Sagrada Familia: Jesús, María y José

Padre Alberto María, fmp.

 

Anotaciones a las lecturas de la Festividad de la Sagrada Familia: Jesús, María y José - Ciclo A

Eclo 3,3-7.14-17a; Sal 127,1-2.3.4-5; Col 3,12-21; Mt 2,13-15.19-23;

La propuesta de la Iglesia y la propuesta de la Historia de la Salvación es clara y sencilla: nos proponen una manera de vivir y una manera de ser, un orden en la vida y un esquema familiar en el cual el hombre desarrolle su propia identidad y cómo hacer feliz a los que lo rodean.

La familia va mucho más allá de los criterios meramente humanos con que se manejan hoy los conceptos. La familia es la puerta de la felicidad para cada persona. Es el lugar de la felicidad para cada uno de nosotros, en el que el hombre es concebido para ser feliz, el hombre es engendrado para ser feliz y donde todos los elementos se encaminan a hacerlo feliz.
Hoy son otros muchos intereses: los que privan en nuestro mundo y establecen el marco de la realidad de la familia. Muchos padres conscientes de sus -digamos- obligaciones de padre andan trajinando a los niños después del horario escolar: el gimnasio, la escuela de kárate, la escuela de idiomas, el conservatorio, la clase de balet... Andan muy afanados, muy responsables por muchas cosas, pero quizás a veces se olvidan lo más importante: hacer felices a los hijos, ser felices con los hijos y que los hijos sean felices con sus padres y con sus abuelos. Al no tener esto, buscan muchas cosas pero no encuentran ni crean un clima de paz. Y esta es la mayor de las necesidades en cada uno de nuestros hogares, o en nuestras comunidades: vivir en paz.

En el evangelio que acabamos de escuchar se nos proponen situaciones muy conflictivas: El rey Herodes quería quitar de en medio a Jesús. Vio en Él un riesgo para su trono. No entendía muy bien las cosas de Dios, y vio en Dios un riesgo para su trono. Podía perder el poder político y podía perder su status económico. Lo mismo que ocurre en nuestro tiempo. 

Frente a la agresión, frente a la violencia, la respuesta que Dios ofrece a José y su familia es muy simple: la paz. Tú vive en paz y para ello vete a Egipto. No importa el lugar, no importa la actividad, no importa lo que haya que hacer, lo importante es vivir en paz, vivir la paz, porque la paz genera el amor y el amor crea paz. Van juntos uno y otro. Y no puede haber hogar en el mundo en el cual el hombre pueda ser feliz si en el hogar no se vive en paz y si no se aman los que componen la familia. 
La casa no es una pensión para nadie, ni es un lugar donde la sangre gobierna los afectos. Si lo que gobierna los afectos solamente es la sangre mala cosa va a ser, porque hay cosas que hoy dominan totalmente los lazos de la sangre por otros lados y anulan la voluntad. Hay situaciones que anulan la libertad y anulan el corazón, que enfrentan a padres con hijos o a hijos con padres, o a esposos entre sí. Porque, a la hora de la verdad, los lazos de la sangre no son tan importantes como los queremos hacer. 
El lazo más importante que en un hogar puede crearse es el lazo de la paz. El lazo del amor y la paz. Ese si que no hay quien lo enfrente. No será el primer hogar que el padre o los padres y los hijos andan enfrentados, distanciados, peleados. O los hijos peleados entre sí, los hermanos discutiendo siempre entre sí. Los lazos de la sangre no resuelven tantos problemas como a veces pensamos o nos gustaría. Lo que los resuelve es el amor y la paz. Los lazos de la sangre -salvando todas las distancias- también los tienen los cachorrillos o las hembras con sus cachorrillos, y cuando el cachorrillo ya ha crecido, la madre ya no lo reconoce como hijo, ni el hijo reconoce a su madre como tal. La sangre no es lo definitivamente importante, lo importante es el amor y la paz.
José no era importante en este entorno familiar, no había lazo de sangre con Jesús ni con su esposa, pero los unía el amor y la paz. El amor a Dios y el amor entre sí. Ese era el lazo verdadero que unía a José con Jesús y María, y ese es el verdadero lazo que genera una familia. Y a veces le hemos dado tanta importancia a los lazos de la sangre que, después, cuando los lazos de la sangre fallan, porque son lazos que fallan, nos hemos quedado frustrados muchas veces. 
Cuando un hijo se aleja de la casa porque se hace mayor, tiene novia y quiere casarse y se marcha a vivir lejos y no visita a sus padres o no los llama cada diez minutos o todos los días, los padres se sienten muy doloridos. Cuando eso no sucede es porque los lazos del amor superan toda distancia, todo inconveniente, toda diferencia. Superan todo lo que puede romperse. 
Por eso la fiesta de hoy, lejos de entrar en el conflicto social de identidad de la familia considerada hoy en nuestro país, se sale completamente del contexto actual. Lo que interesa es que el hombre tenga claro lo que es y lo que establece la familia: el amor a Dios y el amor a los hombres. El amor a Dios y el amor de Dios repartido entre los hijos, entre los padres, entre los esposos. El amor de Dios vivido encarnado entre un hombre como José o una mujer como María, tan siquiera todavía adolescentes, pero que se aman entre sí y aman a Dios. De esa manera nuestras familias no se desintegrarían con tanta facilidad, ni se rompería la vida familiar tan fácilmente.
El Señor, con este fragmento del evangelio nos llama muy fuertemente a vivir en familia, a potenciar en familia esos lazos del amor que a veces damos muy por supuestos pero que no se pueden dar tan por supuestos. Un padre necesita decir a sus hijos que los quiere porque él necesita decirlo. Una madre necesita decir a sus hijos que los quiere porque ella necesita decirlo. Y así el resto de la familia necesita amar porque cada uno necesita amar, necesita decirlo, necesita expresarlo y entonces se vive un clima de paz, de amor. 
Los lazos del amor no pueden darse por supuestos, ni se pueden dar por sentados, sino que se van recreando día tras día. No en base a una sensibilidad o a un sentimiento tan pasajero como la lluvia o el frío, sino en base a un corazón que se pone a disposición, que se entrega al otro, que se abandona al otro y que se reparte con el otro.
La Eucaristía nos ofrece el mejor ejemplo material para descubrir lo que es el amor. La Eucaristía se nos da a cada uno, se nos parte y reparte para que cada uno pueda acceder al misterio de amor que encierra. Y, al mismo tiempo, nos une a todos en un mismo Cuerpo porque tomamos -como dice Pablo- un mismo alimento. 
José era un hombre bueno, María era una buena muchacha, y Jesús era, JESÚS; pero lo que vivía, lo que alentaba entre ellos era un amor sin intereses y sin límites. 
Hemos de buscar que nuestras familias y nuestros entornos vivan un ambiente de paz, vivan en la paz, vivan en el amor. Hemos de crear en nuestro entorno un clima constructivo, un clima que aliente a vivir, que aliente la esperanza, la vida, el futuro. 
En la familia encontramos la paz, pero nosotros hemos de compartirla, de comunicarla, de traspasarla, de llevarla a todas partes. Que nadie se encuentre sin conocerla. Que nadie se encuentre sin sentirse amado, sin saberse amado y que nadie se encuentre sin saber a quien amar.
El ángel le dijo a José que se marchara de Belén porque había conflictos. Apartémonos de los conflictos de nuestro mundo, de los conflictos de nuestra vida. Apartemos de nosotros cualquier tipo de conflicto personal, familiar, social... porque el conflicto es como una pequeña peste que cuando le das cabida se multiplica y se desarrolla más. Es como una discusión, cuando la comienzas, después no sabes cómo terminarla.
Vivamos en paz. Y cuando hayamos recuperado la paz, -de la misma forma que José, María y Jesús, cuando viviendo en paz recibieron la palabra de volver a su tierra-, no nos volvamos a acercar al conflicto. No tenemos nada que perder si damos nuestro brazo a torcer en favor del amor. 
José no quiso, no pudo volver, no volvió a Belén porque estaba el hijo de Herodes. Se marchó a Nazaret.
Aprendamos en nuestra vida a no caminar por las arenas movedizas del conflicto, de la disensión, de la falta de armonía, de la falta de equilibrio... No tenemos nada que perder. Tenemos mucho por ganar. Y esa es la clave para una vida feliz. Si en cada uno de nuestros hogares, familias, el padre, la madre, los hijos, buscáramos armónicamente crear la paz, alejar de cada uno de nosotros el conflicto y mantenernos en una actitud de encuentro y perseverando en una actitud de comunión... nuestra sociedad cambiaría bastante y nosotros seríamos felices.