Dios te Salve María

Rebeca Arenas Álvarez


El mes de Mayo está dedicado a honrar y venerar con mayor intensidad a María Santísima, Madre de Dios y Madre nuestra. Es verdaderamente gratificante para el espíritu ver cómo en los Templos se propaga el rezo del Santo Rosario y constatar cómo aún prevalece la bella devoción del ofrecimiento de flores a la Reina del Cielo. 
En esta ocasión también nosotros presentamos un saludo a Mamita María, reflexionando un poco en la oración del AVE MARÍA. 

“ALÉGRATE, LLENA DE GRACIA, EL SEÑOR ESTÁ CONTIGO” (Lc 1,28) En la Anunciación, la Virgen Santa recibe este saludo del mensajero de Dios, y esa alegría hace alusión al llamado gozoso que los profetas dirigían a quienes se mantenían a la espera del Salvador. María es la “amada y favorecida”, la “llena de gracia” y con este título se hace referencia al proyecto salvífico de Dios. Ante la misión especialísima a la cual ha sido llamada la bella jovencita de Nazaret, responde libre y conscientemente para ser la servidora del Señor. Por eso la complacencia y predilección del Padre se expresa en Ella en virtud de su maternidad divina. 

“BENDITA TÚ ENTRE LAS MUJERES Y BENDITO EL FRUTO DE TU VIENTRE” (Lc 1, 42) Isabel bendice a la Madre y al Hijo; María y Jesús estuvieron y estarán indisolublemente unidos; en Belén, en Egipto, en Nazaret y en el Calvario la presencia de María siempre remite a Jesús. 

“SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS, RUEGA POR NOSOTROS PECADORES” La Virgen María es verdadera Madre de Dios, pero también lo es nuestra, por voluntad expresa del divino Maestro, que en la cruz nos la dio por Madre en la persona del discípulo amado (Jn 19,26) Y si el Hijo murió perdonando a sus verdugos y rogando al Padre por ellos, la Madre Santa no puede hacer menos que interceder ante su amado Jesús, por todos nosotros que también somos sus hijos y que hemos sido encomendados a sus cuidados maternales. 

“AHORA Y EN LA HORA DE NUESTRA MUERTE” Si a lo largo de toda nuestra existencia necesitamos del amor y la intercesión de Nuestra Madre, con cuánta más razón la necesitaremos a la hora decisiva del combate final, cuando estemos próximos a pasar a la otra vida. En esos momentos, la invocación a María Santísima suavizará los sufrimientos, ayudará a valorizarlos como instrumentos de salvación y nos hará presente al divino Jesús, endulzando ese instante para poder dejar este mundo en paz. 

El Concilio Vaticano II señala las bases fundamentales en el culto a la Santísima Virgen bajo las siguientes directrices: “veneración y amor”; “invocación e imitación” (LG 66) 
“Veneración” por su dignidad de ser la Madre del Hijo de Dios. “Amor” por ser la Madre del Cuerpo de Cristo, marcada por la plenitud de la caridad por su adhesión total a la vida humana. “Invocación” porque es auxilio para todos sus hijos, especialmente ante los peligros inminentes del alma y el cuerpo, manifestando su amorosa intercesión continuamente en nuestras vidas. “Imitación” por ser modelo de virtudes, disponibilidad, olvido de sí misma, obediencia, sencillez y humildad. 

San Luis de Montfort nos dice que María es “el camino más fácil, más breve, más perfecto y seguro para llegar a Jesús”. Es el camino más fácil porque es el trazado por Jesús para venir a nosotros. Es el más breve porque no hay peligro de perdición. Es el más perfecto porque es el camino inmaculado a través del cual descendió a nosotros el Verbo. Y es el más seguro porque es propio de la Virgen conducirnos a Jesús con toda seguridad, como lo es de Jesús conducirnos con seguridad al Padre. 

Por tanto, nuestra devoción a María tiene que llevarnos al Evangelio, ya que acoger y custodiar al Verbo hecho Hombre fue lo que hizo María durante toda su vida y si nos decimos seguidores de Cristo, tendremos que acoger y meditar la Palabra durante toda nuestra vida; así pues, amar a María es absorber a Jesús en sus sentimientos, pensamientos y acciones. La Virgen María es la Mujer hecha mensaje y símbolo de amor para los cristianos que incesantemente nos invita a “hacer cuanto Él os diga” y esto significa escuchar continuamente su Palabra y dedicarle tiempo al Maestro y a sus enseñanzas, para que poco a poco se opere en nosotros un cambio de mente y de corazón. 

Desde la Encarnación hasta la cruz, la figura de María es fuente de esperanza y confianza que nos ayuda a descubrir la presencia de Dios en nuestras vidas. Ante cualquier angustia que turbe nuestro corazón, recordemos las palabras que Nuestra Señora dirigió a San Juan Diego y que también nos dirige a todos nosotros: ¿No estoy aquí que soy tu Madre? ¡Ayúdanos Madre Santa a decir: “hágase” ante todo aquello que no comprendemos y que muchas veces irrumpe sorpresivamente en nuestro diario vivir! ¡Ayúdanos para que también nosotros podamos hacer nuestras las palabras de SS Juan Pablo II en su discurso del 19 de Agosto del 2002: “Madre Santísima, obtén también para mí las fuerzas del cuerpo y del espíritu, para que pueda cumplir hasta el fin la misión que me ha encomendado el Resucitado. En ti pongo todos los frutos de mi vida y de mi ministerio; a ti te encomiendo el destino de la Iglesia; en ti confío y te declaro una vez más: Totus tuus, María, Totus tuus.! 
¡Santa María, ruega por la paz del mundo!