El Camino Espiritual de María 

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


Decimos que nuestra amada Virgen María, fue desde siempre señalada como la Madre de Dios, es decir predestinada a ser la Madre del Divino Redentor. Ella rica en generosidad, llena de humildad, colabora como esclava del Señor realizándose en ella la Encarnación del Verbo divino y concibe a Jesús, Hijo de Dios encarnado. Es así como de este modo, ella se transforma en nuestra Madre Espiritual.

María tiene una natural sensibilidad e inclinación hacia los sentimientos y los pensamientos que nacen en el alma y el corazón, en ella no tiene cabida lo material, es decir, en ella la espiritualidad es plena.

Una persona espiritual, hace su vida a partir de ese soplo que Dios le da a su alma, por tanto se comporta y se deja hacer por Dios. Dijo María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra, san Lucas 1, 26-38. María es una persona espiritual, ella vive conforme a Dios. El camino Espiritual de María se refleja en su vida diaria, es obediente al Señor, sus actitudes son sencillas y humildes, su relación preocupada y amorosa con su Hijo Jesús. María nos enseña a vivir dentro de los valores morales que Jesús nos instruyo.

Una persona espiritual, sabe cuales pensamientos son buenos y cuales son malos, alguien espiritual, es paciente y bondadoso, en efecto, esas inclinaciones vienen del alma y de un corazón que ha hecho de morada a Dios. Las palabras de Maria, manifiestan que Dios habita en su corazón, pues lo glorifica, lo ensalza y lo alaba, como los hace en su bello cántico del Magníficat.

Las palabras del Magníficat son como el testamento espiritual de la Virgen Madre. (Catequesis de Juan Pablo II), Ya desde los primeros siglos, san Ambrosio exhortaba a esto: «Que en cada uno el alma de María glorifique al Señor, que en cada uno el espíritu de María exulte a Dios» (san Ambrosio, Exp. Ev. Luc., II, 26).

El Magníficat nos muestra un cántico para alabar la admirable obra de la Encarnación, .es un cántico profético donde María nos manifiesta el jubilo que colma su corazón, porque Dios, su Salvador, puso los ojos en la humildad de su esclava.

Después que el ángel dejo a Maria en la Anunciación, fue a visitar a su prima Isabel. Por entonces María tomó su decisión y se fue, sin más demora, a una ciudad ubicada en los cerros de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Al oír Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo. María dijo entonces: 

El “Magníficat” --- Lc 1, 46-55 ---

Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de sus tronos, y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre. 

Este fragmento del evangelio, nos presenta el cántico de María, “El Magníficat”, responde a una explosión de júbilo en Dios, incubada desde que se había realizado en ella el misterio de la encarnación. “El himno de María no es ni una respuesta a Isabel ni propiamente una plegaria a Dios; es una elevación y un éxtasis” y una profecía.

María dijo entonces; “Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador”, este canto es la una expresión elevadísima del alma de María, donde las lágrimas de alegría, gozo y esperanzas, se encierran en el Corazón de la Virgen María.

Podemos observar, en este cántico, la alabanza de María a Dios por la elección que hizo de ella, el reconocimiento de la providencia de Dios en el mundo y como con esta obra se cumplen las promesas hechas.

“Porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora”. La humildad de la Virgen María, es la causa de su grandeza, como ella, se humilla hasta en lo más ínfimo y Dios la eleva a lo más alto de la dignidad. 

La alabanza que hace María a Dios por la elección que hizo en ella, engrandeciendo a Dios, ella esta profundamente agradecida, así es como le bendice y le celebra.

Este gozo de María es en Dios “mi Salvador.” Nunca como aquí cobra esta expresión el sentido mesiánico más profundo. Ese Dios Salvador es el Dios que ella lleva en su vientre, y que se llamará Jesús, Yehoshúa, es decir, Yahvé salva. Y ella se goza y alaba a Dios, su Salvador.

María atribuye esta obra a la pura bondad de Dios, que miró la “humanidad” de su “esclava.” Fue pura elección de Dios, que se fijó en una mujer de condición social desapercibida, aunque de la casa de David. Pero por esa mirada de elección de Dios, “desde ahora” es decir, en adelante, la van a llamar “bienaventurada todas las generaciones.” 

“En adelante todas las generaciones me llamarán feliz”, por esa dignidad tan grande a la cual María fue elevada. Como vemos hoy, todas las generaciones cristianas de todos los siglos, han cantado las glorias de esta Virgen humilde y amorosa, que fue hecha la Madre de Dios.

Es la eterna bendición a la Madre del Mesías. Profecía cumplida ya por veinte siglos. Y todo es debido a eso: a que hizo en ella “maravillas”, cosas grandes — la maternidad mesiánica y divina en ella —, el único que puede hacerlas, Dios. 

“Porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas”. Esta obra sólo podía ser obra de la omnipotencia de Dios. Y “cuyo nombre es Santo.” Es, pues, obra de la santidad de Dios. ¡Su Nombre es santo!, Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. El pensamiento progresa, haciendo ver que todo este poder es ejercido por efecto de su misericordia. Esta es una de las “constantes” de Dios en el Antiguo Testamento. Ya al descubrir su nombre a Moisés se revela como el Misericordioso (Ex 34:6). 

Y ninguna obra era de mayor misericordia que la obra de la redención. Pero se añade que esta obra de misericordia de Dios, que se extiende de generación en generación, es precisamente “sobre los que le temen.” Era el temor reverencial a Dios. Así, en el A.T., cuando el pueblo pecaba, Dios lo castigaba; pero, vuelto a él, Dios lo perdonaba. 

“Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.”, Con esta metáfora, se expresa el poder de Dios, que aplasta a los soberbios y exalta a los humildes.

“Derribó a los poderosos de sus tronos, y elevó a los humildes.”, como enseñándonos a todos, que si queremos ser grande a los ojos de Dios y ser amados por El, debemos ser humildes ante los hombres, reconociendo nuestra pequeñez y miseria. Esta imagen celebra cómo Dios quita a los “poderosos” de sus tronos y “ensalza” a los que no son socialmente poderosos.

María: a una virgen, la hace madre milagrosamente; y a una “esclava,” madre del Mesías.

“Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.” Así María, se coloca en la línea de todos los que son pequeños y humildes, los hambrientos de Israel, los que están vacíos de si mismos, pero llenos de Dios. 

“Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre.”

A María la elige para enriquecerla “mesiánicamente.” Es lo mismo que canta luego: los bienes prometidos a Abraham, que eran las promesas mesiánicas. Al fin, todo el Antiguo Testamento giraba en torno a estas promesas. Con esta Obra cumple Dios las Promesas, hechas a los Padres.

Con este hermoso himno, María, alaba a Dios por la elección que hizo en ella, reconoce la Providencia de Dios en el gobierno del mundo y nos recuerda como Dios cumplió las promesas hechas a los Patriarcas.

Nada será mas agradable a Dios, que lo alabemos como lo hizo María, con las hermosas palabra que el Espíritu divino la inspiró. 

Nosotros, debemos estar disponibles para dejarnos reformar de un modo total por el Espíritu y, considerar como modelo a María en su compromiso con el Espíritu de Jesús y, de este modo revivir en nosotros mismos y a los demás a la vida nueva del amor. 

El alma de María, se han identificado totalmente con la voluntad de Dios, de modo que todas sus operaciones, obras y ruegos, vienen de la proposición divina, San Juan de la Cruz, ha escrito: "Tales eran las de la gloriosísima Virgen nuestra Señora, la cual, estando desde el principio levantada a este alto estado, nunca tuvo en su alma impresa forma de alguna criatura, ni por ella se movió, sino siempre su moción fue por el Espíritu Santo" ( Subida III, 2,10). En esta afirmación se encuentra el principio de una acción constante y total del Espíritu en María, elevada desde el principio a este altísimo estado de comunión con Dios, en un dinamismo de creciente fidelidad y cooperación con las mociones del Espíritu Santo. 

Nuestra Madre Espiritual y su espiritualidad, son para nosotros sus hijos, modelo de contemplación y de intercesión, como del mismo modo ella es modelo de confianza, discreción y atención en las Bodas de Caná, la Virgen hace valer su poderosa intercesión ante su Hijo: "El que discretamente ama no cura de pedir lo que le falta y desea sino a representar su necesidad para que el Amado haga lo que fuere servido, como cuando la bendita Virgen dijo al amado Hijo en las bodas de Caná de Galilea, no pidiéndole derechamente el vino, sino diciéndole: "No tienen vino (Jn 2,3)" (san Juan de la Cruz, Cántico A y B 2,8). 

La presencia espiritual de la Virgen María esta silenciosamente dentro de nosotros, atesorada en nuestro corazón, ella es nuestra mejor intercesora, la más perfecta mediadora, ella no ilumina el camino para llegar a Jesús, su hijo amado.

Oramos a María, porque al mismo tiempo es oración al Señor, para que del mismo modo como Dios Padre hizo grandezas y maravillas en Ella, orando a María y con María, le suplicamos que extienda a nosotros el mismo amor que concedió a la Virgen, y de esta forma atraer al Espíritu Santo a nuestro corazón.

María, madre mía, eres dueña de mi corazón