“Junto a la Cruz de Jesús estaba su Madre”. 

Padre Antonio Rivero L.C 


Vamos también nosotros al Calvario a acompañar a María en la agonía y muerte de Jesús, su Hijo y nuestro hermano mayor. Esta escena es la culminación de la de Caná.

La “Hora” fijada por el Padre llega a su momento clave. En el Calvario se realiza y se despliega todo el sentido de la venida de Jesús al mundo. Allí se consuma la nueva y definitiva Alianza. Es la “Hora” de la máxima revelación del amor del Padre a los hombres, la expresión culminante del amor de Cristo a los suyos, la plena entrega de amor de Jesús al Padre y el momento de la derrota del poder de Satanás.

En este momento cumbre está María. Su presencia no es casual, ni solamente un testimonio de su sentimiento maternal, sino que posee una profunda significación teológica.

Está allí como la mujer, aquella de cuyo linaje saldría el vencedor del demonio. Por eso Jesús agonizante la llama con ese nombre “Mujer”. Está acompañando a su Hijo en la redención del mundo.

¿Qué rasgos añade san Juan sobre María?

Por una parte reafirma el rasgo que ya san Lucas nos comentó en el momento de la presentación del Niño en el templo: Virgen oferente. María en la cruz sigue siendo esa “Virgen oferente”, la que se había entregado por entero en el momento gozoso de la Anunciación y en la presentación en el templo, también ahora, en momentos dolorosos vuelve a testimoniar su amor entregándose a sí misma. La espada que le atraviesa el corazón no es resistida. Entrega lo más querido: su propio Hijo, y con Él se inmola Ella como víctima de amor. Ella misma ofrece al Padre el sacrificio de Jesús. Es la hora de la autenticidad del amor.

La expresión “Stabat” (estaba en pie) denota vigorosamente la actitud de María en un estar en pie, sin claudicación ni desmayo. María está junto a la cruz, herida profundamente en su corazón de madre, pero erguida y fuerte en su entrega. Es la primera y más perfecta seguidora del Señor porque, con mayor intensidad que nadie, toma sobre sí la carga de la cruz y la lleva con amor íntegro; ella con su propio dolor completa lo que falta a la pasión de Cristo (cf. Col. 1, 24).

Es la hora de la fidelidad, de la ratificación solemne de su primer “Sí”. Por eso María en la cruz es también además de la Virgen oferente, la Virgen fiel, pues la fidelidad se demuestra y se acrisola en los momentos de prueba y de dolor. La Virgen fiel a su “Sí”. Decir “Sí” en los momentos de gozo y exaltación es fácil. Pero seguir diciendo “Sí” en momentos de dolor es señal de fidelidad.

Hay más profundidad teológica en este texto de San Juan.

La maternidad universal de María comenzada en Caná, ahora ya Jesús la consagra con sus palabras: “Mujer, ahí tienes a tu Hijo”. María en la Cruz viene convertida en Madre de la humanidad, Madre de la Iglesia, simbolizada y representada por Juan.

Del costado abierto de Cristo está naciendo la Iglesia y necesita una Madre. ¿Quién mejor que María?

Si María es la madre de Jesús, cabeza de la Iglesia... ¿cómo va a quedar sin madre el cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia? 

María madre de Cristo Cabeza y de la Iglesia, cuerpo de Cristo.

¿Quedaría sin aliento, sin alimento, sin consuelo el Cuerpo místico de Cristo?

Es en la Cruz donde María queda convertida en madre de la humanidad, madre de la Iglesia. El amor crucificado de María se vuelve amor fecundo la semilla debe morir para producir fruto abundante. Jesús no se ofrece por sí mismo, sino por nosotros. María no sufre por sí misma, lo hace por nosotros. No se repliega sobre su dolor, lo abre a sus hermanos, representados en ese momentos por el discípulo Juan.

“Mujer, ahí tienes a tu Hijo”. Detrás de ese hijo estábamos todos los redimidos... la nueva vida que nacía en el Calvario necesitaba del cuidado y del cariño de una madre. Y esa madre es María.

Jesús como que ensanchó el regazo de María para que pudiera abrazar y acoger a todos los hombres. Y desde ese día María nos ha cuidado, y no quiere perder a ninguno de los hijos que Jesús le confió. 

Pero también es deber nuestro atender a esta Madre María, llevarla a nuestra casa, es decir, dejarnos amar por ella, contemplarla e imitarla.

María en la cruz es la Virgen oferente y al mismo tiempo la Madre Universal de los redimidos, es la madre de la incipiente Iglesia, fundada por Cristo.

¿Se podría decir que María en la Cruz es corredentora? Este es un hermoso título que la tradición ha ido dando a María, no sin tropiezos... Ahora se está considerando la oportunidad de declararlo dogma. Ciertamente su cooperación a la redención es indirecta y mediata, porque puso toda su vida voluntariamente al servicio del Redentor, primero con su “fiat” en el momento de la Eucaristía, y luego padeciendo e inmolándose con Él al pie de la cruz.

Quedémonos en silencio en el Calvario, agradeciendo a Jesús este regalo de su Madre... y a María, agradeciéndole su cariño.