María, estrella de la evangelización

 

Monseñor Francisco Pérez González

 

El Papa Pablo VI, en la conclusión de la exhortación apostólica acerca de la evangelización del mundo contemporáneo, Evangelii Nuntiandi, engarza en la corona de advocaciones de la Virgen una nueva piedra preciosa llamándola “Estrella de la Evangelización” (n. 82). Lo hace como de pasada, pero coincidiendo con la fecha de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, 8 de diciembre, y con la histórica efemérides del décimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II; coincidencia no meramente coyuntural.
El mismo Pontífice, y en este contexto, se remonta a Pentecostés y ve a la Virgen presidiendo con su oración el comienzo de la evangelización bajo el influjo del Espíritu Santo. ¿Es esta presencia de María, en circunstancia temporal tan trascendental, la raíz, origen y causa de esta nueva advocación? ¿La Virgen es la “Estrella de la Evangelización” por haberse encontrado reunida con los Apóstoles en el Cenáculo el Día de Pentecostés? ¿Es meramente circunstancial su presencia con ellos y, por tanto, este título es algo accidental, epidérmico al ser y misión de la Virgen María? O por el contrario, ¿su misión, por voluntad divina, es esencialmente evangelizadora y, por consiguiente, es algo como si fuera circunstancial a su ser y existencia?
La primera impresión es que tal título le conviene a la Virgen. ¿Cómo no va a ser de alguna manera evangelizadora y apóstol la que es Madre del Verbo encarnado, Corredentora del género humano, Reina de los Apóstoles y Madre de la Iglesia? Además, el corazón de hijos nos pide llamar a nuestra Madre “Estrella de la Evangelización”. Pero, ¿sólo por una corazonada? ¿O hay razones y argumentos verdaderos, teológicos, para invocarla así?
Para comenzar es necesario tener una idea clara de lo que es “evangelizar”; y, precisamente, a la luz de la Evangelii Nuntiandi, para ver si la Virgen ha sido, por su misión y vida, verdaderamente evangelizadora y, con toda razón, se la deba llamar “Estrella de la Evangelización”.

Jesús, el primer evangelizador
No podemos hablar de evangelización sin pensar y referirnos a Jesús. Él es el “Evangelio de Dios”, ha sido y es el primer y más grande evangelizador de la historia. Lo ha sido hasta el final de su existencia terrena con el sacrificio de su vida. Él es la buena y gran noticia, el Salvador.
Pablo VI recuerda “algunos aspectos esenciales” de la acción evangelizadora de Cristo, entre ellos el anuncio de la salvación liberadora como centro y núcleo de la evangelización: “Como núcleo y centro de su Buena Nueva, Jesús anuncia la Salvación, ese gran don que es liberación de todo lo que oprime al hombre” (ibid. n. 9). Jesús realiza este anuncio salvador, médula de la evangelización, “mediante la predicación infatigable de una palabra de la que se dirá que no admite parangón con ninguna otra: ¿qué es esto? Una doctrina nueva y revestida de autoridad” (Ibid. n. 11; Mc 1,27).
La ardua laboriosidad de la transmisión del mensaje evangelizador va regada con sudores de incomprensión y rechazo, que se consumarán en el Calvario. Era la forma de rubricar todas las enseñanzas que había reiteradamente predicado para que tanto sus seguidores como perseguidores fueran evangelizados: pobreza hasta la desnudez, pureza de verdadero sacrificio, obediencia como completo holocausto, amor hasta el perdón de sus verdugos y muerte por el ofensor. La cruz que quiere y exige para seguirle (Mt 16, 24) es la personificación de las Bienaventuranzas (Mt 5, 3-12) y el golpe de timón de marcha apostólica para los evangelizadores y evangelizados.
Jesucristo, el primer evangelizador, es testigo con su palabra, vida, pasión, muerte y resurrección de la verdad anunciada y predicada. Él dio claro testimonio de la realidad plena de su ser en su dimensión divina y humana, y de su misión evangelizadora y salvadora con el lenguaje elocuente de sus obras.
Teniendo presente estos “aspectos esenciales” que menciona la Evangelii Nuntiandi y que son signos auténticos de la verdadera evangelización, podemos centrar nuestra reflexión en este nuevo título o advocación de la Virgen, “Estrella de la Evangelización”, para intentar conocer los argumentos o razones en que se funda y ver cómo la Virgen evangeliza.

Comprometida con el plan de Jesús
Para poder entender y penetrar en el misterio que es María, hay que verla y contemplarla con los ojos de la fe y dentro del proyecto redentor y de salvación del género humano. No nos movemos en esta cuestión a la luz de un estudio racional natural ni histórico de un personaje clave en la historia de la humanidad ni del cristianismo. A María, como a Jesús, no la podemos estudiar desde ángulos de visión histórico natural ni desde una perspectiva historicista. Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre “en la plenitud de los tiempos” (Gal 4, 4) “por nosotros y por nuestra salvación”, decimos en el Credo. Y María es la madre natural de Jesús de Nazaret “concebido, en su seno, por obra del Espíritu Santo” y que es el mismo Verbo Encarnado.
Cristo es el agente originante y principal de la evangelización y María, queramos o no, es su Madre estrechamente vinculada a Él. La vida de Cristo está tan íntimamente unida a la de la Virgen, que sin ella no pudo realizarse ni se puede escribir ni describir. La concepción y alumbramiento de Jesús, el sustento del Hijo de Dios humanado, la narración y presentación de los hechos reales e históricos de la infancia de Cristo, “Evangelio de la infancia”, no pueden ni imaginarse sin la intervención activísima de María. En ellos, Jesús es el Evangelio por ser el Verbo encarnado cuya vida temporal se relata, pero la Virgen forma parte de ese “Evangelio de la infancia”, no sólo por su función maternal biológica natural, sino también por el testimonio de una vida que se hizo y vivió en exclusiva para Jesús, y que se nos presenta como ejemplo singular de fe, obediencia, pobreza, castidad, amor, servicio, dedicación... a la persona sacratísima de Jesús. Lo acaba de señalar el Papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae. María no vive más que en Cristo y en función de Cristo (n. 15). Y esto, añadimos, por voluntad expresa del Altísimo que “la cubriría con su sombra” (Lc 1, 35).
La Virgen, no sólo por la maternidad divina sino también y principalmente por esta unión con Cristo, es verdadera evangelizadora, “Estrella de la Evangelización”. La realidad de su vida cotidiana discurre pareja con Cristo en todo momento y anuncia el mismo mensaje que Jesús. Y no sólo como discurre la vida de una madre pendiente siempre del hijo de sus entrañas, sino también por un motivo, razón y causa superior excepcional y singularmente vinculante. Ella acepta el plan divino sobre sí misma.
Toda evangelización, que sea auténtica, se ordena a la salvación de los hombres. Así piensa Jesús y lo dice: “Vine para que tengan vida” (Jn 10, 10). En el pensamiento de Dios, la Virgen será el canal de esta vida. Engendra al Hijo de Dios, se desvive por su Hijo, y este desvivirse es por todos los que iban a ser redimidos y salvados por Jesucristo. Su silencio es evangelizador; las pocas palabras que conservamos de Ella son verdadera evangelización y forman parte del mismo Evangelio de Jesús, y que es Jesús. Cuanto el Evangelio nos revela de la Virgen forma sustancialmente el entramado evangelizador de Jesús de Nazaret.

El “sí” de María
Evidentemente que necesitamos fe, mucha fe, para ver a la Virgen dentro de este plan evangelizador y salvífico; de lo contrario la reducimos a una mujer muy ilustre por ser madre del hombre más famoso de la historia del mundo. Pero la Virgen es lo que es no por una mitificación ni endiosamiento humano; lo es porque Dios lo ha querido así. El ‘fiat’ de María es la respuesta humilde y contundente a la propuesta del ángel de parte de Dios. Es un ‘SÍ’ pleno, no sólo a un acto del querer divino, sino a todo el proyecto que Dios tiene para salvar a la humanidad. La evangelización comienza en la Iglesia el día de Pentecostés con la venida del Espíritu Santo. María comienza formalmente la evangelización desde su “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38).
La Anunciación es como el “Pentecostés de la Virgen” (Fiores, Santa María en la Teología contemporánea, ibid. p. 274). Este SÍ es fuente de una relación única, inmutable e irrepetible al Hijo que engendra, al Espíritu Santo que la fecunda, a la voluntad divina que la proyecta y lanza a una misión universal de salvación. Por él, María desarrolla una dimensión salvífica y evangelizadora en el tiempo y en el espacio. Nada quedará fuera del radio de acción de su dinamismo, ni de su arrolladora energía materna y sobrenatural. María ya no es sólo para su Hijo ni vive solamente para Él. Es también para todos los hombres de todos los tiempos, es para la humanidad entera. Ella, asociada a su Hijo, es y debe ser el punto de referencia al que miren todos los hombres para ir al Padre por medio de Jesucristo, el Redentor y Salvador universal.
Por este principio de asociación a Cristo y con Cristo se ve claro que la Virgen fue evangelizadora y se la puede y debe llamar “Estrella de la Evangelización”. Como toda la vida de Jesús –desde que es concebido hasta que sube al cielo es el Evangelio y Evangelizador–, de manera idéntica la existencia y vida de María, unida íntimamente a la vida de Cristo en la voluntad del Padre y por la voluntad del Padre, es parte del Evangelio, es evangelizadora, la más excelente evangelizadora, verdadera “Estrella de la Evangelización”.

Por Monseñor Francisco Pérez González
Obispo de Osma Soria y Director Nacional de Obras Misionales Pontificias España

Artículo publicado en la Revista Misioneros Tercer Milenio de junio de 2003 en la sección de Tribuna Misionera