Niña de los ojos de Dios

Padre Antonio Orozco 


Parece que la creación entera contiene un cierto sello, un dulce y vigoroso toque mariano. Cabe una lectura mariana del mundo. Tienen fundamento los versos de Lope:

Vos sois aquella Niña
con que el Señor del cielo y tierra mira.

También Calderón de la Barca llama a la Virgen niña, Niña de los ojos de Dios. Y nuestro pequeño amigo remacha gozoso: ¡cabe una lectura mariana del mundo!

Yo quiero, Madre mía, que tú seas la Niña de mis ojos; ver las cosas todas a tu luz. Y así, ¡cuánto más hermoso se ve el Niño! Y José, qué espléndido, qué bien plantado, qué bien trabaja, qué bien habla y qué bien calla; qué santazo es José: no hay otro como él.

¿Y el establo? ¡si no huele sino a clavel! ¡si es un palacio lleno de Ángeles, los Príncipes del Cielo!

¿Y el sudor de la frente cuando se trabaja recio? Son perlas que se engarzan en la corona del Rey de reyes. La fatiga ya no enoja, es medio y fuente de santificación. Incluso las mayores contrariedades, incomprensiones, calumnias, persecuciones, son piedras preciosas que fulgen y adornan la Cruz victoriosa de Nuestro Señor Jesucristo.

Y el infierno ya no son "los otros", como acontece en el angustiado mundo ateo de un Jean Paul Sartre. El infierno es lo que vio Paul Claudel, tras su fulgurante conversión: "pocas horas me bastaron para enseñarme que el Infierno está allí donde no está Jesucristo". ¡Qué mal se pasa si Él no está! Y si se pasa "bien" en apariencia, qué vacío, luego.

El encuentro con los demás es siempre un encuentro con Cristo. Cristo, que sufre en los enfermos del cuerpo. Cristo, que sufre más en los enfermos del alma. Cristo, que triunfa en las almas que están en gracia de Dios y caminan hacia la santidad.

Cristo, en la lectura mariana del Evangelio, aparece en toda su belleza, sencilla y magnífica, humana y divina. Cada detalle de cada gesto, de cada palabra y de cada silencio de Jesús, adquiere un relieve de intensidad conmovente. Se desvanecen los temores infundados: la época azul resulta la más cristocéntrica que pueda pensarse. Nunca se está más cerca de Jesús que cuando se está con su Madre: ¡El Señor es contigo!

Leer los grafismos del mundo, siendo María la Niña de nuestros ojos, es descubrir siempre nuevas bellezas en lo creado y redimido por Cristo; abrirse a la posibilidad apasionante de hacer de la prosa de cada día, endecasílabos, verso heroico (Esto lo aprendió el pequeño, como tantas otras cosas, del Beato Josemaría Escrivá). 

Una mañana de octubre, de 1967, que esplendía bajo el manto azul de Navarra, en el campus de la Universidad, con millares de personas embebidas, nuestro hombre escuchó con emoción contenida estas palabras antológicas: Os aseguro, hijos míos, que cuando un cristiano desempeña con amor lo más intrascendente de las acciones diarias, aquello rebosa de la trascendencia de Dios. Por eso os he repetido, con un repetido martilleo, que la vocación cristiana consiste en hacer endecasílabos de la prosa de cada día. En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria.

Y qué gozoso resulta andar, con la Niña de Nuestros Ojos, descubriendo ese algo divino que en los detalles se encierra . ¡Los detalles! Ahí está sobre todo la Madre de Dios: en los detalles.

Cualquier momento es óptimo para comenzar o recomenzar a vivir en el encanto de una nueva, definitiva e insuperable época azul. Ya no se ansía otra, porque ésta está siempre abierta a nuevas y mayores maravillas.

Fuente: Colección Arvo, Nº 130. Año XII