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Salve Virgen, Madre y Señora
Padre
Marcelo Rivas Sánchez
“Alégrate,
Virgen gloriosa,
entre
todas la más bella,
salve,
agraciada doncella,
ruega
a Cristo por nosotros”
Confiar
en Dios es la proximidad de conocer la bondad de Dios en toda circunstancia.
Esta confianza la describe Isaías 26,1-6 donde nos invita a fiarse siempre
en el Señor, porque es la roca perpetua. Roca que fue ofrecida al pueblo de
Israel como emblema y señal de salvación. Podríamos decir, que el pueblo
esperaba “expectante” la llegada del Enmanuel (Dios con nosotros).
“María dio a luz un hijo que le puso por nombre Jesús” (Mateo 1,25) Es
un evangelio que comienza con
la Santísima Virgen
, quien hace realidad en su seno el ofrecimiento de Dios a
un pueblo necesitado de salvación.
María,
la Virgen
, dentro de las páginas de
la Biblia
la encontramos como la que da respuesta positiva a la
historia de la salvación. Es llamada y por tal aceptada por su soltura, por
su fe, por su caridad y por esa unión perfecta con Cristo. Ella se ofrece
pura e inmaculada, pues no podía ser de otra forma ya que el resultado de
esa unión era el mismo Dios. En esa Virgen hay una disposición total a la
voluntad de Dios, recibe la palabra y la pone en práctica dentro de un
ambiente de caridad y de servicio. De ahí que la llamamos
la Virgen
que en la fe se hace perfecta discípula.
María,
la Madre
, no una madre cualquiera, con todo respeto para las demás
madres, sino una madre muy singular.
La Madre
de Dios. Ella da la naturaleza humana a Cristo Jesús. Esta
madre no se cruza de brazos, sino que da una respuesta de fe, ya que cree
con fervor que lo que le ha dicho el ángel se cumplirá. En el encuentro
con el ángel, tenía miedo y casi temblando fue oyendo todo lo que le decía:
“No temas, María, que gozas del favor de Dios. Mira concebirás y darás
a luz un hijo, a quien llamarás Jesús” (Lucas 1,26-31). Como madre cría,
educa y saca adelante a Jesús quien crecía delante de Dios y de los
hombres. Por eso la encontramos como madre reclamando a su hijo su
permanencia sin permiso en Jerusalén: “Mira que tu padre y yo estábamos
angustiados. El replicó. ¿Por qué me buscan?... pero siguió bajo su
autoridad” (Lucas 2,48) Ella es la madre que siente que debe ser
responsable con el encargo y por eso le recrimina, aunque no entendía muy
bien todo lo que pasaba, pero nunca dejó de ser madre
María,
la Señora
, se hace presente al comienzo de la vida pública de Jesús
en Galilea, en aquellas Bodas de Caná. Presente porque es parte de una
comunidad, de un vecindario que se alegra con las alegrías de las demás
familias. Allí es invitada María y junto a ella, su hijo Jesús y al lado,
sus discípulos. Cualquiera diría que familión. Ella, como buena madre, se
da cuenta que se ha acabado el vino. No quería que la alegría de aquella
boda finalizara tan pronto y por eso, la señora con autoridad y confianza,
dice a su hijo: “No tienen vino” Jesús responde: “¿Qué quieres de mí
mujer? Ella dice a los mesoneros: “Lo que él diga háganlo” (Juan 2, 3)
Ella, la señora, hace posible la primera manifestación de la gloria de su
hijo. La pregunta. ¿Por qué ella? Porque toda señora gustaba de la fiesta
y si era el matrimonio de un hijo se hacía el mejor esfuerzo y ella no podía
dejar pasar la presencia de su hijo. Era una necesidad que tenía una
vecina. Como el vecino que toca para pedir pan pues le ha llegado unos
familiares y no tiene nada que darle. Además,
la Señora
, se da cuenta de que la misión de su hijo está en esa
responsabilidad en la necesidad de los demás.
Estos
tres hermosos escenarios en María de Virgen Madre y Señora adquieren mayor
brillo cuando no vacila en proseguir su fervor cristiano en medio de la
crisis. Aquella crisis frente a la cruz poco entendida por los discípulos,
pero si guardada en su corazón por una madre que sabía “en silencio”
que vendría un mejor y gran resultado de amor. En ella no hay perturbación
o desánimo, pues al pie de la cruz vuelve a recibir el reconocimiento
afectivo de su hijo, quien le entrega a Juan a su cuidado y a éste para que
la reciba como madre. Es como un despedirse en un “ya vuelvo” Tengan
paciencia, pero mientras, ayúdense y sepan esperar.
Esa
Virgen, Madre y Señora encierra para todos un enorme compendio de amor,
entrega, sabiduría y fe en aquellas horas de escogencia, respuesta,
renuncia, silencio y decisiones. Para que las pruebas fueran superadas en
medio de esa adhesión total al plan de salvación donde Ella participa
activamente.
En
este mes de mayo nos alegramos con María, quien goza del favor de Dios y
desde ahí intercede por todos, como
la Abogada
,
la Auxiliadora
, Socorro y Mediadora.
“Dios
la escogió desde la virginidad para que fuera la madre y Señora.
Como
Virgen aceptó y dio respuesta.
Como
Madre amantó y cuidó al niño.
Y
como Señora presenció la obra maravillosa de sus prodigios”
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