María, Madre nuestra

Padre Eusebio Gómez Navarro OCD 


Durante la beatificación del hermano Hilario, de La Salle-inmolado en Tarragona durante la Guerra Civil-, el Papa citó las palabras del nuevo beato, quien decía:
“Mi madre era una santa. La recuerdo sirviendo siempre a mi padre, a sus hijos, a familiares y a los pobres. Durante su vida mi madre esparció dulzura y amor. El recuerdo de mi madre me anima, me sostiene, me sigue y jamás se borrará de mí.”
Boussuet decía: “Los grandes hombres se han formado gracias a las manos de sus madres.”
En el evangelio de san Juan tiene nos encontramos dos relatos importantes sobre la Virgen: Caná y al pie de la Cruz. 
En María comienzan a manifestarse las "maravillas de Dios", que el Espíritu va a realizar en Cristo y en la Iglesia:
María fue preparada para ser la Madre de Dios y Madre nuestra. El Espíritu Santo preparó a María con su gracia, libre de pecado . Convenía que fuese "llena de gracia" la madre de Aquél en quien "reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente" (Col 2, 9). Ella fue concebida sin pecado, por pura gracia, como la más humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger el don inefable del Omnipotente. 
María se convierte en la "Mujer", nueva Eva "madre de los vivientes", Madre del "Cristo total" (Jn 19, 25-27). María, por ser humilde recibió el mensaje de Dios. Siempre los humildes han estado más abierto a la voz del Señor. Los humildes son siempre los primeros en recibir a Jesús: los pastores, los magos, Simeón y Ana, los esposos de Caná y los primeros discípulos.
María es Madre de Cristo y Madre de la Iglesia
"Se la reconoce y se la venera como verdadera Madre de Dios y del Redentor... más aún, `es verdaderamente la madre de los miembros (de Cristo) porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza' (S. Agustín). Cualquier madre está unida a su hijo. Así lo estuvo María con Cristo. "Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte" (LG 57). Se manifiesta particularmente en la hora de su pasión:
Si María acompañó a su hijo durante toda su vida, lo acompañó hasta la cruz. Allí estuvo de pie, y con su sufrimiento nos engendró a nosotros. Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’ (Jn 19, 26-27). Al pie de la Cruz, María es la imagen de la fidelidad en el seguimiento a Cristo convirtiéndose en madre de todos aquellos a quienes su muerte les engendra la vida. Al ser proclamada Madre del Discípulo Amado, anuncia una vez más a la Iglesia Madre de todos los Cristianos.
María estuvo también en los primeros pasos de la Iglesia naciente. María "estuvo presente en los comienzos de la Iglesia con sus oraciones" (LG 69). Reunida con los apóstoles y algunas mujeres, "María pedía con sus oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación la había cubierto con su sombra" (LG 59).
Por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad. Ella "Colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia" (LG 61).
Y María sigue intercediendo por nosotros. "Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna... Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora" (LG 62). "La misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia” (LG 60).
Con frecuencia invocamos a María, nosotros, porque ella es nuestra madre. A ella podemos confiarle todos nuestros cuidados y nuestras peticiones; a ella pedimos que podamos cumplir la voluntad de Dios. En sus manos ponemos nuestra vida y nuestra muerte. Que esté presente en esa hora, como estuvo en la muerte en Cruz de su Hijo y que en la hora de nuestro tránsito nos acoja como madre nuestra (Jn 19, 27). 
María sufrió junto a su hijo y por su hijo. A las madres católicas que sufren les dijo Pablo VI:
“No es el momento de los tímidos, ni de los perezosos, ni de los ausentes sino que es el tiempo de los generosos, de los fuertes, de los puros, de los esforzados, de los convencidos.”