los misterios y las fórmulas principales. 
Se ha observado que la triple división de los Misterios no sólo se adapta al orden cronológico de los hechos, sino refleja el primitivo anuncio de la fe y proponen el ´misterio de Cristo como fue visto por san Pablo en la carta a los Filipenses: humillación, muerte, exaltación. El Rosario es oración de orientación cristológica. El Avemaría se convierte en alabanza constante a Cristo, término último de la Anunciación del Ángel y del saludo de la madre del Bautista: «Bendito el fruto de tu vientre». 
 
La contemplación. Sin ésta, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mera repetición de fórmulas. Exige un ritmo tranquilo y reflexivo remanso. 
El Rosario es el Salterio de la Virgen. Es un piadoso ejercicio que se armoniza con la Liturgia: como ella, tiene índole comunitaria que se nutre de la Escritura y gravita en tomo al misterio de Cristo. Aunque sea en planos de realidad esencialmente diversos, anámnesis en la Liturgia y memoria contemplativa en el Rosario, tiene por objeto los mismos acontecimientos salvíficos llevados a cabo por Cristo. La primera hace presentes bajo el velo los signos y operantes de modo misterioso los Misterios de la Redención; la segunda, con el piadoso afecto de la contemplación, vuelve a evocar los mismos en la mente de quien ora y estimula su voluntad a sacar de de ellos normas de vida. 
 
Rosario en familia, santuario doméstico de la Iglesia, iglesia doméstica. Después de la Liturgia de las Horas, el Rosario. No pocas circunstancias hacen difícil convertir el tiempo de familia en tiempo de orar. Difícil, pero hay que superar la dificultad en consideración a los bienes que produce. En China continental parece que la gran parte de las familias católicas continúan perseverando en la fe gracias al Rosario. 
 
Eficacia pastoral de la piedad a la Virgen. La lex credendi de la Iglesia requiere que por todas parrtes florezca lozana su lex orandi en relación con la Madre de Cristo. La Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, amaestrada por una experiencia secular, reconoce que la piedad a la Virgen, subordinada a la piedad del Salvador y en conexión con ella, tiene una gran eficacia pastoral y constituye una fuerza renovadora de la vida cristiana. 
En efecto, la misión de María es reproducir en los hijos los rasgos espirituales del Hijo Primogénito. Por eso su misión maternal empuja al Pueblo de Dios a dirigir con filial confianza a Aquella que está siempre dispuesta a acogerlo con afecto de Madre y con eficaz ayuda de Auxiliadora; por eso el Pueblo de Dios la invoca como Consuelo de los afligidos, Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores, para obtener consuelo en la tribulación, alivio en las enfermedades, fuerza liberadora en el pecado; porque Ella, la libre de todo pecado, conduce a sus hijos a vencer con enérgica determinación el pecado. Y dicha liberación del pecado es la condición necesaria para toda la renovación de las costumbres cristianas. 
 
María, modelo de virtudes, llenará de virtudes a sus hijos. La santidad ejemplar de la Virgen mueve a los fieles a levantar los ojos a María, la cual brilla como modelo de virtud ante toda la comunidad de los elegidos. Sus virtudes son sólidas, evangélicas: la fe y la dócil aceptación de la Palabra de Dios, la obediencia generosa, la humildad sencilla, la caridad solícita, la sabiduría reflexiva, la piedad hacia Dios, pronta al cumplimiento de los deberes religiosos, agradecida con los bienes recibidos, que ofrece en el templo, que ora en la comunidad apostólica, la fortaleza en el destierro, en el dolor, la pobreza llevada con docilidad y confianza en el Señor, el vigilante cuidado de su Hijo desde la humildad de la cuna hasta la ignominia de la Cruz; la delicadeza previsora, la pureza virginal, el fuerte y casto amor esponsal. De estas virtudes de la Madre se adornarán los hijos que con tenaz propó­sito contemplan sus ejemplos para reproducirlos en su propia vida. Y tal progreso en la virtud aparecerá como consecuencia y fruto maduro de aquella fuerza pastoral que brota del culto tributado a la Virgen. 
 
Crecimiento en la Gracia Divina. 
 
La piedad hacia la Madre del Señor se convierte para el fiel en ocasión de crecimiento en la gracia divina, que es la finalidad última de toda acción pastoral. Porque es imposible honrar a la Llena de Gracia sin honrar en sí mismo el estado de gra­cia, la amistad con Dios, la comunicación con Él, la inhabitación del Espíritu. Esta gracia divina alcanza a todo hombre y lo hace conforme a la imagen del Hijo. 
 
Conquista de la plenitud del hombre. 
La Iglesia reco­noce en la devoción a la Virgen una poderosa ayuda para el hombre hacia la conquista de su plenitud. Ella, la Mu­jer nueva, está junto a Cristo, el Hombre nuevo, en cuyo misterio solamente encuentra verdadera luz el misterio del hombre, como prenda y garantía de que en una sim­ple criatura, en Ella, se ha realizado ya el proyecto de Dios en Cristo para la salvación de todo hombre. 
 
Solución para todas las dificultades del hombre con­temporáneo. 
A éste, frecuentemente atormentado entre la angustia y la esperanza, postrado por la sensación de su limitación, y asaltado por aspiraciones sin confín, turbado en el ánimo y dividido en el corazón, la mente suspendida por el enigma de la muerte, oprimido por la soledad mien­tras tiende a la comunión, presa de sentimientos de náu­sea y hastío, la Virgen, contemplada en su vicisitud evan­gélica y en la realidad ya conseguida en la ciudad de Dios, ofrece una visión serena y una palabra tranquilizadora: la victoria de la esperanza sobre la angustia, de la comunión sobre la soledad, de la paz sobre la turbación, de la ale­gría y de la belleza sobre el tedio y la náusea, de las pers­pectivas eternas sobre las temporales, de la vida sobre la muerte. 
Pablo VI quiere que el sello de su Exhortación y una ulterior prueba del valor pastoral de la devoción a la Vir­gen para conducir los hombres a Cristo, sean las mismas palabras que Ella dirigió a los siervos de las Bodas de Caná: «Haced lo que Él os diga»; palabras que en apa­riencia se limitan al deseo de poner remedio a la incó­moda situación de un banquete, pero que, en las perspectivas del cuarto Evangelio, son una voz que parece una resonancia de la fórmula usada por el Pueblo de Israel para ratificar la Alianza del Sinaí y son una voz que concuerda con la del Padre en la Teofanía del Tabor: «Escuchadle». 
Resta ahora poner manos a la obra y escuchar la voz del Papa y ponerla en práctica. Pronto llegará la primavera, si así lo hacemos, con presagio de futuras cosechas para la Iglesia.